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La traición de las emociones en la búsqueda del embarazo

Quedarse embarazada parece fácil, pero no lo es tanto. Cuando la búsqueda se alarga, la mujer se enfrenta a un duro proceso emocional que, casi siempre, queda silenciado por el miedo a la incomprensión y a la falta de empatía del entorno. Es entonces cuando las emociones silenciadas se convierten en el peor de los aliados.

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eproductivamente hablando, la especie humana es muy poco eficiente. En la mayoría de mamíferos, el 90% de los encuentros sexuales en periodo fértil logran el embarazo. En el caso de los humanos, la probabilidad de que ocurra no llega ni al 30%. Como en la lotería, el tiempo y la insistencia mejoran las estadísticas. Según cifras de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), a los 3 meses, la probabilidad es del 57%; a los 6 meses, del 72% y al año, del 85%. El segundo año llega a alcanzar el 93%. De media, nos harán falta unos 108 coitos para lograrlo. Y eso, en parejas menores de 30 años, sanas y con actividad sexual durante la breve ventana de fertilidad de la mujer. Cuanto mayor sea la edad, menor será el porcentaje de probabilidades y más intentos y tiempo serán necesarios. Todo ello, sin tener en cuenta que hay muchos más factores –médicos, físicos y de hábitos y entorno– que pueden influir en el proceso.

Quedarse embarazada voluntariamente no es fácil. Tardas toda tu vida en enterarte. Muchos años invirtiendo en sistemas anticonceptivos y, cuando decides tener un hijo, las probabilidades, ya en descenso, se te llevan por delante. Al principio, el sexo es abundante, caótico, romántico. Con el paso de los meses, se vuelve práctico, mecánico, aséptico. Un ojo está en el calendario y el otro, en el termómetro que mide tu temperatura basal o en la textura de los fluidos que manchan tus bragas. Llegan los cambios de hábitos precoces: comer esto, no beber lo otro, hacer y dejar de hacer cosas “por si acaso”. Mientras, los embarazos te adelantan por la derecha y se propagan a tu alrededor como un constipado. Pero tu falta no llega. Otro mes, otra regla. Tu sangre empieza a convertirse en tu propio fracaso.

UN ANTICONCEPTIVO LLAMADO ESTRÉS

Sorpresa. Desconcierto, preocupación. Enfado. Tristeza. Rabia, culpa. “Si tu”, “si yo”, “si nosotros”. Ansiedad. El círculo vicioso de la negatividad emocional empieza a girar y túu te quedas atrapada en él como un hámster en celo. Además, la biología se gira en tu contra: a mayor agobio, menores posibilidades de quedarte embarazada. Un estudio de la Universidad de Oxford de 2010 demostró que las mujeres con los niveles más altos en saliva de adrenalina y cortisol (dos hormonas producidas por el cuerpo como respuesta al estrés) veían reducida su fertilidad en un 12% respecto a las que tenían niveles más bajos.

La solitaria responsabilidad de observar tu propio cuerpo (que de repente, se revela como un completo desconocido para ti) y la presión de tratar de percibir unas señales de fertilidad que nunca antes habías detectado incrementan la angustia, la soledad y la culpa. ¿Cómo relajarse entonces? Sin duda, compartir todo ese peso –también el de la monitorización de tu cuerpo– con tu pareja puede ayudar a sobrellevarlo. La comunicación sincera y abierta y un especial cuidado de la intimidad serán requisitos básicos para que las grietas emocionales que el proceso va abriendo no crezcan demasiado.

“LOS EMBARAZOS DE MIS AMIGAS ME DAN RABIA”, UN TABÚ VERDADERO

 

Meritxell Sánchez, psicóloga especialista en psicología perinatal– el ámbito de la psicología especializado en los conflictos emocionales vinculados a la maternidad/paternidad–, está acostumbrada a escuchar esta frase en su consulta. “Es normal y frecuente que la mujer que está buscando el embarazo sin éxito sienta que sólo le pasa a ella y que las demás mujeres se quedan embarazadas con rapidez y facilidad”, comenta Sánchez. “También es habitual que esto le produzca un sentimiento de rabia que, en ocasiones, la empuje a no querer citarse con embarazadas”, explica la psicóloga, cofundadora de la Asociación Española de Psicología Perinatal (AEPP).

La rabia por los embarazos ajenos es un tabú descomunal. “Soy una envidiosa, una egoísta, una mala persona”, repite el sentimiento de culpa como un mantra. Solución: callar –“¿cómo decirlo? ¿quién iba a entender algo así?”– y disimular. Mientras tanto, la rabia perfecciona su trinchera gracias al silencio y, desde allí, apedrea a la autoestima hasta dejarla k.o.

Pero la realidad es que, como en cualquier otro conflicto, negarlo o ignorarlo sólo empeora las cosas. Meritxell Sánchez aconseja hacer todo lo contrario. “La mejor manera de combatir un pensamiento es aceptándolo, sin juzgar, negar, evitar, minimizar ni invalidar aquello que sentimos”.  ¿Y después? Hablarlo ayuda. Con amigos, con otras mujeres en la misma situación, con especialistas. “Al verbalizarlo, tomamos más consciencia de lo que pensamos y sentimos, por lo que es más fácil que no nos haga sufrir tanto. Además, cuando lo que nos ocurre se visibiliza socialmente y el dolor es tomado en cuenta, sin ser silenciado ni negado, podemos integrar mejor esa experiencia y empezar a reparar el trauma”, señala la psicóloga.

PARA AYUDAR, MEJOR ESCUCHAR QUE HABLAR

“–Ya verás: cuando dejes de pensar en ello, pasará”; “–Va mujer, no es para tanto”; “–Y, el bebé ¿para cuándo?” son frases habituales que despegan con torpeza y buena intención y aterrizan como disparos de francotirador. El silencio, duele, pero la ayuda, a veces, también.

Colaborar a que el entorno tome consciencia de lo que estamos viviendo pasa por especificar nuestras propias necesidades en voz alta y pedir la ayuda que necesitamos sin reparo. Al mismo tiempo, urge que, como sociedad, aprendamos a parlotear menos y a escuchar más. Nadie espera de nosotros la solución a sus problemas, sólo cierto acompañamiento y empatía. Pero ¿cómo se hace eso? Meritxell Sánchez hace esta propuesta: “hay que preguntar ¿cómo estás? y ¿qué necesitas hoy de mí?; escuchar de manera activa, sin ofrecer consejos si no se han pedido; validar y no juzgar lo que la otra persona siente y, sobre todo, no decir nada cuando no sabemos qué decir. Un abrazo o un lo siento pueden resultar la mejor ayuda”.