“Siempre me ha interesado la cultura en toda su diversidad. Me entusiasma la interrelación de las artes y, por supuesto, el teatro. De hecho, me siento orgulloso de mi voluntad de saber, de mi interés por casi todo. Lo que menos me interesa es el deporte… Sólo me gusta saber que ha ganado el Barça, ¡pero eso es en honor de mi padre, que era un grande culé!”.
Francesc Viñas Faura ha llegado a tiempo para una copa de Corpinnat, “que no tiene nada que envidiar a la mayoría de champañas franceses”, antes de cenar un menú “de los de primero y segundo plato, con copa de vino y, sobre todo, postre”. De fondo, una selección musical variada es tolerada “hasta que suene reggaetón. Entonces, por favor, cambia de emisora o apaga la radio”.
Ha ejercido de profesor de literatura y ha sido director del Institut Arquitecte Manuel Raspall de Cardedeu, donde además de varias generaciones de alumnos también ha formado a directores de centros escolares. Apasionado de la literatura y el teatro, fue director del servicio de cultura del Ayuntamiento de Granollers a finales de los 80 y es el conductor de los clubes de lectura Llegir el teatre del TNC y en las bibliotecas Can Pedrals de Granollers y Núria Albó de la Garriga. También imparte el curso Literatura i Arts para la Universidad Popular de Granollers (UPG) y colabora activamente con la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana (AELC).
En 2020, su amor por la cultura se plasmaba en la publicación de su primer libro, La Garriga i la literatura, dedicado a estudiar a fondo el sustrato literario de su pueblo natal. Ahora, el parroquiano vuelve a las librerías con el impresionante El teatre de la natura a Catalunya (Godall): el primer libro que abarca un fenómeno intransferiblemente catalán que se desarrolló durante el primer cuarto del siglo XX y reivindicaba el paisaje como escenario de la obra teatral. “Es un tema desconocido, pero que dice mucho a favor de nuestro país. De origen francés, fuera de Catalunya este fenómeno cultural no existió. Un periodista de un diario madrileño de la época, asistente a una de las representaciones del teatre de la natura, decía que en Madrid sólo les gustan los toros y ya está”, ríe. Profusamente documentado e ilustrado, el libro arroja luz sobre una forma de hacer teatro que se vivió en diversas localidades catalanas en pleno esplendor del Modernismo burgués.
El camino de alumno a maestro
“Ni el catalán ni la literatura catalanas existían en los centros educativos de los años 70, era deplorable”, lamenta Francesc, que recuerda con especial cariño cómo le cambiaron todas las coordenadas cursando sexto de Bachillerato: “Por primera vez, nos hicieron leer libros de grandes autores españoles y de algunos autores franceses como Albert Camus y su L’étranger”, rememora, recién servido el primer plato del menú. “Aquello me abrió todo un mundo de posibilidades”.
Aquellas lecturas fueron la semilla de un momento clave en su vida, “cuando, acabado el preuniversitario de ciencias, decidí estudiar Filología en la Universitat de Barcelona”. Eran tiempos de aprendizaje constante, de nadar en distintas direcciones en busca de referentes culturales, muchos de los cuales habían quedado ocultos bajo el peso de las largas décadas de la dictadura y su forzoso olvido institucional. También fueron años de hacer historia, además de leerla. “Un hecho para mí muy relevante fue el de mi participación política en 1979 en el primer gobierno democrático que hubo desde el final de la guerra en mi pueblo, La Garriga, junto a la escritora Nuria Albó como alcaldesa”. Fueron unos años intensos y muy apasionantes.
El círculo se iba a cerrar cuando, “espoleado por mis compañeros, decidí aceptar la dirección de un centro de secundaria. Aquel supuso uno de los grandes retos de mi vida, que emprendí con voluntad transformadora dentro de los límites y encorsetamientos gubernamentales”. Así fue como, aquel chico que se había enamorado de los libros y de la cultura con Camus, se convirtió en alguien con voz y voto dentro de un sistema pedagógico sobre el que ahora ya no pesaban los silencios, vergüenzas y omisiones del anterior régimen.
Aguardando un nuevo estallido
Para Francesc, Barcelona es su ciudad de referencia, “un núcleo aglutinador donde hay salas, bares y restaurantes de todo tipo” al que sigue acudiendo una o dos veces por semana para disfrutar de algún acto cultural. Una forma de vivir la urbe que le viene de la infancia, “cuando venía aquí con mis abuelos una vez al mes a comer en algún restaurante de renombre y después irnos al teatro a ver zarzuelas o espectáculos cómicos. Para mí era mágico”.
Más adelante, ya joven, vivió el revulsivo cultural que sacudió sus calles en los años 70 y 80. “Iba al cine Publi a ver películas de arte y ensayo y muchas noches al Zeleste, al Jamboree, a la Cúpula Venus o al Salón Diana. También iba al teatro Poliorama o al teatro Barcelona, que estaba junto a la estación. Con la eclosión de los teatros alternativos de pequeño formato se abrió una nueva veda: Sala Becket, Tantarantana, Versus, Teatre Gaudí, La Gleba, y un largo etcétera de salas que te permitían conectar con nuevos autores y actores, más allá de la programación oficial de los grandes escenarios. En paralelo disfrutaba del Tradicionàrius, un proyecto que recoge nuestro patrimonio musical con la mirada de hoy”, explica, dando ya cuenta del segundo plato de su menú.
— ¿Y ahora mismo cómo ves Barcelona?
El parroquiano frunce el ceño. “La banalización de la cultura y el esclavismo de las grandes marcas que lo malogran todo están contaminando y despersonalizando la ciudad. Pienso que pasamos una fase de cierto letargo, pero poco a poco se va alimentando el estallido de un nuevo tiempo que estará lleno de creatividad y vigor, con un respeto claro a la historia de la ciudad”. El viejo profesor termina su copa de vino y sentencia: “Las nuevas generaciones tienen la palabra”.
— Mientras esperamos a que las nuevas generaciones recuperen el alma cultural de la ciudad, ¿te podemos tentar con un postre?
El rostro de Francesc Viñas Faura se enciende. “¡Por supuesto! Cualquier producto de pastelería sin un exceso de azúcar me encanta. Dulces, roscones, pastas de crema, carquinyolis de chocolate… lo importante es que no sean de grandes superficies”.
— Uy no, aquí todo es casero.
— ¡Pues no se hable más!