La cantante barcelonesa Myriam Swanson. ©Noemí Elías Bascuñana
El Bar del Post

Myriam Swanson: A su manera, como los mejores

Su amplia sonrisa deslumbra al personal del Bar, cuando hace acto de presencia para atizarse una caña o, quizás, si cae algo rico de comer, “un vinín”. En el transistor suena Gimme That Wine de Georgie Fame y a Myriam Swanson, cantante barcelonesa, se la ve contenta.

Últimamente anda metida en diversos fregaos: “Preparando el tercer disco con Flamingo Tours, Wild Beasts From the South, un disco muy importante para mí, trabajando para el próximo álbum de Magnolia, tercero también, que apunta maneras muy beatniks, trabajando en el segundo elepé de Rhythm Treasures y haciendo un piloto para un podcast”. Tres discos al frente de tres proyectos distintos. Casi nada.

–¡Todas malas ideas!–, bromea.

–¿Y ya puedes con todo?

No hace falta que conteste. Claro que puede. Y lo hace sin perder nunca esa alegría suya que se contagia entre el paisanaje en cuestión de segundos.

“Soy una cantante de Rock & Roll, de Punk y de Rhythm & Blues –explica, mientras suena I Love The Life I Live de Mose Allison y hace memoria–. “Mi hermano era rockero pero le gustaban las motos y el rock sureño lo que, a mí, me parecía muy antiguo. Y ya, cuando le daba por el rock más duro, me parecía torturador. El Blues fue lo primero que escuché y que canté”. En sus días de instituto descubre el Punk Rock, que es la banda sonora perfecta para los días de instituto. “En esa época empecé a hacer bolos, a cantar, y fue cuando descubrí el Rhythm & Blues y el legado musical de Nueva Orleáns”. Y todo cobró forma en la mente de aquella chavala que, sobre aquellos primigenios léxicos sonoros, iba a cimentar un amor inquebrantable hacia iconos como Buddy Holly, Charlie Rich o Elvis Presley.

Una vida sincopada

“Me gusta el jazz –afirma, con un deje de euforia, mientras sus ojos de color café bailan por entre las raciones que se ofertan en la barra—y también me gusta leer y escribir, y me gusta la música, arreglar y versionar canciones, componerlas. Y me gusta hacer todo esto, todas las horas del día. Vivir dentro de la música como quien vive en una cueva desde cuyo interior va sacando cosas. Me he ido encontrando en un mundo propio, buscando música secreta, encontrando cosas y conociendo a gente que, como yo, escucha música por placer”.

Desde hace tiempo, el de Myriam Swanson es un nombre que suena mucho, y muy bien, en distintos entramados de la cartografía musical barcelonesa y no sólo: desde el Campari Milano hasta el Apolo pasando por festivales estatales y europeos de todo pelaje. Ya sea por su frenética actividad sobre los escenarios, al frente de muchos proyectos diversos, que unen, en un invisible join-the-dots sonoro, a Dinah Washington con los Buzzcocks, pasando por Lula Reed o Wanda Jackson; ya sea por sus numerosas grabaciones que incluyen discos y hasta notables bandas sonoras de libros, como aquel “Blues de la semana más negra” de Andreu Martín, musicalizado por ella y otro incombustible de los sonideros condales, Dani Nel·lo.

I did it my Way.

Ya lo cantaba Sinatra, ¿recuerdan? “Lo hice a mi manera”, decía.

“Estoy orgullosa de haber hecho siempre lo que me da la gana sin servilismos ni atender a ‘lo que es mejor’, sino a lo que para mí es más verdad. Estoy orgullosa de los discos que he hecho con mi esfuerzo y mi trabajo”.

–¡Je! Como para no estarlo.

En describir los momentos que más huella han dejado en su paso por esta pátina de tiempo llamada vida, el primero que le viene a la cabeza es “escuchar mi voz en un equipo. Era muy pequeña y recuerdo asustarme mucho, llorar a saco y luego, paradójicamente, querer eso todo el rato. Toda una metáfora de la vida artística”, ríe.

Swanson está inmersa en múltiplos proyectos, como el tercer disco con Flamingo Tours. ©Noemí Elías Bascuñana

Luego, más episodios que se han quedado atrapados en las telarañas con las que la memoria no permite que algunos de nuestros recuerdos se nos escapen por el coladero del olvido: “La cara de mi padre cuando me escuchaba en los conciertos, eso no lo olvidaré jamás porque siempre busco esa cara. La primera vez que escuché a Etta James y quise cantar bien, cantar mejor, ser mejor. El primer concierto al que fui con esa extraña sensación de que la música no me gustaba, pero yo quería estar sobre el escenario. Mi primer bolo a los 14 años, en las fiestas de Gràcia, con una banda de Blues, los aplausos y la excitación. Mi primer showcase, donde entendí que no gustas a todo el mundo ni mucho menos”, y un etcétera de grandes antes y despueses.

Aunque, quizás, el momento de ruptura más importante, el que a tantos artistas tanto esfuerzo les cuesta, fue cuando dio El Gran Paso: “Ser camarera para sobrevivir, ser de todo menos músico por miedo de cagarla, hasta el momento en que, por primera vez, te la suda lo de triunfar o no tener pasta, cuando decides ser músico a pesar de todo”.

Afortunadamente, Myriam Swanson le echó bemoles –respaldados, eso sí, por un talento incuestionable– y hoy la tenemos aquí, en el Bar, a punto de seguir regalándonos, grabada o en directo, mucha más música con la que huir, aunque sea momentáneamente, del inane ruido de esta cotidianidad a la que le falta ritmo, compás y toda la gracia.

–¡Muchas gracias por toda esa música!–, se ha ganado un agradecimiento y, de propina, otra caña.

Y ella sonríe, satisfecha, con todos sus dientes. Y guiña un ojo cómplice.