Ahora hace algo más de un año, el 7 de marzo de 2023, la Llotja de Mar de Barcelona acogía un acto institucional que pasó muy desapercibido. Tanto, como la repercusión, hoy por hoy, de lo que en él se hizo. Aquel día, representantes del comercio emblemático de las ciudades de Roma, París y Lisboa firmaron la Declaración de Barcelona sobre la preservación y la promoción de los establecimientos comerciales emblemáticos. El acto fue presentado como la I Jornada Internacional de Comercio Emblemático en Ciudades Europeas.
Montserrat Ballarín, del Ayuntamiento de Barcelona; Diogo Moura, regidor de Economía, Innovación y Cultura de Lisboa; Olivia Polski, teniente de alcaldía del Ayuntamiento de París, con competencias en comercio y artesanía; y Monica Lucarelli, asesora de Actividades Productivas de Roma acordaban en Barcelona articular una red internacional para favorecer el intercambio de experiencias, construyendo una alianza entre las cuatro ciudades para compartir soluciones, conocimientos y buenas prácticas. Reconocían así el papel clave del gobierno local en el liderazgo de la valoración y protección de estos establecimientos y la idoneidad de una estrategia de apoyo común en el ámbito europeo e internacional.
Favorecer la viabilidad económica, la conservación patrimonial del comercio histórico y el papel comercial de la tienda de toda la vida quiere decir preservar la identidad más singular de cada ciudad, una manera de relacionarse las personas y una contribución a la sostenibilidad, con la compra de proximidad. Por eso, la declaración firmada en Barcelona habla también de instar en el Parlamento Europeo a reconocer el valor de estos establecimientos en la identidad de Europa.
De momento, quien ya ha movido ficha para conseguir blindar la singularidad de las tiendas centenarias de Barcelona ha sido la Asociación de Establecimientos Emblemáticos que, según explica el abogado y secretario de esta entidad, el historiador Josep Cruanyes, ha presentado a responsables de Cultura de la Generalitat alegaciones para incluir en la revisión de la actual Llei de Patrimoni. En ellas, los propietarios de los comercios centenarios piden que esta ley comprenda, además del patrimonio cultural de la primera versión, al patrimonio inmaterial, dentro de los bienes culturales de interés nacional con la categoría de históricos. “Queremos que se incluya el mismo concepto con el cual la UNESCO pasó también a proteger, a escala mundial, las formas inmateriales que configuran la historia e idiosincrasia de los pueblos, tradiciones y maneras de trabajar y vivir, como es por ejemplo la fiesta de las fallas, en el Pirineo, que recuerda cómo se hacía el transporte de la madera desde los bosques”, precisa Josep Cruanyes.
Los establecimientos históricos más singulares de Barcelona reivindican así, no solo la protección de los espacios de este comercio ancestral urbano, sino también, y, sobre todo, la actividad que varias generaciones de una misma familia han ido heredando, al servicio de sucesivas generaciones de clientes. Proteger la actividad como una manera de relacionarse, de vivir y trabajar, en obradores y talleres artesanales, y con una atención especializada detrás del mostrador es lo que se persigue aspirando a conseguir el reconocimiento institucional de las tiendas centenarias y singulares como bienes del patrimonio inmaterial colectivo.
Tal como apunta el abogado de la asociación que reúne a unos cincuenta comercios históricos y singulares de Barcelona —de poco más de sesenta en total que están abiertos—, “el patrimonio inmaterial no solo es un elemento de tradición. En el caso de las tiendas, estas son parte de la fisionomía de nuestras ciudades y de nuestro país, de su identidad como pueblo y, en definitiva, de la calidad de vida de nuestros conciudadanos, puesto que también forman parte de las costumbres y de las formas de vida que nos caracterizan y singularizan ante el mundo”.
Lugares de memoria
Las paredes de la Ganiveteria Roca, en la plaza del Pi, no solo muestran, como lo han hecho durante décadas, un universo completo de utensilios para cortar, navajas, tijeras y cuchillos para uso profesional y doméstico. Todo el espacio guarda un gran pedazo de la historia de la ciudad y de la gente que había vivido en el barrio. También de muchos clientes que tenían carnicerías, pescaderías y otros negocios en otros barrios de Barcelona y en otras poblaciones de todas partes. Saber que allí se encuentra todo y te asesora una persona que conoce los oficios, los materiales que vende, que sabe hacer diana en el producto como solución, es lo que dignifica, da sentido y hace necesaria la continuidad de la actividad en los establecimientos históricos de la ciudad.
Los comercios centenarios no son parte de ningún museo al aire libre, aunque haya quien esta función también la pueda considerar. Estos comercios son la vida que se pone en marcha cada mañana en la calle, un servicio a las personas, vecinas y de más lejos, la manera de vivir de sus propietarios, pero, sobre todo, la perpetuación de una dedicación centenaria traspasada de generación en generación, un oficio que perdura, y un vínculo relacional de la ciudad con las personas, a pie de calle.
Favorecer la viabilidad económica, la conservación patrimonial del comercio histórico y el papel comercial de la tienda de toda la vida quiere decir preservar la identidad más singular de cada ciudad, una manera de relacionarse las personas y una contribución a la sostenibilidad, con la compra de proximidad
De las máquinas de coser en casa donde se hacían los primeros sombreros de la Sombrereria Mil, en el taller de la calle Moles, 31-33, donde hoy la quinta generación de esta familia diseña y fabrica gorras, sombreros, boinas y barretinas, han pasado más de 160 años. Y la tienda de esta saga de sombrereros, en el número 20 de la calle de Fontanella, abrió al público en 1917. Núria Arnau Roldós está al frente del negocio. Clama al cielo para poder seguir negociando un alquiler asumible para su tienda centenaria, porque ya ha visto como otros comercios tan históricos como el suyo tenían que bajar la persiana por este motivo. El reconocimiento municipal como comercios emblemáticos no hace nada en este sentido, esta es la lucha de cada propietario, aunque, cada vez que uno cierra, quién pierde, también, sea la ciudad.
Barcelona pierde en esencia, en carácter y personalidad, que es lo que los comercios de toda la vida hacen aflorar en sus calles. “Me preocupa muchísimo que cuando se cierra una tienda histórica, se abren franquicias que son iguales en todas partes, en esta y en otras ciudades. El alquiler de los locales más céntricos al mejor postor nos deja sin protección”, lamenta Núria Arnau.
En la Droguería Rovira, es la cuarta generación ya la que atiende detrás del mostrador. Despachan productos de limpieza, algunos con fórmulas propias que envasan sabiduría y experiencia de muchos años ayudando a deshacer manchas, olores y a hacer perdurar la vida de los muebles y útiles de la casa. Fueron pioneros en el reciclaje doméstico y tienen soluciones y consejos para cada necesidad. Construyendo barrio y ciudad, la gran variedad de artículos que tienen a la venta dan vida a este comercio centenario que el año pasado recibió el Premi Nacional de Comerç por parte de la Generalitat de Catalunya.
Para todos estos establecimientos, desde la Asociación de Establecimientos Emblemáticos, que preside Josep Maria Roig, se pide protección más allá de sus fachadas como atractivo turístico. “Es nuestra actividad en el interior de estos establecimientos aquello que les da sentido, y es la viabilidad de esta actividad la que necesita la protección, pero para eso hace falta que esta sea valorada por la misma administración pública, por el gobierno de la ciudad y de Catalunya”, señala. Roig es propietario de la pastelería La Colmena, en la plaza de l’Àngel, elaborando dulces desde el año 1849.
Josep Maria Roig fue uno de los comerciantes presentes en el acto que reunía las mejores voluntades de los representantes del comercio emblemático de Roma, París y Lisboa, hace un año en la Llotja de Mar. De todas las asociaciones representadas, afirma Roig, “Barcelona es la ciudad del sur de Europa que más establecimientos centenarios y singulares conserva”. Y precisa: “Otra cosa son los bares y bistros que pueda tener por ejemplo París, pero de tienda con mostrador y producto artesanal, Barcelona es la ciudad que tiene más comercios históricos todavía abiertos”. La Granja Viader, donde nació el Cacaolat, las farmacias Galup, Franqueza, Puigoriol, el bar Quimet d’Horta, los elaboradores de pasta fresca desde el año 1904 de La Italiana, los herbolarios Llobet y Llansà, Casa Beethoven, y otros casi sesenta establecimientos más son parte de la Ruta de los Emblemáticos del comercio de Catalunya.
Una gran contradicción, como plantea el secretario de los establecimientos emblemáticos, Josep Cruanyes, es que tengamos “una ciudad con mucho turismo, que lo que busca es lo diferencial, pero Barcelona perdiendo el comercio histórico y singular va perdiendo este rasgo más diferencial. Aquello que marca la personalidad de la ciudad no se tendría que destruir y, por eso, hay que asegurar las herramientas necesarias”.
El comercio de proximidad y las asociaciones de comerciantes son consideradas en el ámbito europeo como prescriptores de sostenibilidad, que pueden ayudar a divulgar la conciencia y el compromiso con la Agenda 2030 que establece los Objetivos de Desarrollo Sostenible apuntados por Naciones Unidas. Para concienciar sobre la importancia de este comercio de proximidad, como actividad clave para reforzar comunidades y economías locales, Europa designó el 9 de mayo del 2019 el primer Dia Europeo del Comercio de Proximidad. Y en la misma línea se ha trabajado desde diferentes administraciones, europeas, estatales, catalanas y barcelonesas el proyecto de Capital Europea del Comercio de Proximidad, que prevé implementarse el próximo año, con la candidatura de la ciudad de Barcelona para estrenarla.