“He llegado a una edad en la que callo mucho menos y hablo mucho más. ¿A qué me refiero? A que no tengo por qué aguantar tonterías que antes aguantaba y me quedo a gusto cuando digo lo que siento, sin guardármelo en el fondo de las tripas. Y me gusta hacerlo con calma y buenas palabras”. Transcurren unos segundos de silencio. “Lo que quiero decir es que me rodeo de gente a la que aprecio y con la que me apetece compartir mi vida y mi mundo, ya sea un rato o mucho más”.
Es pronto por la mañana, y Mari Carmen Sinti, irreparable madrugadora, se halla acodada a la barra del Bar, frío Cacaolat en mano, mientras de fondo las notas del Love and hate in a different time de The Gabriels llenan el aire de una magnética intensidad llena de Soul.
“Lo que he sido siempre es madre —prosigue—. Eso no cambia. El resto depende de cuándo, dónde, para quién, lo que pretendo, lo que siento, lo que me dan… Hay tantos yos como circunstancias. Sé que haré muchas más cosas desde hoy hasta que me muera, y en cada una de ellas seré diferente. Una de las que me caracterizan es mi afán por aprender. Mientras me sorprendan las cosas que me son desconocidas, tendré ganas de vivir”. De momento, los gratamente sorprendidos son sus lectores que, tras su debut con Sudor frío en 2018, acaban de comprobar que aquello no era un one off y se disponen a leer, a disfrutar, a vivir, la recién publicada segunda referencia de la autora: En el fondo de mis ojos (Vencejo).
Directora del veterano programa Lletres i música, en la radio de Sant Cugat, e impulsora de diversos clubes de lectura y otras iniciativas literarias, la de la parroquiana es una historia peculiar: “tras enviudar cuando tenía yo cincuenta y pocos, decidí reinventarme y empecé presentando un relato a un concurso. A veces hacemos cosas que más tarde consideraremos importantes, pero sin darnos todavía cuenta de dicha relevancia. Sin embargo, en el momento de enviar aquel primer correo donde adjuntaba aquel relato con pseudónimo y otro paralelo con la plica, ya sentí que algo único estaba empezando”. Algo que la ha llevado a ser respetada y muy querida en diversos ámbitos literarios y culturales.
Saliendo airosa de la carrera de obstáculos
“Como todo el mundo, tengo varios puntos de inflexión que han ido dibujando el skyline de quien soy en estos momentos. De todos modos, creo que, de lo que más orgullosa estoy, es de haber criado a mis hijos saltando por encima de todos los obstáculos que me he ido encontrando por el camino, que han sido muchos y, en alguna ocasión, hasta sin ninguna gracia”, explica Mari Carmen sorbiendo su bebida.
— ¿Nunca pensaste en enviarlo todo a la porra?
— Por supuesto. Momentos de muchas ganas de tirar la toalla, de preguntarle al karma de qué iba y de clamar al universo que me dejara un poquito y repartiera con algún otro. Pero íbamos superando uno tras otro los inconvenientes de una familia monoparental sin ayuda de nadie. De aquellos tiempos recuerdo lo malo, lo malísimo, pero, sobre todo, lo felices que llegamos a ser.
Todo este bagaje ha terminado por conformar a una incansable activista cultural. A una enamorada de la lectura de centenares de libros y de la escucha de mil canciones (“soy bastante ecléctica, pero no he llegado a tal grado como para dejar que una emisora elija lo que voy a escuchar”, proclama), que vuelca esta gran pasión en su programa de radio, en sus libros y clubes de lectura y, cómo no, en tener su cabeza trabajando, “ideando nuevas historias que cumplan los requisitos que me exijo”.
Barcelona, sí, pero ya no en la ciudad
Hija de una familia de andaluces llegados a la urbe en los años 40 “con una mano delante y otra detrás”, la escritora rememora las “cosas extraordinarias que me contaba mi padre de aquella llegada, de aquel viaje y de aquellos tiempos en los que aquella familia de más de veinte personas, la mayoría niños y adolescentes, tuvo que sobrevivir. Daría lo que fuera por ser testigo de aquella entrada en el barrio por la Calle Ample, que en aquel momento debía estar como mucho adoquinada, con el carro tirado por un burro y ellos, las maletas, los animales, todo encima del carromato”.
— ¿Y tú naciste ya aquí?
— Llegué a Barcelona de pequeña, pero me siento tan adoptada que, siendo andaluza, española y europea, me siento catalana por encima de todo. No viviría en otro lugar. Tengo el trabajo aquí, mis hijos aquí y mis amigos, casi todos aquí. Sin embargo, mis planes de futuro son diferentes…
— ¿En qué sentido?
— “En el sentido de que Barcelona sí, pero no capital, sino provincia”, responde, enigmática, liquidando su Cacaolat y dejando atrás la hora del desayuno para dar paso a la del vermú y, acaso, la del almuerzo, aprovechando la conspicua y suculenta oferta gastronómica que se le ofrece.
“Soy de picotear, por lo tanto, me gusta cuando en una mesa alguien dice aquello de: ‘¿pedimos unas cuantas cosas para picar y luego ya se pide cada uno el segundo?’ Me encanta un poco de cada. Lo mismo que un bufé”, explica. Y de pronto una sonrisa llena de nostalgia se le enciende en el rostro mientras entrecierra los ojos y excava en el recuerdo.
— Mi madre me decía: ‘te pones tan poco en el plato porque si lo ves lleno te cansas’. Y luego, si me quedaba con hambre, repetía. Me recordaba: ‘eres como tu abuelo, que no le gustaba comer sólo de una cosa’.
— ¿Y te acuerdas tú de aquello?
— Mi abuelo murió siendo yo una niña, así que eso no lo recuerdo. Sólo que era muy delgadito, —sonríe con ternura mientras decide con qué acompañar el vermú blanco recién servido.