“Un Jack Daniel’s Honey, por favor”, pide, tras haberse homenajeado con una opípara cena de carta en el Bar. “Me lo tomaré en la barra”, avisa, mientras de fondo el soplido de una armónica, acompañada por el punteo de la guitarra de su adorado Bruce Springsteen, anuncia los primeros compases de Nebraska. El escritor Jordi Macarulla sonríe, entonces, ampliamente con este inesperado reencuentro con el héroe musical de su juventud.
“A mí lo de escribir me ha gustado toda la vida. De pequeño, las mías eran las mejores redacciones de la clase. En mi casa siempre hubo muchos libros y desde niño yo ya escribía cuentos”, explica acodando su metro noventa a la barra. “A los quince sí tuve una epifanía, porque tuve una profesora en el Institut Maragall que no es que fuera especialmente buena, pero sí sentía un gran énfasis por la literatura, que me transmitió. Aquella mujer me enamoró de La fontana de oro de Pérez Galdós, y mi relación con el mundo de las letras cambió. Se convirtió en una pasión”.
—¿Y cómo se llamaba aquella profesora?
—¿Te puedes creer que no consigo acordarme?— ríe.
Tras sus años de instituto, Jordi Macarulla cursó Filología Hispánica en la UB, una etapa que recuerda con especial cariño, “porque conocí a gente muy trascendente en mi vida como el editor Marc Romera o el profesor Lluís Maria Todó”. Entonces, simultaneaba la escritura de cuentos con la de poesía. “No te haces a la idea de lo eficaz que es la poesía para enamorar a una chica”, explica el escritor, que confiesa que en su juventud “no ligaba en las discotecas, sino en las bibliotecas”. Aquella facilidad para componer versos y sonetos acabaría convirtiéndole en el poeta de bodas de amigos, conocidos y, más adelante, parejas en busca de un pareado bien echado para sellar con palabras bonitas su —más o menos eterna— alianza.
Completó la carrera con estudios de Recursos Humanos, Criminología y Psicopatología y, como gran fan de Raymond Carver, no dejó de escribir relatos que, en ocasiones, le acarrearon algún que otro problema: “Tiendo a meter en mis cuentos a gente de mi entorno y, claro, luego los leen. Por ejemplo, fue el caso del gerente de una empresa en la que trabajé y al que mataba literariamente de una forma cruenta y, la verdad, merecida. ¡No veas qué pollo montó!”. La cuestión es que, en 2006, Jordi ganó el XII Premio de Cuentos del Ateneo de la Laguna, lo que le llevó a que se publicara, al año siguiente, su primer libro, Formas del Relámpago, una selección de diez relatos “que tuve que elegir entre los más de cien que tenía escritos” para la veterana editorial canaria Baile del Sol.
De las miserias de la empresa a las voces para Bruce
Por aquella época, en pleno contexto de crisis, Jordi Macarulla trabajaba para una empresa situada en un polígono industrial de Castellbisbal. El viaje de ida y vuelta a su casa era largo y ahí tuvo dio tiempo de madurar la idea de escribir algo que no fuera un relato. Algo más largo. Una historia sobre los depredadores, verdugos y víctimas del mundo laboral. De este modo, se enfrascó en la escritura de su primera novela, la turbia Desagüe, “que entre que acabé de escribir y demás me llevó siete años” y que salió en 2017. “Hasta la fecha, es de lo que más orgulloso estoy a nivel literario”.
Poco después de la publicación de este libro, se puso ya a trabajar en la que tenía que ser su segunda novela, pero entonces surgió una oportunidad. “La editorial quería celebrar su 30 aniversario con la publicación de algunos autores de su catálogo y yo era uno de ellos, así que me pidieron un nuevo libro con un año de margen”. Enseguida supo que, como buen escritor de fondo que se toma su tiempo para apuntalar sus obras, nunca iba a poder entregar la novela que tenía pensada, así que cambió por completo de registro y, ayudado por los meses de confinamiento, escribió Ahora estarías aquí conmigo, una obra dedicada a la memoria de su perro Bruce, fallecido poco antes, y con el que había cultivado una relación muy especial.
Tras su publicación, surgió otro proyecto. “Mi madre siempre ha sido muy lectora, pero ha perdido mucha visión y le cuesta muchísimo leer, así que convertí la historia de Bruce en un audiolibro para ella. Conté con las voces de más de cien amigos, familiares, allegados y otros escritores como Llort, Rosa Ribas, Raquel Gámez o Susana Hernández. A mi madre le encantó y en breve lo colgaremos en Spotify”.
—¿Y la novela que tenías en mente?
—Pues espero acabarla en dos años. Si se ralentiza, haré como con la anterior: me enclaustraré los fines de semana en la biblioteca Jaume Fuster hasta terminarla.
La decadencia tal vez fuese mejor
Nacido en el Raval, con la niñez transcurrida en Can Baró y la adolescencia en “el barrio total” de Gràcia, cuyas calles, bares y fondas pisó y vivió con intensidad, Jordi Macarulla vive ahora con su mujer y su hijo en Esplugues, donde dirige el club de lectura de la biblioteca Pare Miquel. Y reconoce que, aún gustándole todavía Barcelona, “ya no me encanta tanto como antes. Además, según voy cumpliendo años me llama más ir a retirarme a La Garrotxa o algún sitio similar”.
Este desenamoramiento tiene una causa clara: “La masificación, las hordas de turistas que atestan todos los sitios. Eso me repele. Yo ya soy consciente de que antes Barcelona era objetivamente más fea, estaba más descuidada, era una ciudad decadente con una esencia canalla que quizás tendemos a romantizar, pero que se ha perdido en favor de una masificación que yo creo que es aún peor”, lamenta, atizándose el último trago de bourbon almibarado.
—Aquí al Bar apenas sí vienen turistas. ¿Te pongo otro Jack Daniels de estos?
Las notas del Open all night de Springsteen llenan el aire y Jordi Macarulla se anima:
—¡Venga, sí, ponme otro!