La batería de Paul Motian y el contrabajo de Gary Peacock acompasan con exquisitez las notas de piano de Bill Evans sobre la melodía Always de Irving Berlin. En el Bar se respira cierta calma de última hora de la tarde, en ese momento de tierra de nadie entre las sobremesas del mediodía y el primer servicio de cenas, cuando sólo unos pocos disfrutan de cierta distensión. Es en ese momento cuando Anna Solà hace acto de presencia y se acoda a la barra.
— Una copa de vino blanco, por favor. Si puedo elegir, que sea un Penedès.
Gerente y directora ejecutiva del Institut Català de les Dones entre 2004 y 2010, Anna ha sido codirectora, junto a Marta Selva, de la Cooperativa Promotora de Medios Audiovisuales, Drac Màgic, y de la Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona que, precisamente, celebra sus 30 años de andadura con la publicación de Un trajecte pels feminismes fílmics. Un elaborado volumen conmemorativo editado por el Ayuntamiento de Barcelona que, a través de diversas películas programadas en varias ediciones del certamen, aborda la contribución de éste al desarrollo del debate feminista alrededor de distintos ámbitos de la vida y el pensamiento.
“Estoy muy orgullosa de haber conseguido desarrollar una trayectoria profesional sin perder nunca la dimensión lúdica, trabajando mucho y con la muy buena compañía creativa de un equipo como el de Drac Màgic. Me he desarrollado en espacios humanos libres y muy permeables a nuestro deseo de introducir la poética del cine en varias áreas existenciales, abrir fronteras mentales e innovar”, explica la parroquiana que también atesora experiencia como profesora asociada en la UPC y que forma parte de la Asociación de Críticos y Escritores Cinematográficos y es miembro de Honor de la Academia de Cine Catalán. Además de madre de un hijo y una hija, “que son mi máximo orgullo”.
Presa de “la sensación de que la vida ha tomado las decisiones por mí”, reconoce que fue determinante optar por estudiar Historia del Arte y no Arquitectura, “yo tenía que estudiar y trabajar, y veía que una carrera como Arquitectura nunca iba a poder sacarla adelante, así que opté por Historia del Arte y por hacer trabajo de militancia y activismo cultural en mi pueblo, Sant Cugat, en el ámbito del cine y el feminismo. Ahí empecé a trazar mi porvenir profesional”.
Diálogo de generaciones
Hoy ya jubilada, Anna asegura disfrutar de no tener que ir a trabajar, pero sigue colaborando con el actual equipo de Drac Màgic y del festival, así como, puntualmente, con otros festivales y editoriales. “Me hace feliz seguir participando en la programación de la Mostra y seguir presente en la cooperativa. Sentirme integrada en un equipo con muchas generaciones que mezcla experiencia e innovación en un contexto de creación. En este sentido, no he cortado el hilo, sino que hay un vínculo y una transición basada en un diálogo intergeneracional”.
— ¿Te sientes a gusto lidiando con chavales que recién empiezan?
— Sí, por supuesto. Tiene que haber una transmisión de conocimiento, porque nadie nace aprendido. Si te fijas, a veces una misma palabra no se entiende de la misma manera por parte de los jóvenes y de los que no lo somos tanto. No le otorgamos el mismo significado, y eso se soluciona armonizando conceptos a través de mucha comunicación.
Barcelona por espacio interpuesto
Lo que más molesta a Anna de la ciudad es su ruido: “Hay muy poco respeto por el silencio. En Barcelona el ruido interfiere y agrede, sobre todo en el interior de los espacios públicos. A mí es algo que cada vez me afecta más. Hay ciudades que quieren cuidar mucho este aspecto y Barcelona debería tenerlo en cuenta y, en cambio, ampliar la presencia de la música en la calle”.
Esta sensibilidad a la agresión sonora quizás tenga su origen en una noción de ciudad vista desde sus afueras. “Yo soy de Sant Cugat y en mi infancia siempre viví Barcelona con distancia física. Hoy sigo sintiendo que hay espacio territorial entre mi lugar, el pueblo, y la urbe. Mi territorio está en los márgenes y eso determina mi mirada”. Una mirada que ama el mestizaje, los contrastes, la vida de los barrios de una Barcelona cuyos espacios ha podido conocer “gracias a mi trabajo, que me ha permitido explorar lugares a los que nunca hubiese llegado como simple paseante y, en algunos casos, dotarlos de un carácter cinematográfico con actividades como, por ejemplo, las iniciativas de Cinema fora de lloc”.
Enamorada del diálogo de la ciudad con el mar y de “cómo Barcelona ha integrado el mar en su paisaje humano de una forma lúdica, potenciando su esencia mediterránea y su conexión con la esencia grecolatina”, Anna Solà se declara incondicional de las bibliotecas de aquí: “Son un lujo invisible, así como las librerías que, en vez de extinguirse, veo que abren nuevas. Es un milagro”.
— ¿Y, además de lo de limitar los ruidos, hay algo más que echas de menos en la ciudad?
— Bueno, creo que hacen falta espacios públicos de encuentro intergeneracional, donde coexistan ciclos vitales distintos, distintas edades.
— ¡Hombre, para eso están los bares!
La parroquiana guarda silencio mientras apura su copa de vino blanco, esboza una sonrisa tenue y llena de matices, mientras disfruta del fraseo de Bill Evans y su trío y echa una ojeada al menú.