“Mi padre me decía que me tenía que dedicar a lo que a mí me gustara, porque cuando haces lo que quieres, incluso cuando vienen mal dadas y atraviesas etapas difíciles, siempre obtienes una recompensa. Y es verdad: poderte dedicar a lo que te gusta, a lo que quieres, tiene su precio, pero también sus grandes recompensas”. El músico y compositor Adrià Gual reflexiona en voz alta a pie de barra, ante un cortado descafeinado y una agua de Vichy sin limón. En la calle ya ha anochecido, noctámbulo como es este barcelonés, bisnieto del célebre dramaturgo del mismo nombre, al que a veces le cuesta “irme a dormir antes de que amanezca, porque por la noche se trabaja muy bien”.
De fondo, el silencio, “al que tanta gente le tiene miedo, pero que no mata a nadie” y, por delante, la conversación rica de quien debe al menos parte de su gran retórica a las barras de bar.
“Yo he hecho muchísimas cosas. Estudié unos años para arquitecto y después tres en Derecho, pero finalmente, a los 24 años, me decanté por el diseño gráfico en Elisava. Durante un tiempo me estuve dedicando a esa labor, mientras tocaba en diversas formaciones amateurs de la ciudad”. Así, Adrià militó en las filas de bandas, algunas tan trascendentes y recordadas como Los Soberanos, Los Walkysons, Kongsmen, Waldorf Astorias o The Fabulous Ottomans, al tiempo que desarrollaba su carrera como diseñador gráfico en diversas agencias. “Disfrutaba mucho de mi trabajo, pero luego llegó la crisis de 2008 y todo cambió. Me quedé en paro e iba a entrevistas con agencias, de las que salía con el deseo de que no me contrataran. Fue entonces cuando decidí montar un proyecto musical profesional junto con Dani Segura”. Así nacieron The Excitements, en 2010.
Una anomalía en el entorno musical barcelonés
Articulada como banda de R&B y soul, The Excitements arrancaron fuerte, “con una media de 100 conciertos en un año bueno y unos 70 en un año malo”, y viajando por todo el país y el extranjero, “haciendo las cosas bien, a pesar de que todos veníamos del underground, o rebotados de las escuelas de música, lo cual siempre se ha visto como una suerte de anomalía por parte de la escena musical profesional de la ciudad”.
—Aunque no pertenecierais al establishment musical, teníais rodaje previo con un sinfín de bandas.
“Puede que sea eso, y sobre todo también es el hecho de que, pese a estar en un circuito profesional, nunca hemos dejado de dar apoyo al fandom de base”, replica a propósito de pequeños festivales y salas de concierto y promotores vocacionales, “porque la gente que te encuentras cuando subes, es la misma que te encuentras cuando bajas, y ese es el público realmente fiel, el que siempre va a estar ahí. Olvidarse de ellos es traicionarse”. Pura ética underground.
La llegada del Covid supuso tener que echar el freno de mano para la banda, que se ha reestructurado, con nueva cantante, Kissia San, y ya sin Dani Segura. Este proceso se ha plasmado en el álbum Keepin’ on (Satélite K), cuarto de la banda y con arreglos del prestigioso músico neoyorquino Neal Sugarman, y sigue su curso en la búsqueda de nuevos conciertos para volver a un nivel de actividad previo al de la pandemia.
En paralelo, forma parte de Los Perlas, una banda de rumba en clave punk, con la que acaba de plastificar sendos discos de siete pulgadas para el sello Family Spree.
“Entretanto, también estoy trabajando en una novela de tono humorístico que tengo bastante encaminada”, anuncia el parroquiano que remata, tomándose la multiplicidad de sus pasiones con humor, con una cita al historietista José Escobar: “hombre de muchos oficios, pobre seguro”.
Una ciudad de alma incendiaria
Hubo un momento en que el músico Adrià Gual aborreció Barcelona. “Solo veía sus aspectos negativos, sus complejos de inferioridad en querer ser una urbe más moderna de lo que era, todo aquello que no me molaba”. Marchó entonces una temporada en Madrid, donde ya había transcurrido algunos años de infancia, y ahí trabajó y disfrutó. “Hasta que un día tuve que venir aquí para un tema de curro, y me encontré en Gràcia, que ni siquiera es un barrio que me encante, pero estaba en aquel bareto, un día espléndido de primavera, con la luz colándose por el ventanal, y caí en la cuenta de que echaba de menos esto. Así que sin dejar de arrastrar mi afecto por Madrid, decidí volver”.
—Eso fue en 1999. ¿Cómo vives ahora tu relación con la ciudad, casi un cuarto de siglo después?
El parroquiano sonríe con inteligencia, mientras bebe con parsimonia su agua con gas y busca las palabras. “No voy a entrar en el tema manido de que de la Barcelona de antes molaba todo, y ahora nada, porque no es verdad. Pero creo que la ciudad ha empeorado en muchos aspectos por causa de diversos consistorios que la han ido moldeando a su imagen y semejanza, y no en función de las necesidades reales de los barceloneses. La ‘Ciudad de éxito’ cacareada por Clos para decirnos que era una urbe para ricos donde los demás no teníamos lugar, y ahora, con el actual consistorio, que está haciendo una ciudad para gente como ellos, que no tiene nada que hacer, que no tiene que trabajar, por ejemplo transportando y descargando mercancías de un lado a otro”.
—Quizás, es que no protestamos lo suficiente.
Adrià Gual no pierde la sonrisa bajo su perilla blanca. “Cada cierto tiempo, a Barcelona se le agota la paciencia y sus calles arden. La ciudad ha sido escenario de revueltas, desde la Jamància o la huelga de La Canadiense, hasta los disturbios en plaza Urquinaona. De hecho, creo que ese carácter incendiario es el principal punto de integración de aquí”, replica, y apura su bebida antes de sentenciar, casi con un guiño cómplice:
—Y eso me gusta.