“Gracias a que siempre he tenido un trabajo que me ha dado para comer, fuera el que fuera, he hecho, hago y haré lo que me apetezca, sin que nadie me lo prohíba o imponga. Eso es muy importante, es grandioso, aunque a veces provoque úlceras”. El escritor, agitador y gestor cultural, José Luis Martín, afirma esto mientras se toma, a pie de barra, un café americano con hielo, “para despejarme del insomnio salvaje que en ocasiones padezco y que puede durar semanas”.
De fondo, el Piper at the gates o dawn, debut de sus adorados Pink Floyd, llena el aire con algunas de las mejores notas de la psicodelia británica y pone al paisanaje a salvo de radiofórmulas “basadas en algoritmos e intereses discográficos, una basura” y de tertulias o informativos, “que para mentiras, ya las podemos contar nosotros”.
Barcelonés cosecha de 1963 y criado “en una casa oscura y pobre, donde se adoraba al gallego cabrón, aquel del brazo levantado y que cuentan que le faltaba un testículo, donde el maltrato era el pan nuestro de cada día”, se fue de ahí al cumplir los dieciocho años “para no volver jamás”. Y con la misión vital de no proyectar aquellas dinámicas en su familia, en su mujer e hijas. “De momento creo que lo he conseguido, pero es una lucha constante”.
Ha ejercido infinidad de trabajos, “desde trapero a camello, traficante de alcohol, ensobrando propaganda electoral de partidos políticos legales, pero completamente inmorales, es decir, todos”. Durante ocho años, trabajó de taxista, casi siempre en el complicado turno de noche, “y un buen día me dijeron que me habían apuntado a una oposición sin yo saberlo y tuve que ir para no hacer un feo, y aprobé, por lo que llevo treinta y nueve años trabajando para el Ayuntamiento de L’Hospitalet de algo parecido a técnico de cultura, pero cobrando como auxiliar, y rogando y deseando jubilarme”. En paralelo, y como escribió una vez su amigo Carles Llacer, José Luis es “un tipo que hace lo que le da la gana”.
Hasta que le echen
Como tantos jóvenes en los años 80 y 90, apasionados por músicas menos obvias, el parroquiano se curtió haciendo fanzines y dando, luego, el paso a “una revista musical muy popular, de la que me echaron por no querer cambiar la reseña de un disco de Los Ilegales, del que la compañía había puesto la contraportada de publicidad”. Otro proyecto delirante fue “cuando me llamaron de una editorial porno para hacer la revista Free Rock, que dirigí durante cinco años, hasta que empezó a dar beneficios y, por lo tanto, no les servía para desgravar los impuestos de sus revistas obscenas, por lo que me echaron”. El siguiente paso fue fundar la revista Bad, “con la que llegamos a todo el país, pero no registré el nombre y un tipo más listo que yo, o eso pensaba él, que colaboraba conmigo, sacó Bad Magazine y me denunció, así que lo convertí en Bad Music y ahí sigue”.
Pero Bad Music también es un programa de radio y llegó a ser un programa televisivo. “Me curtí en emisoras piratas, luego pasé a Radio Cornellà, Radio L’Hospitalet, ComRàdio y ahora en ScannerFM. También hice diez años de televisión, porque un buen día, Carlos Torreiro, director de Radio y TV L’Hospitalet, me dijo que no tenía huevos de hacer el Bad Music en la tele y yo soy un poco McFly, así que pasó una década hasta que nos echaron por no cubrir la cuota del catalán. Registramos más de 2.800 conciertos. Tenemos un archivo visual que se lo comerá la humedad o las ratas, porque se lo intentamos ceder a las bibliotecas de L’Hospitalet, pero no saben qué hacer con los derechos de imagen”, lamenta antes de pedir una cerveza “bien fría”, y que no sea artesanal.
Involucrado en la organización de conciertos y festivales, su conocimiento musical le ha llevado a firmar una buena cantidad de biografías de algunos músicos de rock y pop como Deep Purple, Queen o Elton John e incluso se lió la manta a la cabeza dirigiendo el documental Barna Blues. La Historia del Blues en Barcelona, cuya realización le hace sentirse especialmente orgulloso.
Ahora acaba de debutar con la primera entrega de una saga de novela negra y pulp, Historias del 227, basada en sus años como taxista. El primer volumen, Una noche a muerte, está ya disponible y hay seis más escritos. Y, por supuesto, el autor piensa seguir con el proyecto “hasta que me echen”.
La ciudad robada
El escritor asevera que Barcelona era una ciudad que amaba de joven, “me encantaba, con su peligrosidad, su podredumbre, su Barrio Chino, sus tribus urbanas, sus peleas y chanchullos”. Pero, desde las olimpiadas, considera que la cosa cambió “y aunque todo lo vendieron para mejor, lo cierto es que ha degenerado en un escaparate para turistas, la gentrificación ha terminado de rematarla y hoy es una ciudad que no reconozco, solo para guiris, echando de los barrios a los vecinos, cerrando locales con solera. Por mucho que vendan cosas como las súper-illes para las personas, es mentira, son para los turistas, todo para ellos. Barcelona nos la han robado y cuando eso pasa es porque hay algún político que está poniendo la mano y recogiendo beneficios. Lo que más me repugna de la ciudad son los políticos, sean del color que sean, porque siempre han gobernado de espaldas a los ciudadanos y de cara a hacer una ciudad donde se recibe a todo el mundo y se es tolerante con todos, menos con los de aquí”.
El parroquiano reivindica el orgullo por una ciudad “que realizó la Huelga de la Canadiense, que fue capital del anarquismo europeo durante muchos años, la ciudad más libertaria del planeta, que tuvo episodios como la Semana Trágica o la huelga de tranvías de marzo de 1951, que supuso la primera bofetada de un régimen en el que te pegaban un tiro en la tapia del cementerio de Montjuïc por faltar al respeto a un señorito. Y con toda esta historia nuestra, ahora ya solo nos conformamos con ganar la liga de fútbol o la Champions o como se llame. La ciudad está muerta”.
—Lo que no está muerto es nuestra oferta gastronómica, por si quieres almorzar algo. Tenemos de todo: menú, platos combinados, bocatas o algo dulce.
José Luis Martín sonríe tristemente bajo la abundante barba. “Antes era de dulce, pero con la edad fui cambiando a lo salado. Desgraciadamente, ahora ya nada de nada. Me han prohibido el azúcar y la sal, por lo que soy bastante zonzo e insípido”.
Pasan unos segundos, se encoge de hombros y remata, riendo:
—Aunque puestos a pecar, prefiero lo salado: ¡donde se ponga un buen queso, sea de lo que sea, que se quite cualquier otra cosa!