Una escobilla del váter de Ikea —sí, esa en la que uno no quiere gastarse mucho porque sabe que la acabará tirando al poco tiempo— tratada como objeto expositivo. Pero no solo eso. También el mueble móvil de la cocina donde guardar las bolsas y demás desordenes, el soporte para el móvil, el organizador para los cubiertos, el portautensilios de cocina o la mesa del café en la que muchos ponen los pies. Una sala llena de productos de la cadena sueca, pero, y ahí está la gracia, escogidos por Fernando y Sergio Amat, segunda y tercera generación de la desaparecida Vinçon.
A Fernando Amat le daba vergüenza, incluso le aburría un poco, que dedicasen una exposición a todo el material que guarda el DHUB sobre la tienda, que cerró en 2015 tras casi 75 años de historia por una crisis económica que no supo superar y un Paseo de Gràcia que se había turistificado demasiado. Pero sí que le parecía interesante hacer una muestra con aquellos productos de Ikea que le hubiera gustado poder incluir en su catálogo. Una reivindicación de la multinacional de mobiliario que ya hacía hace más de una década, cuando sus compañeros de profesión criticaban de manera generalizada a la marca que había revolucionado el sector y se había acabado comiendo casi todo el pastel. De ahí surge 100 objetos de Ikea que nos hubiera gustado tener en Vinçon, que se puede visitar hasta febrero de 2025.
Es un diálogo entre ambas marcas, diferentes en la magnitud y el éxito, pero parecidas en valores como la defensa del diseño y la universalidad de su oferta. “No va de David contra Goliat, sino de David y Goliat”, resume el comisario de la muestra, Juli Capella, un apasionado del trabajo que hizo Fernando Amat, a pesar de que al principio él y su bigote le pareciesen demasiado serios y le asustasen un poco. “Vinçon fue una tienda, pero también un refugio, un atajo, donde se iba cuando llovía, había exposiciones… Fue una escuela donde llevaba a mis alumnos y el embrión del DHUB. El trabajo que hizo Fernando ahora lo hace la administración”, defiende Capella. Sin olvidar que fue pionera en tener lavabo para los clientes y dejaba entrar a perros. “Esta exposición trata de la gente, de la política, de la vida cotidiana, de aquellas cosas materiales que nos satisfacen y las podemos pagar”, subraya su comisario.
Que la cosa va de juegos de espejos se ve desde el principio. En la entrada, el letrero de luces de neón de la fachada de Vinçon se contrapone con el felpudo más famoso de la historia de Ikea, con aquel “Bienvenido a la República Independiente de tu casa” que hasta se convirtió en lema para muchos. Una cronología repasa la trayectoria de ambas empresas, con puntos en común como que se crearon en los años 40 por autodidactas preocupados por el diseño inclusivo, con Fernando Amat siendo daltónico y el fundador de Ikea, Ingvar Kamprad, disléxico, lo que hizo que, para recordar mejor cada pieza, los productos tuvieran nombres, siempre escandinavos, y no códigos numéricos. Esa apuesta porque todo el mundo pudiese usar sus productos hizo que Vinçon, por ejemplo, tuviera una sección para zurdos, pero también para gente mayor y niños, vendiendo productos con los que igual no salían los números pero que se querían ofrecer de todas formas.
Pero también hay diferencias. Las más obvias, el tamaño, con la red de casi 500 tiendas repartidas por todo el mundo de Ikea y las dos que llegó a tener Vinçon, complementando la de Barcelona con otra en Madrid, una desproporción abismal que se ve en el DHUB con un mapamundi en el que hay muchas chinchetas azules con los establecimientos de la cadena sueca y tan solo dos para la firma catalana. En su mejor año, la tienda barcelonesa no llegó ni a facturar el 1% de los ingresos de la multinacional en España, aunque ambas ofrecían casi la misma cantidad referencias, con unas 10.000, las suficientes para amueblar completamente un piso. Además, si uno piensa en Ikea, una de las cosas que primero le vendrá a la cabeza será su bolsa azul, que sirve para comprar, claro, pero también para hacer mudanzas o ir a hacer la colada. La empresa apostó por una única bolsa, muy resistente, mientras que Vinçon lanzaba dos bolsas cada temporada, con diseños de nombres como América Sánchez.
Ambas marcas comparten puntos en común como que se crearon en los años 40 por autodidactas preocupados por el diseño inclusivo, con Fernando Amat siendo daltónico y el fundador de Ikea, Ingvar Kamprad, disléxico
Hecho el análisis, la parte central de la muestra son los 100 objetos escogidos por Fernando Amat, después de haber viajado al Museo Ikea en Älmhult, localidad donde abrió la primera tienda de la compañía, así como haber hecho un par de visitas con su sobrino Sergio al Ikea de L’Hospitalet de Llobregat para tocar y probar los productos que iban a exponerse. Entre los seleccionados, hay sello español con las obras de la diseñadora valenciana Imma Vermúdez, responsable del perchero Ekran o la escobilla de WC Enudden. “No están colocados como en una tienda”, señala Capella, rodeado de sillas, mesas, armarios, jarrones, mesitas de noche y peluches, todos colgados en una pared blanca que convierte la sala en casi un templo de mobiliario sueco con mucho ASMR. Lo más importante, remarca el comisario, es que todos incluyen el precio, algo poco habitual en una exposición. “En un museo, no puedes tocar nada y no sabes cuánto valen las cosas, pero el dinero es importante en el diseño”, defiende.
“Lo hemos puesto de la forma más Ikea, o sea, la más barata”, agrega el comisario. “La selección representa muy bien a Ikea. Nosotros no lo hubiéramos hecho mejor”, remarca el jefe de diseño global de Ikea, Johan Ejdem, quien ha venido a ver la muestra de primera mano, acompañado por un nutrido grupo de trabajadores de la empresa. Siguiendo la tradición de la casa, el centenar de referencias expuestos no cuestan más de 5.000 euros.