Dioses con pies de barro, publicado en el último trimestre de 2020 por la editorial Crítica, se lee como un compendio de aventuras explicadas por su protagonista. Escrito con la pasión de quien ama el trabajo de campo y la confrontación de estereotipos culturales, Jordi Serrallonga nos sube a bordo del HMS Beagle junto a Charles Darwin, nos invita a seguirle los pasos en sus expediciones por la sabana africana o a presenciar la problemática convivencia con aborígenes australianos, “enganchados” a la vida moderna. Todo ello, en el marco de un diagnóstico crítico —el del impacto de la especie humana sobre el planeta— que, sin embargo, presenta briznas de esperanza.
Articulado mediante un estilo divulgativo y ensayístico —con figuras retóricas, referencias al imaginario popular, anécdotas de su biografía, y algunas reiteraciones discursivas— esta especie de monólogo cómplice busca sensibilizar al lector, a quien interpela de continuo. Emulando la conversación que suscita, recuperamos algunos de sus pasajes más valiosos.
– En las primeras páginas de Dioses con pies de barro recuerdas cómo a raíz del confinamiento, con la drástica disminución de la actividad humana, se produjo la aparición de animales poco o nada frecuentes, en una extraña proximidad. Es el caso de los delfines en el Maresme, o del mítico y siempre evasivo puma en las calles de Santiago de Chile. Tras descartar la romántica hipótesis de una “rebelión de los animales”, señalas que todo ello representa más bien una prueba del espacio antes arrebatado a la naturaleza, que siempre vuelve, bajo una forma u otra.
“Hablar de rebelión y libertad animal comporta una reflexión que va mucho más allá. Significa replantear nuestra posición biológica en el seno de la naturaleza. Nos habíamos considerado capaces de superar cualquier contratiempo gracias a la tecnología; pensábamos haber dejado atrás la amenaza de precedentes y devastadoras pandemias, pero la realidad es que nuestro mundo está en constante evolución y no somos ni diosas ni dioses, sino una pieza más entre los diferentes peones que forman parte del Systema Naturae”.
– Un sistema que cada vez cuenta con menos especies, algunas de las cuales se conservan sólo en forma fósil, de esqueleto o taxidermizadas en museos. A propósito de tu vocación como naturalista, haces genealogía y refieres ciertos descubrimientos infantiles, y su ilusionante cotejo con las piezas del Museo de Zoología y del de Geología, sin olvidar la impresión vivida ante el majestuoso “Mamut de la Ciudadela”. Una escultura de 1907, obra de Miquel Dalmau, que había de ser la primera de una serie de animales locales extinguidos.
“Lo curioso es que uno como él vivió en Barcelona hace milenios. El año 1922, durante los trabajos en una finca privada de la avenida Pearson (Sarrià), se descubrieron fósiles pertenecientes a un ejemplar bastante bien conservado. Muchos de estos restos se hallaban en el Museo de Geología y allí, estupefactos ante la contemplación de aquel tesoro del pasado, José Luis [un amigo de infancia] y yo decidimos que sacaríamos uno igual de nuestra excavación pirata en el palacete de Can Buxeres. Quién nos iba a decir que, años más tarde, ya como arqueólogo y naturalista «legal», me reencontraría de nuevo con ellos, pero esta vez acompañado de mis alumnas y alumnos”.
“Las manos de Darwin habían garabateado un primer árbol evolutivo, aunque su mente seguía plagada de dudas. En el encabezamiento de la página con aquel árbol de la vida, escribió: «I think»”
– Uno de los ejes fundamentales de Dioses con pies de barro es la teoría de la evolución de las especies, que supone un drástico cambio de paradigma, frente a las diferentes tesis creacionistas. Especialmente valiosas se antojan las páginas en que muestras que no fue sencillo para Darwin realizar ese movimiento tan transcendental, que depone al ser humano de su lugar de privilegio y lo ubica horizontalmente junto al resto de criaturas, en un mismo plano de realidad.
“Darwin, una vez en tierra, cerca de los suyos, vio cómo todo el jovial entusiasmo de su etapa expedicionaria se había transformado en una severa angustia. El viaje a bordo del HMS Beagle le había permitido observar y estudiar la naturaleza de forma independiente a las conservadoras ideas que todavía corrían por Europa, pero en Inglaterra volvió a topar con ellas (…). Sospechaba que la vida evolucionaba libremente, y no bajo los designios de ningún diseñador creado por la mente humana. Sus manos habían garabateado un primer árbol evolutivo en el Cuaderno B (1837-1838), aunque su mente seguía plagada de dudas. En el encabezamiento de la página con aquel árbol de la vida dibujado, Darwin escribió: «I think»”.
– Parece complicado desvincularse de la teoría oficial, sin más, y sustituirla de raíz, por mucho que la nueva corrija algunos de los problemas de la anterior. Especialmente cuando lo que se tienen son pálpitos…
“Las científicas y los científicos son humanos. Podemos tener dudas al respecto de nuestro sujeto de estudio, pero jamás hacemos un trabajo basándonos en creencias y sospechas, sino en evidencias empíricas. Por lo tanto, Darwin necesitaba esas evidencias”.
– Me pregunto si la consolidación de una teoría tan global —que sustituye a la cosmovisión previa y pasa a ser creída como fundamental— funciona sólo de acuerdo con nuestra capacidad cognoscitiva o en un sentido absoluto, lo cual podría aproximarnos a un nuevo endiosamiento. Ya Kant explicó cómo nuestra racionalidad encuentra en el cosmos sólo las regularidades que proyecta (porque las puede procesar racionalmente, según la constitución que le es propia). De una manera mucho más concreta y observacional, de psicología empírica, me parece deliciosa la anécdota que te explicó Phillip V. Tobias, a quien consideras “uno de los grandes maestros de la evolución humana”.
“A veces iba acompañado de un colega que se dedicaba al mundo de los vivos, concretamente, a los dominios del escorpión. Por lo que solían escoger una zona semidesértica plagada de piedras y salpicada por arbustos. La mejor elección para los objetivos de ambos (…). Tobias le decía a su amigo que, en el caso de topar con un fósil, por favor lo guardase para enseñárselo después; algo parecido replicaba el otro (…). Tras una larga jornada de trabajo bajo un sol abrasador, el experto en evolución humana regresaba con algún fósil interesante, pero sin ningún escorpión. Mientras, el experto en alacranes venía con una buena colección de especímenes prestos para el terrario en la universidad, pero sin ningún pedrusco en el bolsillo. Y esto siempre se repitió… todos los días finalizaron con el mismo resultado”.
“Es importante que la humanidad, con las posibilidades que nos confiere la libertad de escoger varios caminos, tenga en cuenta hipotéticos nuevos escenarios”
– Uno diría que incluso búsqueda de certezas que se quieren universales se halla movida por una pasión o un factor personal. Tu emotiva mención a la muerte de la hija mayor de Darwin parece ilustrar este punto. Una experiencia que —según explicas— supuso el empujón para exponer su teoría de la evolución, contra viento y marea; y sobre todo contra lo que, para una gran mayoría —como ha explicado el estudioso de la ciencia Alexandre Koyré a propósito de Galileo— se consideraba de “sentido común”: ya no sólo la excepcionalidad metafísica del ser humano, sino la idea de que en la naturaleza prospera el más fuerte. Algo que no dice Darwin. Sí subraya, en cambio, la proliferación de los individuos mejor adaptados. En este sentido, ¿cómo está operando, de cara al futuro, el mecanismo de selección natural?
“Apostar cuando se habla de evolución no es fácil. Los cambios son impredecibles y la especie que creíamos exitosa resulta que fracasa (…). Todo depende del momento que te toca vivir y de los cambios que puedan suceder. Y por eso es importante que la humanidad, con las posibilidades que nos confiere la libertad de escoger varios caminos, tenga en cuenta hipotéticos nuevos escenarios. El problema es que preferimos la seguridad y certeza que nos ofrece un mundo previsible; siempre capaces de hallar soluciones en nuestro intelecto y tecnología”.
– Siempre me ha llamado la atención cómo dentro del grupo de quienes asumen la realidad del cambio climático hay quienes le quitan hierro argumentando que la propia tecnología salvará finalmente al hombre. El tono mítico de estas expectativas es muy evidente. Parece que si algo tolera mal el sapiens sapiens es no tener la sensación de control sobre aquello que le rodea. La creencia en un progreso indefinido o en una forma sostenida de bienestar se dan por buenas por el deseo de que, efectivamente, sean reales. Una forma de autoengaño, wishful thinking sostenido en el tiempo y retroalimentado de diversos modos —también con la máscara de la fortaleza, como ha explicado Jean-Claude Carrière en su imprescindible Fragilidad (Ediciones Península)— de acuerdo con aquella humana necesidad de “seguridad”. Pero hay momentos históricos en que incluso esa imagen, tan bien perfilada en el espejo de las ilusiones, se quiebra irremisiblemente…
“La sorpresa y estupefacción con la que acogimos el desembarco del SARS-COV-2 es, en buena parte, resultado de la vanidad del ser humano. Una vanidad que nos alejó de la evidencia científica para, en una esfera más filosófica y tecnocrática, seguir situándonos en el centro del universo. Sin duda alguna, la pandemia habría de servir —aunque el precio pagado haya sido muy alto e irrecuperable en vidas humanas— para rescatar el estudio de la naturaleza desde la objetividad de la ciencia. El Homo sapiens no es una criatura direccionada hacia la constante idea de progreso”.
“La buena noticia es que aún hay tiempo de aprovechar nuestra adaptación biológica estrella (…) pues el peligro más inminente no reside en la naturaleza, sino en nuestras propias decisiones”
– El problema, de nuevo, se halla en lo difícil que resulta a veces separar la creencia, subjetivamente asimilada, de la teoría, que se quiere objetiva, pero que siempre puede aplicarse de manera interesada. Pues como nos ha enseñado Nietzsche —y luego Freud— el ser humano acostumbra a poner el pensamiento racional al servicio de lo instintivo, es decir de su propia autoconservación. En este sentido, ¿cómo potenciar la ventaja evolutiva del sapiens sapiens, de forma verdaderamente provechosa?
“La solución, una vez más, está en el conocimiento. Ciencias, educación y cooperación. La clave para sobrellevar lo que nos queda de existencia como especie radica en profundizar y extraer el meollo de la vida. Con ello no sólo retomamos los versos de Walt Whitman, sino la prosa de Darwin y su pandilla. Todos los seres vivos evolucionan, sobreviven o se extinguen según los mecanismos de la selección natural. La adaptación al medio es constante y nadie puede saber lo que ocurrirá exactamente en el futuro (…). La buena noticia es que aún hay tiempo de aprovechar nuestra adaptación biológica estrella: la acumulación y transmisión del conocimiento. Aceptar lo que somos y buscar la mejor de las salidas; pues el peligro más inminente no reside en la naturaleza, ni tan siquiera en un virus, sino en nuestras propias decisiones”.