Su llegada al Bar es acogida reverencialmente, tanto por su increíble trayectoria vital y profesional, como por su legendaria destreza culinaria, que provoca un esmero especial en la cocina. Anna Cabó, pionera en la gestión cultural de esta ciudad, se acomoda en una mesa.
–Un té verde, por favor–, pide con una sonrisa.
–Enseguida. ¿Comerás algo?
–Si bien soy más de salado, con un té verde o un macha un dulce no está nada mal.
Formada como bibliotecaria y documentalista, y curtida en políticas públicas de igualdad en la administración pública, Anna se define a sí misma como “una mujer comprometida con la justicia y los derechos humanos, donde se incluyen los feminismos, el derecho a la cultura y a la educación”. Sueña “con poder ver pronto una mujer dirigiendo el Liceu o el MACBA”, a la vez que lamenta la reticencia del ámbito cultural en incorporar una perspectiva de género: “En los centros y empresas culturales de Barcelona no ha habido recambio generacional. No hay mujeres ni inmigrantes, los de arriba son los mismos desde hace 30-40 años. El mundo ha cambiado mucho, pero ellos muy poco”.
–Esto no es Londres, ¿eh?
–No, esto no es Londres y no es sólo una cuestión de presupuesto.
Precursora cultural
En sus días en la administración pública, Anna fue, entre muchas otras cosas, la inductora de los clubes de lectura en las bibliotecas de la ciudad. “Es una época que recuerdo con especial cariño. Diseñamos el proyecto junto con la bibliotecaria, Rosa Nuñez, y el escritor y maestro, Jaume Martín. Empezamos con tres o cuatro grupos y ahora, más de veinte años después, hay más de treinta clubes de lectura, algunos temáticos sobre cultura africana o novela negra, en varios idiomas, como inglés o alemán y, por supuesto, también los hay en clave femenina”.
Antes, en 1994, había sido invitada a presentar una ponencia en un congreso sobre bibliotecas y centros de documentación de mujeres en la Universidad de Harvard. “Allí conocí a gente de todo el mundo y descubrí lo que sería Internet, cuando en mi trabajo no teníamos ni un ordenador, ni siguiera fax. ¡Fue un shock! Los contactos que hice ahí me abrieron las puertas a participar en proyectos europeos y acabar metida, de lleno, en políticas de igualdad y programación cultural con perspectiva de género”.
Aquel mismo año –“muy especial para mí–, conoció a su marido, el noruego Svein, “y descubrí que los noruegos aprenden a cocinar y a poner lavadoras en la escuela; que los hombres feministas existen. ¡Los países nórdicos juegan en otra liga!”.
–Hola–, se oye una voz con una inequívoca inflexión escandinava.
Es Svein, entrando en el Bar para reunirse con Anna; agradable, parsimonioso, algo ausente, como buen catedrático que es. Viene paseando de la hermosa casa que comparten en Poblenou.
“Viví mucho tiempo en Ciutat Vella, hasta que no pude más. La invasión de gente que desconocía la palabra respeto fue mi pasaporte para descubrir un barrio genial para vivir, trabajar, pasear e ir a la playa en invierno”.
Reinventarse sin manual de instrucciones
Activa hasta el alboroto existencial, insobornablemente comprometida con las políticas de igualdad en el ámbito cultural, Anna se vio forzada, hace seis años, a echar el freno de mano.
“Pasé por un quirófano para implantarme seis tornillos y un par de barras de titanio en la columna. De repente, me convertí en discapacitada, imposibilitada laboralmente para lo que había estado haciendo hasta entonces. Me invitaron a reinventarme, eso sí, sin un manual de instrucciones para ello, y así nació LaGroc, una consultora especializada en género y diversidad”. Un vehículo para poner en valor todos sus conocimientos y su experiencia.
Esta nueva etapa le ha permitido, entre muchas otras cosas, analizar las actividades culturales de Barcelona con perspectiva de género, y aquí es donde Anna, con pleno conocimiento de causa, vuelve a darnos un gélido y paralizante baño de realidad: “Siempre se piensa en la cultura como en un ámbito amable para la mujer, seguramente porque, de facto, somos consumidoras mayoritarias de cultura, pero la realidad es que los puestos de decisión están aún vetados para nosotras. Según los estudios que he dirigido hace un tiempo, y no creo que el panorama haya cambiado mucho, sólo un 30% de los puestos de decisión en el ICUB están ocupados por mujeres. Lo mismo ocurre cuando se habla de la dirección de museos”. Una situación que impide, a su parecer, que Barcelona sea más cosmopolita.
–La falta de diversidad nos hace ser provincianos–, sentencia.
De fondo restallan Mopo, vibrante trío finlandés liderado por una joven saxofonista llamada Linda Fredriksson. Óseo y contundente Jazz. Anna y Svein lo disfrutan. Les gusta.
–Suena muy bien, esto–, observa ella con afecto.