movilidad del futuro
Tramvia 48. El Morrot. ©Joan Sansa
LA BARCELONA UTÓPICA. CAPÍTULO 1

La movilidad del futuro

Éste es el primero de cinco artículos fruto de una conversación con un arquitecto municipal de la ciudad, en este caso Joan Sansa Hurtado, con quien hemos abordado la movilidad en la Barcelona del futuro

“Ha sido un largo trayecto en distancia, pero corto en el tiempo. Fluido. Sin interrupciones. Y sin ventanas, porque es un trayecto veloz, y en un trayecto veloz no hay nada que contemplar en el exterior. En vez de ventanas, el vehículo dispone de pantallas informativas y de publicidad. Y también los hologramas de una saxofonista que lleva puesto un gorro de lana y que ha interpretado en directo una pieza de Coleman Hawkins, y el de un bailarín de danza contemporánea que le ha acompañado. Antes de bajar, Joan les ha hecho una aportación económica a través de una aplicación”


La Barcelona utópica es el resultado de las conversaciones mantenidas con 5 arquitectos municipales. Cada una de las conversaciones ha girado en torno a una temática concreta, aunque el resultado, consecuencia de una visión integral de la ciudad, incorpora ideas transversales. La idea de esta serie de 5 artículos sobre una Barcelona utópica nace para dar alas a estos arquitectos que mantienen un estrecho contacto con la ciudad, algunos desde hace muchos años y, además, a diario. El ámbito creativo de los arquitectos municipales se ve a menudo limitado por las partidas presupuestarias, por los plazos de ejecución, por políticas del gobierno de turno… Entonces, sin entrar en partidismos, se han aventurado en el ejercicio de hacer cábalas sobre una Barcelona que nunca existirá, pero que podemos imaginarla.

Los artículos tienen un cariz futurista. Sin embargo, no todos se abocan a la ciencia ficción. Las lecturas invitan a localizaciones y rincones imaginados. A formas de la ciudad inventadas. A proyecciones de una sociedad barcelonesa alejada de la actual y, sobre todo, buscan hacer pasar un buen rato al lector. A excepción del texto en cursiva, que es una transcripción de parte de la conversación o de un proceso de investigación, el resto es fruto de la imaginación.

*Arquitecto invitado: Joan Sansa Hurtado, arquitecto municipal del Ayuntamiento de Barcelona.


Joan me dice de quedar en una cafetería a los pies del cementerio de Montjuïc, al final del cuello de botella de la Ronda Litoral, entre el morrot y el mar. Barcelona no tuvo más remedio que recuperar el espacio que había cedido a la zona industrial y vial, afirma Joan Sansa. Para venir hasta aquí desde Badalona lo ha hecho con un vehículo articulado y autónomo que recuerda a los antiguos tranvías, en concreto el número 48, que comunicaba la Rambla con Can Tunis. Y aunque tiene el abono del transporte integrado en regla, no ha necesitado introducir ningún ticket en ninguna máquina ni escanear tarjeta alguna. El vehículo articulado ha llegado puntual. Y el recorrido ha sido el que le había indicado el asistente virtual, al estilo de Her, el filme de Spike Jonze. No ha habido sorpresas. Ha sido un largo trayecto en distancia, pero corto en el tiempo. Fluido. Sin interrupciones. Y sin ventanas, porque es un trayecto veloz, y en un trayecto veloz no hay nada que contemplar en el exterior. En vez de ventanas, el vehículo dispone de pantallas informativas y de publicidad. Y también los hologramas de una saxofonista que lleva un gorro de lana y que ha interpretado en directo una pieza de Coleman Hawkins, y el de un bailarín de danza contemporánea que le ha acompañado. Antes de bajar, Joan les ha hecho una aportación económica a través de una aplicación.

Camino al establecimiento, Joan ha despachado un par de correos y ha pedido un café americano con una pizca de canela. Una vez a las puertas del establecimiento, un androide le ha acompañado hasta la mesa que también había escogido previamente y hemos compartido. Se sienta y conversamos sobre los diferentes focos de evolución de la ciudad a lo largo de la historia. Desde el Eixample que nunca fue, pasando por la emergencia de la vivienda durante el Franquismo, el paradigma del urbanismo coincidiendo con las Olimpiadas del 92 y, recientemente, el colapso consecuencia de la masificación del turismo y la inmediata reestructuración de un modelo de ciudad basado en la desaparición de las estructuras rígidas como es el caso de las antiguas Ronda de Dalt y Ronda Litoral.

Este último proyecto, el de las Rondas, levantó controversia. Pocos imaginaban que el cúmulo de chatarra al que antes llamábamos coches acabarían sustituidos por esta inteligente red de vehículos interrelacionados, emancipados por la tecnología intercomunicada, guiados por las coordenadas de una selva de sensores a lo largo y ancho de la ciudad que también conforma la ciudadanía. Y así vivimos exentos de distracciones, accidentes y averías comunes, y, por tanto, sin los atascos habituales, a pesar de contar con un solo carril para los vehículos privados. El resto de carriles han sido reemplazados por un área restringida a medios de emergencia como son la policía, las ambulancias y los bomberos, y también se ha destinado espacio de movilidad rodada para bicicletas, patines y otros, así como cintas de desplazamiento constante para peatones. Todo ello en un entorno y atmósfera exuberante de naturaleza abierta al mar. Una miscelánea de vegetación mediterránea, tropical y la agitación fantasma y puntual de fauna africana, como un zoo sin paredes. 

La recuperación y transformación de las Rondas supuso un renacimiento del litoral. El motor de esta transformación fue la necesidad de reubicar los centros educativos de la ciudad para ofrecer espacio abierto a los alumnos, huyendo de patios interiores y plazas duras. Y junto a los centros educativos, otros servicios complementarios como bibliotecas, casales deportivos, espacios de meditación y espiritualidad, y de ocio.

El resultado de esta Barcelona no es algo azaroso. Es la suma de un cambio de relación con el entorno. Nos dimos cuenta de que habíamos superado algunas líneas rojas. La pandemia de 2019 supuso un incremento del teletrabajo y una reducción de emisiones notables, factores que llevaron a una mejora plausible de los indicadores medioambientales. Y con los años hemos visto que, o volvíamos a esa manera de hacer, o la ciudad entraba en un punto de no retorno. La referencia de ese cambio, para Barcelona y otras ciudades europeas, fue Copenhage. Según un estudio de Deloitte en 2017 la capital danesa encabezaba, de forma destacada, los índices más bajos de dióxido de nitrógeno —aunque en ese momento todavía superaba los topes marcados por la UE—. En buena parte, porque más del 45% de su población se desplazaba para ir al trabajo, a la universidad o a la escuela en bicicleta. Y el 85% de los vehículos que circulaban por la ciudad eran eléctricos, híbridos o con motor de hidrógeno, con una red de más de 500 puntos de abastecimiento. En cuanto al transporte público, entonces contaba con un servicio de metro sin conductor que permitía el funcionamiento las veinticuatro horas del día los siete días de la semana, así como un sistema de tique integrado desde el centro de la ciudad hasta el aeropuerto. De esta forma, sólo el 4% de su red viaria quedaba bajo los efectos de los atascos.

Tranvía 48. El Morrot. 1919. Tranvía en el que está inspirado el vehículo articulado con el que Joan llega de Badalona. ©Joan Sansa

Acabada la conversación, Joan ha deshecho el camino con el vehículo articulado que recuerda a los tranvías y ha pedido, al asistente virtual, el concierto de Andrés Calamaro en el Luna Park de Buenos Aires en 2005. Antes de subir a casa ha pasado por un punto de recogida de paquetería, establecimiento que había sido una sucursal bancaria años atrás. Ha introducido el código correspondiente. Se ha abierto un armario, ha recogido el paquete y lo ha desenvuelto mientras caminaba. El envoltorio lo ha lanzado a la papelera inclinada (inclinada para favorecer que los ciclistas acierten).

Yo también he usado el vehículo articulado. Pero para ir a Gràcia, donde había vivido. La primera impresión ha sido que no ha cambiado demasiado. Las plazas siguen en su sitio. También las terrazas. Por supuesto, el oficio de camarero lo hacen los androides y el de vivir las personas, ahora que trabajamos menos y la renta básica universal es un derecho. Las últimas palabras de la conversación con Joan todavía resuenan: el cambio de la Barcelona tangible de las dos últimas décadas es exponencial si lo contraponemos a la transformación a lo largo de la historia, pero probablemente la diferencia es aún más notable en la Barcelona intangible: que hayamos pasado de medir las distancias en unidades métricas a consolidarlas en unidades de tiempo es una revolución. No me lo digas con metros o kilómetros, dímelo en unidades de tiempo: eso no hace sino demostrar que el tiempo ha acabado ganando la partida al dinero.

En la Plaça del Diamant, Mercè Rodoreda está sentada en un banco y narra un libro que nunca escribió en vida y que ya no hace falta leer: —¿recuerdas cuando decían que nos llenarían el cielo de drones?— dice. Al terminar, Rodoreda calla, mira al cielo y se maravilla de que se puedan ver tantas estrellas. Después el holograma se apaga y, pasado un rato, vuelve a empezar desde el principio.