Retrato de Luca Pacioli con un estudiante. Atribuido a Jacopo de' Barbari

Los orígenes de la contabilidad

A finales del siglo XV, Barcelona era una de las grandes plazas comerciales y financiera del Mediterráneo junto con Génova, Valencia, Nápoles o Venecia. Es en Barcelona cuando, bajo el patrocinio del editor Pere Posa, se edita en 1482 el libro de Francesc Santcliment, 'Suma de la art de arismètica'

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l desarrollo de la contabilidad moderna irá en paralelo a la sofisticación del comercio y las finanzas. Se tiene constancia de anotaciones contables ya en la civilización Sumeria, tres milenios antes de Cristo, donde, sobre tabletas de arcilla –el pariente más lejano del iPad–, se conservan anotaciones de saldos deudores y acreedores. Hay que dar un salto hasta las postrimerías del siglo XV, para volver a dar con cambios verdaderamente disruptivos en el ámbito contable cuando el grueso de la matemática desarrollada por árabes e indios se aplique a la actividad comercial que despegará con el Renacimiento europeo.

A finales del siglo XV, Barcelona era una de las grandes plazas comerciales y financiera del Mediterráneo junto con Génova, Valencia, Nápoles o Venecia. Es en Barcelona cuando, bajo el patrocinio del editor Pere Posa, se edita en 1482 el libro de Francesc Santcliment, Suma de la art de arismètica. Este incunable incorpora mejoras y contribuciones al más extenso Arte dell’abbaco (Treviso, 1478), muy popular en su tiempo, y que recopilaba toda la matemática práctica conocida hasta la fecha. Se trata de unos tratados, estos y otros que escritos en paralelo en otras ciudades comerciales, que siempre guardaban un apartado con anotaciones específicas para la creciente clase comerciante.

Principales rutas del mar Mediterráneo y del mar Negro en la época Medieval

Un poco más tarde, en 1494, Luca Pacioli (1445-1517), por el que Leonardo da Vinci sentía gran admiración, sentará las bases de lo que hoy conocemos como contabilidad de partida doble, es decir aquello del debe haber, pero nunca hay, de las modernas escuelas de negocio. Pacioli, nacido en una pequeña villa de la Toscana, vivirá entre Venecia, Florencia y Roma, en uno de los periodos más florecientes de la humanidad. De joven, estará a los servicios de un rico comerciante veneciano, Antonio Rompiasi, del que hemos de inferir que el inquieto Pacioli desarrollará su interés por los asuntos del comercio. Es también en Venecia donde se instruye en geometría y álgebra de la mano del maestro Bragadino. Si bien se considera a Pacioli el padre de la contabilidad moderna, estas técnicas de partida doble, o “alla veneziana”, se habían venido desarrollando entre los mercaderes del arco mediterráneo desde hacía dos siglos más o menos.

Antes del desarrollo de la contabilidad de partida doble, la manera de hacer las cuentas de un negocio era más bien simple, en consonancia con la simpleza también de las operaciones llevadas a cabo. Generalmente no había operaciones a crédito, y si las había eran acuerdos bilaterales sencillos, de manera que no había grandes diferencias entre el criterio del devengo y el de caja. Debido a que la escritura y la lectura aún no eran frecuentes durante la Edad Media, los estados feudales efectuaban el control de cuentas de forma oral. La persona encargada de una parte de la hacienda dictaba los gastos en los que se había incurrido durante el periodo y resumía el estado de las cosas en voz alta ante una serie de testigos llamados los auditores, literalmente “los que escuchan” y que daban o no su aprobación al relato. De ahí también el origen de la palabra que todavía designa esta tarea y profesión.

La incorporación del crédito, las tasas de cambio, o la necesidad de contar con un registro más exacto del inventario, generó la necesidad de desarrollar una contabilidad más precisa. Los productos se empezaban a comerciar de forma simultánea en diferentes puertos: una mercancía comprada en Mallorca, se podía manufacturar en Barcelona y luego dividir y transportar a varios puertos antes de su venta final. La cadena de valor se internacionalizaba y entre la compra y la venta de una mercancía podían pasar años.

Sin embargo, será Summa de Arithmetica, Geometrica, Porpotioni et Proportionalita de Pacioli el que siente las bases de la contabilidad moderna. Fue un libro de gran éxito comercial (se beneficiará de la invención de la imprenta algunos años antes), donde el renacentista veneciano detallará todo lo que sabía de matemáticas. El texto incluirá 27 páginas donde se describirá por primera vez con detalle y con múltiples ejemplos, el sistema de partida doble. Se trata de un sistema más seguro y exacto porque todas las transacciones se registran dos veces en un sistema integrado por diferentes libros: uno de seguimiento del día a día (que permitía llevar un control de inventario), y otro para llevar las sumas de las posiciones globales que, mutatus mutandi, llegan a nuestros días. Como todo se registra dos veces, si vendemos un fardo de lana por un ducado, hemos de registrar tanto la venta como el ducado. Cada entrada se reequilibra con su contrapartida guardando el conocido equilibrio de activo igual a pasivo en una simetría perfecta.

La adopción de estas técnicas no será inmediata. Se trataba de una innovación que exigía no poco esfuerzo y que se veía compensado solo cuando la sofisticación de las operaciones lo requería. No será hasta que Europa lance su Revolución Industrial cuando el lenguaje creado siglos antes por Pacioli se consolide definitivamente como la práctica comercial habitual al permitir a la nueva burguesía industrial dirigir las operaciones de los nuevos imperios y controlar sus haciendas.

Con todo, el gran objetivo de la mejora de la contabilidad no era la de disponer de una herramienta de gestión ni permitir el control de operaciones complejas, sino ante todo quería ser una herramienta que protegiera los intereses de acreedores y accionistas de un negocio, primero, de las sociedades limitadas, después (las primeras sociedades limitadas modernas se constituirán en Inglaterra en 1600). Proyectar una imagen fiel, actualizada, de todos los saldos de una compañía era la única manera de garantizar que los inversionistas de un negocio recibían de forma justa la parte proporcional de los beneficios. Obviamente, la contabilidad, e incluso una debida auditoría, no podían acabar con los fraudes o las estafas, pero sí que su nueva naturaleza y precisión permitieron establecer un lenguaje común que permitía generar confianza entre las partes y por extensión ensanchar los horizontes del comercio y la prosperidad.

Asomarse a los orígenes de la contabilidad permite tomar perspectiva sobre cómo durante siglos los usos y costumbres del comercio determinaron las buenas prácticas contables, también bancarias y comerciales. Mediante un proceso continuo de prueba y error, bottom-up, los principios contables se fueron afinando en un lento proceso de decantación. Por el contrario, las postrimerías del siglo XX y los inicios del siglo XXI, han sido testigos de múltiples alteraciones políticas a los principios tradicionales del derecho. Una modificaciones de carácter espurio, impuestas top-down, muchas veces para contentar a potentes lobbies (como la banca apalancada de Wall Street), lo que ha favorecido un sistema contable más cortoplacista y volátil que, demasiadas veces, ha olvidado su función principal que no es otra que la de proteger y generar confianza hacia acreedores y accionistas, que es lo mismo que decir la confianza al conjunto de la economía. Para la reflexión.