Santa Maria del Mar, patrimonio de la ciudad
Dibujo de Santa Maria del Mar. ©Armand Fernández
LA BARCELONA UTÓPICA. CAPÍTULO 3

Convertir el patrimonio en parte de la vida

Conversamos con el arquitecto municipal Armand Fernández sobre una Barcelona que es visitada por los turistas virtualmente y en la que los edificios icónicos dejan de ser sólo visitables para pasar a ser también habitables y practicables

“La afluencia de turistas sobrepasó el techo de posibilidades de la ciudad, convirtiéndola en un espacio insostenible que ni el propio sector fue capaz de absorber. Era necesaria una solución rápida y eficaz para devolver a los barceloneses una ciudad amable. De entrada el nuevo modelo fue visto como una amenaza para el negocio de la hostelería, que se opuso de forma rotunda. El motivo primordial fue que el plan comportaba una serie de derivadas que reducía a la mínima expresión el turismo tal y como lo habíamos entendido hasta entonces”. 


La Barcelona utópica es el resultado de las conversaciones mantenidas con 5 arquitectos municipales. Cada una de las conversaciones ha girado en torno a una temática concreta, aunque el resultado, consecuencia de una visión integral de la ciudad, incorpora ideas transversales. La idea de esta serie de 5 artículos sobre una Barcelona utópica nace para dar alas a estos arquitectos que mantienen un estrecho contacto con la ciudad, algunos desde hace muchos años y, además, a diario. El ámbito creativo de los arquitectos municipales se ve a menudo limitado por las partidas presupuestarias, por los plazos de ejecución, por políticas del gobierno de turno… Entonces, sin entrar en partidismos, se han aventurado en el ejercicio de hacer cábalas sobre una Barcelona que nunca existirá, pero que podemos imaginarla.

Los artículos tienen un cariz futurista. Sin embargo, no todos se abocan a la ciencia ficción. Las lecturas invitan a localizaciones y rincones imaginados. A formas de la ciudad inventadas. A proyecciones de una sociedad barcelonesa alejada de la actual y, sobre todo, buscan hacer pasar un buen rato al lector. A excepción del texto en cursiva, que es una transcripción de parte de la conversación o de un proceso de investigación, el resto es fruto de la imaginación.

*Arquitecto invitado: Armand Fernández Prat, arquitecto municipal del Ayuntamiento de Barcelona.


Armand me convoca a la taberna situada en lo que hoy es la Plaza Sant Jaume, pero dentro del contexto de Barcino, la Barcelona romana; cosas de la realidad virtual que, hoy en día, hace posible sustituir el presente por momentos de la historia de la ciudad como éste. No es que pasara nada extraordinario hoy en Barcino. Hace sol y la temperatura es agradable, de principios de mayo. Ambos bebemos vino aromatizado con plantas mediterráneas. Los vasos son de barro. Comentamos la actividad que nos rodea: las evidentes diferencias de los transeúntes según las condiciones de clase o género, el grupo de hombres que charlan cerca y que parecen senadores y el paso de un escuadrón de la guardia pretoriana. Fue un error mantener el patrimonio bajo esos niveles de protección durante tantas décadas, dice Armand. Porque el patrimonio a menudo lo vinculamos al pasado, pero no por eso debe significar, estrictamente, el pasado. El patrimonio aporta identidad a un determinado sitio. Y en Barcelona, claro, como en todas partes, el patrimonio es algo implícito. Éste puede referirse a un edificio, puede ser un paisaje, una costumbre, un talante… Sea como sea está vivo. El patrimonio acumula. Y además de permitirnos identificarnos, permite relacionarnos con el resto del mundo. Porque no se trata de una cuestión local, sino global. Por eso nos gusta viajar y visitar lugares, porque el patrimonio lo consideramos como parte propia y, en consecuencia, peregrinamos, aunque hayamos nacido en otro lado. El patrimonio es de localización concreta pero de voluntad universal.

El cambio de modelo de Barcelona y la apuesta por la realidad virtual se debió a que la afluencia de turistas sobrepasó el techo de posibilidades de la ciudad, convirtiéndola en un espacio insostenible que ni el propio sector fue capaz de absorber. Hacía falta una solución rápida y eficaz para devolver a los barceloneses una ciudad amable. De entrada el nuevo modelo fue visto como una amenaza para el negocio de la hostelería, que se opuso de forma rotunda. El motivo primordial fue que el plan comportaba una serie de derivadas que reducía a la mínima expresión el turismo tal y como lo habíamos entendido hasta entonces.

Barcelona siguió siendo uno de los destinos más apreciados a nivel global. Sin embargo, un porcentaje en torno al 75%, la visitaría sin tener que desplazarse. Las visitas in-situ se vieron minoradas hasta el punto actual, donde sólo el 25% de afluencia respecto a lo que fue el punto de inflexión es presencial. Las tasas aplicadas, así como el elevado coste para acceder al patrimonio de forma presencial en comparación con el acceso virtual, hicieron que desplazarse a Barcelona fuera algo que no todo el mundo pudiera permitirse. Este filtro supuso una barrera permeable. El plan supuso un notable incremento de la calidad de vida en la ciudad. Esto también hizo que el foco de las inversiones en nuevos iconos y, por tanto, nuevo patrimonio a medio o largo plazo, se situara en una apuesta virtual más que en el terreno de la construcción convencional. Se detuvo la creación de plazas hoteleras y, buena parte de los existentes, se repensaron como espacios de co-vivienda y de trabajo cooperativo.

Por otra parte, Barcelona fue la primera ciudad en la que galerías de arte, museos y bufetes de renombrados arquitectos apostaron por la creación de espacios virtuales. De esta forma se levantó una nueva Barcelona donde también el patrimonio intangible —la moda, el hecho de ser puerto de mar o la etiqueta de ser referente del calor mediterráneo— ganó protagonismo. La idiosincrasia es también parte del patrimonio. Estas particularidades definen el carácter de la ciudad. Son formas de hacer y de ser que se han ido configurando capa sobre capa a lo largo de épocas. Y seguirá siendo así porque el patrimonio es un presente que se está forjando de forma constante. Por eso era necesario repensar la relación entre el patrimonio y el visitante, para que, por contra de ser un problema, se convirtiera en el aliado principal contra el parque temático en el que se estaba convirtiendo Barcelona. Ahora, el patrimonio es parte de la vida.

Uno de los casos más simbólicos de esta transformación ha sido La Pedrera, convertida, en parte, en espacio museístico y, por otra parte, también en uso de vivienda. Estamos ante el replanteamiento de mayor magnitud realizado nunca con el patrimonio de la ciudad. Y está bien que así sea. La Pedrera no se diseñó y edificó para que fuera un museo. Debía ser un edificio de viviendas con las imperfecciones que implica un espacio con el que interactúan las personas. Ahora, aparte de ser un espacio visitable, es un espacio habitable. El caso de La Pedrera ha sido la prueba de que la preservación del patrimonio no requiere de estos niveles de protección o, de otro modo, tantas prohibiciones.

Santa Maria del Mar dibujada por Armand Fernández.

El balance del nuevo modelo es positivo. Los ingresos a través de las visitas virtuales no sólo se han mantenido, sino que incrementan año tras año. Y los costes de mantenimiento no se han visto alterados. Otro caso paradójico y similar al de La Pedrera es el de Santa Maria del Mar, un espacio originalmente destinado al culto católico pero que se ha convertido en un recinto donde tienen cabida actividades de carácter espiritual de cualquier religión así como actividades que invitan a la introspección al estilo del yoga o la meditación. Un día cualquiera como hoy es fácil que el paseo del Born sea el punto de encuentro de seguidores de estas disciplinas para participar en actividades dirigidas por maestros de referencia. Ésta es la diferencia entre abrir el patrimonio o limitar su disfrute.

Si se ama el patrimonio se protege de forma inmediata. Pero esto requería de una sociedad con autoestima. La Pedrera sigue siendo un espacio visitable, pero al mismo tiempo es un espacio habitable. Santa Maria del Mar sigue siendo un espacio de culto, pero al mismo tiempo es un espacio practicable. Dado su carácter universal, el acceso al patrimonio debe ser también universal. Y esto es lo que Barcelona ha logrado con el nuevo modelo: acceso universal al patrimonio y preservar la ciudad en todos los ámbitos de la ecología, también en aquellos aspectos que hacen referencia a la calidad de vida de los ciudadanos.

Cuando la conversación hace rato que avanza, Armand mira el reloj y me dice que deberíamos ir terminando. Tiene entradas para el concierto inaugural de la novena sinfonía de Beethoven en Viena, tal y como hoy, 7 de mayo, pero de mil ochocientos veinticuatro. Pago la cuenta. Son cuatrocientos cincuenta denarios, unos veinte euros actuales: ciertamente, si no se detiene, esa inflación acabará con nosotros.


Capítulo 1. La movilidad del futuro. Arquitecto invitado Joan Sansa.

Capítulo 2. El paisaje y la huella ecológica. Arquitecta invitada Sara Udina.