Dani Vázquez
Dani Vázquez, en el Bar Antúnez de Barcelona. ©Àngel Bravo
UN COLACAO CON...

Daniel Vázquez Sallés: “Desde que Marc no está hay cosas que no he podido volver a hacer”

Quería ser Coppola, pero terminó siendo periodista y escritor. Una decisión nada fácil siendo hijo de uno de los autores más queridos, elogiados y prolíficos. Muchos lectores le han descubierto ahora como padre de Marc, un niño que nació con dos enfermedades minoritarias y que murió con 10 años cuando parecía que la vida le había dado una tregua. A él le dedica su último libro, 'El príncipe y la muerte' (Folch&Folch), un canto al amor por un hijo que fue su maestro de vida.

— Ésta es una de las entrevistas que más ganas tenía de hacer y creo que una de las que más va a costar.

 …

— Porque tocamos un tema complicadísimo como es la muerte de un hijo y tengo muchas preguntas. La primera, ¿cómo consigues contarlo con esa serenidad y sin romperte cuando hablas?

— Aunque no lo parezca mientras escribía el libro, me rompí. Tenía que parar para llorar, me iba a dar un paseo, descansaba dos o tres días y volvía a escribir. Creo que fue fundamental encontrar esta isla —Koufonisia— tan pequeña, solitaria y lejos de todo para poder encerrarme en mí mismo y en Marc.

— ¿En casa no habrías podido escribirlo?

— Habría sido imposible. Había demasiadas cosas que me dolían y también existía el peligro de que, si no podía seguir, me fuera al cine o a ver a un amigo. En Koufonisia no había nada que hacer. Sólo caminar. Tiene 5 kilómetros cuadrados.

— Esto ya lo caminan algunos yendo y volviendo del trabajo.

— En menos de un mes hice más de 300 kilómetros.

— Una cosa es escribir el libro y otra hablar de ello en las entrevistas. ¿Está siendo dura la promo?

— Lo que quería con este libro es que la gente, cuando terminara de leerlo, pensara que va sobre la vida y no sobre la muerte. Yo ya tuve unos meses para hacerme la idea de cómo explicarlo, porque lo conocía perfectamente y estaba preparado para hablar de ello.

— Después de leerlo pienso que me hubiera encantado conocer a Marc.

— Porque Marc provocaba esto en la gente. Cuando acababas de estar con él, eras más feliz. Transmitía tanto amor, tanta simpatía y tanta bondad que la gente se quedaba con esto.

— ¿Él lo notaba?

— Era un tío muy listo. Él captaba a la gente y veía si era una persona que le daba paz o no. Él buscaba paz y tranquilidad porque nunca las había tenido.

— ¿Qué estaríais haciendo un viernes por la tarde?

— Últimamente, me iba a Madrid los jueves y así el viernes podía ir a buscarle al cole, que es de las cosas que más me gustaban. Y si me quedaba en Barcelona, ​​pensaba en él. Me levantaba pensando en él y me dormía pensando en él. Yo vivía en Barcelona, pero mi mente estaba en Madrid. Le sigo pensando y trato de mantenerlo vivo.

— Marc nació con dos enfermedades minoritarias. ¿Cuándo os disteis cuenta de que estaba enfermo?

— A los 20 minutos de llegar a la habitación. Estábamos preparándonos para ir a dormir, estábamos muy cansados ​​y pensábamos en cómo sería la vuelta a casa. Pero cuando entró la enfermera para mirar que todo fuera bien nos dijo que el color que tenía Marc no le gustaba. Lo bajó un momento en la UCI y ya no salió. Allí empezó todo.

Dani Vázquez

— ¿Os dieron algún pronóstico de vida?

— Nos dijeron que el enfermo más mayor con el síndrome de Ondine tenía 30 años. Pero no teníamos claro cuál era el grado de su enfermedad. Este síndrome provoca que quien la padece deje de respirar cuando se duerme. En ese momento no sabíamos si Marc tendría que estar conectado toda su vida a una máquina, durmiera o no. Poco a poco lo vas superando, pero con la certeza de que el niño tendrá que estar conectado cuando esté inconsciente. La otra enfermedad, la de Hirschprung, en principio, iba a ser más fácil de controlar.

— Desde el primer día Marc se enfrentó a la posibilidad de morir. ¿Te sorprendió su capacidad de sobreponerse a las adversidades constantes?

— Sin esa capacidad de sobreponerse no habría sobrevivido. Su inmenso amor por la vida hizo que tuviera la capacidad de encontrar la felicidad en las cosas más pequeñas. Desde un zumo de piña a un paseo o un cielo estrellado.

— Dices que fue tu maestro de vida.

— Sin ser consciente de que lo era.

— Los tres primeros años de vida de Marc los vivisteis en un hospital. ¿Os dieron apoyo psicológico?

— Ahora que hablamos tanto de igualdad, ayuda psicológica por parte del hospital sólo se le ofreció a la madre.

— ¿Y a ti no?

No. Y el padre, que es responsable del hijo igual que la madre, también tiene el derecho a recibir apoyo psicológico.

— ¿No lo reclamaste?

— No, porque estás tan perdido en esos momentos. No haces planes más allá de 24 horas porque no sabes qué va a pasar. Y te vas quemando por dentro y acabas cabreado. Cada día pasaba por delante de San Joan de Déu, lo veía desde la Diagonal y de repente aquel hospital pasa a formar parte de tu vida. Y entras en un mundo complejo que ni imaginabas que existía.

— Marc vivió momentos muy duros, terribles si pensamos que era un niño, pero dices que nunca se quejaba.

— La primera vez que nos dijo “me encuentro muy mal” murió al cabo de cuatro días.

— ¿Allí pensaste que algo iba mal?

— No, porque Marc siempre salía adelante. Recuerdo que cuando ingresó entró una de las enfermeras y me dijo: “confía en que todo irá bien, es Marc”. Y lo decía porque Marc siempre salía adelante. Era una bestia. Después de una operación, lo primero que hacía cuando despertaba era sonreír.

— ¿Él era consciente de que podía morir?

— La muerte había sido una compañera de vida, por eso el título del libro. Pero le llegó en un momento en que estaba bien. Empezaba a escribir, quería leer, hacer cosas que hacía la gente a la que amaba. Quería aprender, ir a la escuela. Y eso es lo que más duele de todo. Porque estaba bien y murió por una bacteria hospitalaria.

— En el libro hay una crítica directa contra los errores médicos. ¿Has perdido la confianza en los médicos?

— He perdido la confianza en ciertos médicos que tienen ciertas actitudes

— ¿Qué actitudes?

— Un enfermo debe apoyarse en dos puntos fundamentales para mantenerse fuerte, la familia y los médicos. Yo digo siempre que no podría ser médico porque la responsabilidad que tienen de intentar salvar vidas es dificilísima. Pero una cosa es la responsabilidad y otra la irresponsabilidad.

— ¿En qué se fue irresponsable?

— En las medias verdades. En medicina, cuando eres un paciente, las medias verdades son como las mentiras más crueles. Yo quiero saber qué le ocurre a mi hijo y si se le hace una operación y sale mal, dime que ha salido mal y a partir de ahí, ya me haré a la idea. Pero estar un año mareando la perdiz y que nunca apareciera la palabra incontinencia, es algo que no puedo perdonar.

— Has escrito un libro precioso. Lo he recomendado mucho. Pero me he encontrado con gente que me ha dicho que lo tiene, pero que no está preparada para leerlo.

— Esto me lo ha dicho mucha gente. Por eso desde el primer momento ya hago un spoiler contando cómo acaba el libro, porque no quiero engañar a nadie. A partir de aquí tú decides si quieres leerlo o no. Pero les digo que creo que se van a sorprender porque en el fondo es un libro sobre el amor. También sobre la muerte, pero hay mucho amor y luz, duelo, viajes e instinto de superación.

— Y has conseguido algo muy difícil como es explicar la muerte de un hijo evitando lo lacrimógeno.

— No hace falta hacer un libro lacrimógeno para hablar del duelo. Mi hijo era vida. Era un tío que no lloraba porque para él llorar era demostrar una debilidad que no quería. La gente que lo lee puede sentirse identificada en muchas cosas.

— Todo lo que has vivido, ¿dirías que te ha hecho más espiritual?

— Mucho más. Y siento no ser religioso. Quizás estoy más cerca del cristianismo puro que del catolicismo. Te diría que soy un falso ateo.

— Hay muchos de estos por la vida.

— No sé si lo he hecho por necesidad, para intentar encontrar una respuesta al porqué mi hijo ya no está. Cuando hacía dos años que había muerto fui a Montserrat y le encendí dos velas. Y ahora, iglesia a la que voy, iglesia en la que enciendo velas. Y también hablo con él.

— Una manera de que esté aquí todos los días.

— Sí, pero hay cosas que hacía con él, caminos que recorríamos juntos, que todavía no he podido volver a hacer. Sitios a los que no entro porque iba con él. Por ejemplo, desde su muerte, no he vuelto a comer sandía. Uno de los sueños de Marc era poder aprender a masticar y comer sandía como hacía su padre.

Dani Vazquez Cristina Puig

— ¿Cuándo decidiste que esto tenías que contarlo en un libro?

— Tenía la necesidad de explicar el paso de Marc por el mundo. Era un niño de 10 años que siempre había estado enfermo, pero que había sido un modelo existencial para todos los que habían estado a su lado. Y tuve la suerte de encontrar un editor valiente, Ernest Folch, que confió en mí y que tuvo paciencia.

— ¿Quién fue la primera persona que lo leyó?

— Cris (Jolonch).

— Qué importante que ha sido Cris Jolonch en tu vida, ¿no?

— Es la hermana que no he tenido. Nos conocimos con 18 años. Es una persona muy importante, que estuvo allí durante la semana que murió mi hijo y que me ayudó a superar mis adiciones. Venía todos los viernes a las terapias de familia, con mi madre.

— ¿Por qué eras adicto?

— Porque soy de talante adicto. Piensa que cuando estás ingresado haces siete horas de terapia al día y te vienen golpes por todos lados. Tienes mucho rato para pensar y reflexionar sobre tu vida y te das cuenta de que el alcohol y la cocaína los has utilizado para paliar tu carácter de adicto. También con las relaciones amorosas. Porque para un adicto es o todo o nada. Y después te das cuenta de que en la vida también hay grises. 

— ¿Por qué es importante hacerse la cama?

— Porque es lo primero que haces cuando sales del centro de rehabilitación.

— ¿Antes no te la hacías?

— No. Hacerse la cama es el orden. Empezar la casa por la base. Todo esto cuando eres adicto no lo tienes. Y después viene todo el tema de la vergüenza y de la confesión.

— ¿Qué vergüenza?

— Al principio si hay una reunión familiar y hay alcohol, no vas. A veces la familia y los amigos te dicen: “no habrá alcohol y así podrás venir”. Todo esto hay que gestionarlo. También te das cuenta con el tiempo que cuando vas a un restaurante es mejor decirle al camarero que eres alérgico al alcohol que ex alcohólico.

— ¿Por qué?

— Porque si dices que eres ex alcohólico te miran como diciendo: ¡vah! y, en cambio, si dices que eres alérgico irán con mucho cuidado de no servirte nada que lleve alcohol. Yo siempre recomiendo que si te da vergüenza digas que eres alérgico.

Dani Vázquez

— La muerte de Marc debió ser una prueba de fuego.

— Mucha gente pensó que recaería. Pero fue al revés. ¿Qué pensaría Marc si viera que he vuelto a beber?

— ¿Todavía te asusta el teléfono que suena de madrugada?

— ¡Por supuesto! Hace poco mi otro hijo, Dani, me llamó de madrugada para recordarme una cosa y ¡casi lo mato! Le dije: “no me lo vuelvas a hacer nunca más”.

— Te enteraste de la muerte de tu padre también con una llamada de madrugada.

— Sí. ¿Sabes que tenía un guion escrito que comienza con un tío que se despierta a las 4 de la madrugada porque le llaman y le dicen que su padre ha muerto? Lo escribí en el 99 y mi padre murió en el 2003. Recuerdo que cuando mi madre me llamó a las 4 de la madrugada para decirme que mi padre había muerto en el aeropuerto de Bangkok pensé: ¡hostia!

— ¡Qué miedo!

— No sé si lo escribí porque estaba obsesionado.

— Porque tu padre viajaba mucho.

— Porque mi padre tenía un corazón de mierda y llevaba una vida de mierda. Porque allá dónde iba todo era un viva la vida. Él siempre decía que viviría 5 años más de los que finalmente vivió.

— Antes de ser periodista y escritor te fuiste a vivir a Nueva York para hacer cine. Querías ser Coppola.

— Y no llegué ni a ser Ozores.

— ¿Qué impidió que pudieras ser Coppola?

— Decisiones equivocadas. Si yo hubiese llevado otro tipo de vida y hubiese tenido una mente diferente, podría haber salido bien. Hacía guiones demasiado literarios, me decían.

— Es lo que tiene ser hijo de Vázquez Montalbán. ¿Le llegaste a preguntar alguna vez si servías?

— Con los años me fui acercando a él para contarle confidencias. Mi padre era muy sensible, aunque no lo pareciera. Y a los 30 años, en plena crisis personal de esas en las que todo es un caos, le dije que dejaba el cine. Y me dijo: “¿cómo quieres dejar algo que todavía no has hecho?”. Y dije, ¡será cabrón! ¡Mi padre era de pocas frases, pero cada frase que decía era un libro!

— ¿Te dijo él que escribieras?

— Me lo decía muy a menudo. Siempre me apoyó en todo. Y cuando hice mi primera novela se la di a él como primer lector.

Qué momento…

— Lo recuerdo perfectamente. El problema es que murió seis meses después de su publicación.

— Terminas siendo periodista y escritor, como tu padre. No debió ser fácil siendo hijo de quién eras.

— En el fondo ya sabía dónde me metía.

— ¿A qué te refieres?

— Pues que yo era hijo de uno de los autores que más se comprometió políticamente. Y pasa que, cuando estos autores después ya no están, aparecen las pirañas.

— ¿Salieron muchas?

— Una cuantas. Y las peores pirañas, las que más me despreciaron, fueron personas muy cercanas a mi padre. Esto fue muy duro.

— ¿Has vuelto a Koufonisia?

— Todavía no. El próximo verano, seguramente. Hay que ir ahora porque en diez años se convertirá en un Mikonos.

— ¿Tienes en mente otro libro?

— Sí. Quiero hacer uno que se llamará Los felices 80.

— A ver qué cuentas, que yo soy mucho de los 80.

— ¡Y yo también! Todos mis amores platónicos son de esa década: Nastassja Kinski, Kim Wilde, Olivia Newton-John…

— Duran Duran, Spandau Ballet…

— Vi a Tina Turner en Londres y ¿sabes quién era el telonero? Bryan Adams.

— ¿Quieres desmitificar los 80?

— No se trata de desmitificarlos, sino de explicar las cosas. Quiero empezar el libro hablando de la muerte de John Lennon.

¿Cómo la recuerdas?

— Yo era fan de los Beatles desde los 5 años, pero un fan auténtico, un loco de los Beatles. Piensa que yo llevaba el reloj en la mano derecha porque Paul McCartney lo llevaba en la derecha, iba por el mundo con los discos de los Beatles y ¡un tocadiscos a pilas! Me sabía todas sus canciones. Y recuerdo perfectamente el día en que, yendo en coche a la escuela con mi padre, en la radio dijeron que había muerto. Me empezaron a caer las lágrimas y mi padre, que iba conduciendo, me cogió de la mano. No tuvo que decir nada más.

— ¿Te lo estás pasando bien escribiéndolo?

— Estoy buscando el tono. Cuesta, pero creo que ya lo he encontrado. En dos frases, una que dijo el exministro Solchaga, aquella de “España es ese país en el que uno se puede forrar en el menor tiempo posible” y la otra, una frase de Groucho Marx que dice que “la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, un pequeño avión…”. —ríe—

— ¿Cómo te gusta tomarte el ColaCao?

— Aunque no me gusta la leche de vez en cuando tomo uno y es como volver al país de tu infancia. Y ese ritual divertido de intentar romper los grumos.