Boceto de una Gran Via donde el tráfico rodado ha cedido protagonismo a los espacios verdes. @Joan Sansa Hurtado
LA BARCELONA UTÓPICA. CAPÍTULO 2

El paisaje y la huella ecológica

Conversamos con la arquitecta municipal Sara Udina sobre cómo Barcelona puede replantear su impacto con el entorno e incluso crear su propia reserva de biocapacidad ahorrando recursos naturales

“Sara celebra que de un tiempo a esta parte volvemos a casa con los zapatos sucios después caminar por la ciudad, como cuando vienes de pasear de la Gran Via de les Corts Catalanes, donde se ha recuperado un paisaje al que no se estaba acostumbrado a pesar de ser el de origen. Del antiguo espacio pavimentado sólo queda una cinta para vehículos rodados sin motor. El resto pasa bajo una capa de masa verde que aísla al transeúnte del impacto exterior. A su vez es un verde lúdico, no meramente funcional. Hoy, andar por la Gran Via es hacerlo por un amplio sendero de tierra y piedras combinado con espacios de convivencia”


La Barcelona utópica es el resultado de las conversaciones mantenidas con 5 arquitectos municipales. Cada una de las conversaciones ha girado en torno a una temática concreta, aunque el resultado, consecuencia de una visión integral de la ciudad, incorpora ideas transversales. La idea de esta serie de 5 artículos sobre una Barcelona utópica nace para dar alas a estos arquitectos que mantienen un estrecho contacto con la ciudad, algunos desde hace muchos años y, además, a diario. El ámbito creativo de los arquitectos municipales se ve a menudo limitado por las partidas presupuestarias, por los plazos de ejecución, por políticas del gobierno de turno… Entonces, sin entrar en partidismos, se han aventurado en el ejercicio de hacer cábalas sobre una Barcelona que nunca existirá, pero que podemos imaginar.

Los artículos tienen un cariz futurista. Sin embargo, no todos se abocan a la ciencia ficción. Las lecturas invitan a localizaciones y rincones imaginados. A formas de la ciudad inventadas. A proyecciones de una sociedad barcelonesa alejada de la actual y, sobre todo, buscan hacer pasar un buen rato al lector. A excepción del texto en cursiva, que es una transcripción de parte de la conversación o de un proceso de investigación, el resto es fruto de la imaginación.

*Arquitecta invitada: Sara Udina, arquitecta municipal del Ayuntamiento de Barcelona.


Sara propone encontrarnos en la coctelería del acantilado, donde se encuentra la sierra de Collserola con el mar, un corte de costa agreste de una majestuosidad notable a la altura del vuelo de las gaviotas. La coctelería es una cueva natural reformada que en su momento fue habitada por corsarios. Inspirada en la madrileña Angelita o la Little Red Door de París, forma parte de un nuevo concepto de bar más afectivo que los convencionales hasta el momento; una apuesta descarada por el producto artesanal y sostenible que hace desaparecer de la carta clásicos como Sidecar, Bood Mary o Cosmopolitan. La suya es una invitación a la proximidad. Buena parte de los combinados remiten a sensaciones de niñez de los ochenta y noventa como el membrillo, el cilantro, la zanahoria, la manzanilla o las mermeladas caseras. No faltan otros detalles como una atmósfera creada a base de plantas aromáticas o la propia cristalería, que ha sido soplada a mano. Sara, recomendada por el barman, se pide un Holy Basil, a base de albahaca, ginebra biológica de anae y vino de manzana. Yo opto por un Olive, un combinado de soda, vermut seco de Baldoria y espíritu de aceituna.

En este espacio urbano somos invitados especiales. Es un privilegio poder vivir aquí. Empieza diciendo Sara. Barcelona ya no es ciudad. Al fin hemos aceptado que esto es parte de un territorio y nosotros, los humanos, configuramos un entorno. Pero no al revés. Antes habitábamos este territorio desde una mirada dominante. Y era un error, porque si hemos podido crear ese entorno urbano es porque el territorio nos lo ha permitido.

Barcelona ha sabido replantearse. Ha dejado atrás el fuerte impacto de la huella ecológica que acumulaba a lo largo de los años. Incluso ha llegado a crear su propia reserva de biocapacidad, es decir, la facultad de ahorrar los recursos naturales que abastecen a la comunidad. La huella ecológica es clave para comprender cuál es el impacto que los humanos efectuamos sobre el medio ambiente para así cuantificar los recursos naturales que disponemos y utilizamos. En este sentido, la implantación de baremos de control ha permitido calcular el retorno que aportamos al territorio a cambio del uso de los recursos. Ha sido un proceso largo. Y se ha logrado a partir de políticas valientes como la deconstrucción de un modelo de ciudad encerrada, sin aperturas ni contacto real con la naturaleza. También a partir del nuevo concepto, donde los edificios públicos y privados se orientan a la preservación del medio ambiente y la conciliación por un estilo de vida más relajado y basado en la convivencia.

La implantación de baremos de control ha permitido calcular el retorno que aportamos al territorio a cambio del uso de los recursos

Bristol, en el suroeste de Inglaterra, fue el prototipo. Buena parte de la energía que emplea se genera a partir del viento y el agua, entre otros para alimentar a las más de 34.000 farolas de que dispone la ciudad. Además Bristol ha sabido crear una trama que combina desde amplias zonas exclusivas peatonales al centro y entorno, pasando por un extenso carril bici o la apuesta de la restauración por la oferta vegetariana y vegana y el producto de proximidad. Incluso algunos buses funcionan con materia orgánica. El resultado es que en diez años han logrado reducir sus emisiones en casi un 40%. No muy lejos de Bristol, otro ejemplo de apuesta por la biodiversidad que va más allá de una propuesta de convivencia para los seres humanos es la de Brighton, también en el sur, donde el plan de urbanismo obliga a que los edificios de nueva construcción incorporen ladrillos diseñados para ser nidos para las abejas o para los vencejos.

La Barcelona del futuro debe afrontar políticas valientes de deconstrucción. @Joan Sansa Hurtado

Sara destaca como puntos fuertes de esta nueva Barcelona la capacidad de la ciudad para recuperar las aguas que caen sobre cubierto, la aptitud para mitigar el efecto de calor a partir del replanteamiento de las calles, con un 50% menos de superficie asfaltada, y el incremento de la masa vegetal autóctona que genera zonas umbrías. Se demostró que la Barcelona diseñada para hacer más cómodo el entorno urbano a las personas acababa repercutiendo negativamente a largo plazo en ámbitos como la salud cardiorrespiratoria y el estrés. Por ese motivo, ha sido determinante que ciudades como Barcelona redescubran el territorio sobre el que fueron construidas. Este ejercicio de memoria, de reconexión de las grandes urbes con las raíces, ha permitido abandonar el foco egocéntrico del ciudadano y replantearse su relación con el planeta.

Sara celebra que de un tiempo a esta parte volvemos a casa con los zapatos sucios después caminar por la ciudad, como cuando vienes de pasear de la Gran Via de les Corts Catalanes, donde se ha recuperado un paisaje al que no se estaba acostumbrado a pesar de ser el de origen. Del antiguo espacio pavimentado sólo queda una cinta para vehículos rodados sin motor. El resto pasa bajo una capa de masa verde que aísla al transeúnte del impacto exterior. A su vez es un verde lúdico, no meramente funcional. Hoy, andar por la Gran Via es hacerlo por un amplio sendero de tierra y piedras combinado con espacios de convivencia: mobiliario urbano, cafeterías, quioscos, etc. Sólo si te adentras en el espesor de la naturaleza y atraviesas hacia el otro lado entras en contacto con la Barcelona que se mueve con prisa y que es cada día más virtual. La Barcelona que, como las demás grandes ciudades, necesita oasis para volver a la realidad.

Por ese motivo, ha sido determinante que ciudades como Barcelona redescubran el territorio sobre el que fueron construidas. Este ejercicio de memoria, de reconexión de las grandes urbes con las raíces, ha permitido abandonar el foco egocéntrico del ciudadano y replantearse su relación con el planeta.

De la Gran Via nacen ramales similares aunque de dimensiones más reducidas. Todo ello una trama que cruza y rodea la ciudad configurando un espacio natural. La Gran Via es, también, el pasillo del 22@, que además de ser el área de referencia para compañías del entorno digital, es el paradigma global de los modelos de convivencia en comunas y del activismo social y cultural. El 22@ se ha convertido en una alternativa ecológica y real a la vida gobernada por el estrés. El modelo que prevalece en este área es la vivienda cooperativa, un modelo que promueve una vivienda digna a un precio asequible, así como proyectos de convivencia orientados al ahorro energético, a la preservación del medio ambiente y a un estilo de vida opuesto al de las dinámicas del mercado.

Esta tarde, tras tender la ropa en el habitáculo compartido de la lavandería del bloque de apartamentos donde vive —un modelo que lleva años normalizado en los países nórdicos— Sara ha tomado parte de una sesión de yoga en el mismo distrito. Al terminar me ha enviado un correo electrónico. Quería complementar la conversación que habíamos mantenido en la cueva: las personas hemos vuelto a conectar con el entorno. Esto hace que ahora nos sintamos privilegiadas por el lugar donde vivimos y no de la forma como vivimos. Sin duda este hecho tiene un impacto extraordinario en la educación y, por tanto, en el futuro de la especie y del planeta.


Capítulo 1. La movilidad del futuro. Arquitecto invitado Joan Sansa.