Por primera vez, Albert Sánchez Piñol ha sentido pena cuando ha acabado de escribir su último libro, Oración a Proserpina, publicado por Alfaguara (La Campana en catalán). Ya por la séptima novela, el autor se lo ha pasado muy bien armándola, sintiendo que había vuelto a hacer una gamberrada y tenía que salir corriendo, y espera lo mismo para sus lectores, a quienes anima a sumergirse en una realidad paralela habitada por romanos, esclavos y monstruos, pero no solo eso.
Si hace un año abordaba en El monstruo de Santa Elena la relación, para nada equilibrada, entre el poder y la cultura reviviendo a Napoléon, esta vez ha puesto el foco en el cambio y la resistencia que provoca. Se ha ambientado en la Antigua Roma, una época que la fascina, a pesar de ser consciente de que era una sociedad “terriblemente injusta y precaria”, sustentada en la esclavitud y podrida de corrupción.
El autor barcelonés se pone esta vez en la piel del hijo de Cicerón, un joven Marco Tulio que tiene que ir hasta África para encontrar una horrible bestia que anuncia el fin de un imperio. Como si fuera una clásica novela de aventuras, empezará la expedición acompañado de unos peculiares personajes, entre ellos esclavos que no le importan mucho, y el grupo se irá engrosando a medida que se acerquen a su destino.
“La naturaleza es esencialmente conservadora. La gente no cambia si no está obligada a hacerlo”, explica el escritor, interesado en cómo nos resistimos, incluso cuando es inevitable, como cree que se evidencia con la pasividad actual ante la emergencia climática. Consciente de que sus personajes se iban a mostrar también reticentes a evolucionar, Sánchez Piñol les pone contra la espada y la pared, haciendo emerger de las profundidades a una criatura aún peor de la que esperaban, apodada tectón, horrorizándoles cuando ven que no solo hay una.
“Hace décadas que trabajo con los tectones. Los conozco perfectamente. Son la peor parte de nosotros mismos”, reflexiona el también antropólogo, formación que le ayuda a perfilar una sociedad paralela a los romanos que lleva el individualismo al límite, sin escrúpulos y preparada para la invasión. No es la primera vez que aparecen monstruos como los tectones, siempre con diferentes formas, ya sea en La piel fría (2002), Pandora en el Congo (2005), Fungus (2018) o El monstruo de Santa Elena.
La única salida pasa por cambiar, por lo que Sánchez Piñol prepara a Marco Tulio —y a los lectores— haciéndole ver lo que les ocurre a los que no cambian, llevándole a ver la antigua Cartago, arrasada por el ejército romano más sanguinario. Pero para evolucionar tendrán que renunciar a su esencia, permitiéndose una pequeña trampa histórica.
“Estamos haciendo ficción, cojo la Antigua Roma como escenario”, recuerda el escritor, sintiéndose un poco solo entre sus compañeros, a quienes cree demasiado obsesionados con la literatura del yo. “Cuando éramos jóvenes, el libro era una puerta a un mundo tridimensional. Ahora, el autor es el protagonista disfrazado, un monumento al yo y la vanidad”, lamenta. Es por ello que él nunca escribirá sus memorias y seguirá, como cada año, sin ir a Sant Jordi, “prefiero estar detrás del libro y no delante”. Aún siendo uno de los autores catalanes más vendidos, le gusta dedicar ese día a escribir en casa, intentando hacer fácil lo difícil: poner al alcance de todo el mundo ficciones ricas, con muchas capas y sin dejarse ningún truco narrativo.