Lluís Domènech Girbau, bisnieto del famoso arquitecto modernista, también es arquitecto (con un importante número de obras emblemáticas en Barcelona) y también es una persona profundamente involucrada en la ciudad. Fundador del despacho B01 Arquitectos y miembro de la Junta de la Associaicó Orféo Català, ha seguido más de cerca que nadie el Año Domènech i Montaner y hace un repaso tan analítico como divulgativo. Afortunadamente, Domènech i Montaner no corre el riesgo de caer en el olvido: de lo que sí corre el riesgo, sin embargo, es de ser simplificado. O entendido de forma equívoca. No, no va sólo de Modernismo la cosa. Va de muchas cosas más. Y, aunque el año haya terminado, el futuro continúa.
— ¿Cómo valoras el Año Domènech i Montaner?
— El regusto es más que bueno, finalmente ha sido un año mucho más eficaz de lo que pensaba. He descubierto que, cuando creas un polo de atracción potente, ese polo irradia de otros polos pequeños o complementarios. Surgen como setas, y todos suman. Me han llegado retornos más que buenos, como el del director del Museu d’Història de la Ciutat, Joan Roca, que a pesar de las cosas que nos distancian me dijo “no pensaba que fueras tan bueno”. ¡Y tampoco pensaba que Domènech i Montaner fuera urbanista! Eso sí: también he descubierto que las instituciones públicas son complicadas. Todas, ¿eh? De todos los colores. Los procedimientos, la dificultad para pagar, la incomprensión por lo que pides, sus cambios de opinión… En cambio, entidades privadas como el Palau de la Música o el Hospital de Sant Pau han sido mucho más ágiles y flexibles, y su intervención ha podido ser o bien financiera o también en servicios (espacios, conciertos, iniciativas propias…). Incluso el Hotel Casa Fuster, donde nos encontramos, hizo una celebración de Fin de Año inspirada en Domènech, con un menú de época, y ha realizado recorridos especializados para las visitas… Y también el Distrito del Eixample, la Casa Elizalde…
— Y fuera de Barcelona, ¿verdad?
— Con Teresa Sala replicamos el peregrinaje que hizo por todo el Pirineo (él en burro, nosotros en coche) para redescubrir el románico catalán. Vall de Boí, Vall d’Àneu, Montgrony, Sant Pere de Roda… ¡En San Pere de Roda incluso el Orfeó en bloque fue a cantar!
— Y el mensaje, ¿se ha podido transmitir bien?
— En cantidad y calidad. ¡Hasta siete libros, se han publicado este año sobre el tema! Y por lo que respecta al contenido, todo el mundo ha podido entender que se trataba de un gran arquitecto, pero también de un ciudadano normal. No un individuo genialoide con fantasmas y espíritus como Gaudí, sino un laico que trabajó mucho. Y que tuvo la suerte de tener una buena educación. Pese a que su padre era más bien humilde, le llevó a la academia de San Fernando en Madrid, donde, aunque empezó un año como ingeniero de caminos, enseguida quiso dar el salto a arquitectura.
— Madrid no era gran cosa, en esa época.
— Pero tenían los estudios, los buenos estudios, aunque bastante reaccionarios. Tuvo un profesor, Rodríguez Ayuso…
— Vaya.
— Sí, Rodríguez Ayuso, que le hizo hacer como proyecto de carrera un laboratorio fotográfico a partir del ladrillo y el cristal. No una iglesia, o un edificio convencional, no: algo moderno como era entonces un laboratorio fotográfico. Esto fue muy importante, como el hecho de haber tenido antes, durante los estudios, el maestro Llorens i Barba, que tenía toda una teoría desarrollada sobre el sentido común. Domènech tuvo, pues, unas muy buenas herramientas para empezar a trabajar.
— ¿Qué es el Modernismo catalán?
— En primer lugar, no es una sola cosa. Hay que entender esto. No es un movimiento unitario, Gaudí no es Domènech i Montaner y Domènech i Montaner no es Puig i Cadafalch. Cuando Domènech hace su famoso artículo En busca de una arquitectura nacional, en 1879, habla de su eclecticismo: tenemos una historia de la arquitectura catalana, y debemos partir de esta historia, pero también de la tecnología, de las técnicas del hierro, etcétera, y hacer de esto una sintaxis. No un modelo: una sintaxis.
— ¿Qué significa una sintaxis?
— Una arquitectura que introduzca un cambio, pero no copiando el gótico, por ejemplo, sino absorbiéndolo y regurgitándolo. Interiorizándolo, y entonces realizar un código.
— Un estilo.
— No, no, no un estilo: todo es estilo. Quiero decir un lenguaje. Por ejemplo, la fachada de esta Casa Fuster tiene una clara influencia veneciana, pero no es explícita, es sutil, es asumida dentro de un lenguaje propio.
— Por tanto, el Modernismo catalán…
— El Modernismo catalán es un movimiento cultural que tiene una fuerte base en la artesanía. No en la arquitectura: en las artes y oficios, en los artesanos, que eran de grandísima calidad. También había focos importantes en Bruselas, en Glasgow, en París, pero en Catalunya esto era especialmente apreciable. Piensa que los artesanos e industriales que operaban tenían una consideración social burguesa, de nivel, es decir, saludaban a los arquitectos de tú a tú, con los mismos sombreros.
— Maestros.
— Maestros, exacto. Y, sin ellos, no habría habido Modernismo arquitectónico. Por ejemplo, las musas del Palau de la Música sólo eran unos muñequitos abstractos que Domènech facilitó a Eusebi Arnau o a Lluís Bru. Fueron ellos quienes las concretaron, les dieron forma, un diseño específico. O estos capiteles del salón de la Casa Fuster, eran los artesanos quienes concretaban las flores, los escudos, los personajes extraños… ¡Los arquitectos delegaban en los artesanos! Gaudí delega del todo en Jujol, cuando éste le dice “he pensado que…” Gaudí le responde “tire, tire!”. Había una gran compenetración entre arquitectos y artesanos.
— ¿Y cómo es el Modernismo de Domènech i Montaner?
— Es una arquitectura en primer lugar muy funcional, muy útil, enfocada al servicio. Pero, además, a través del simbolismo, esta arquitectura contiene un mensaje ideológico muy relacionado con la identidad catalana. Por eso tiene una obsesión con el románico (el pasado carolingio, las raíces del país) y con la heráldica. Los escudos conectan con las familias, los árboles genealógicos, de nuevo las raíces. Y, además, Domènech distingue mucho entre esos encargos que son para sobrevivir profesionalmente y aquellos otros donde puede dar mucho más de lo que el propio cliente quiere. Por ejemplo, el Palau: la Junta estaba contra su proyecto, por ser demasiado caro, pero el presidente Joaquim Cabot creyó y lo hizo posible. Porque era culto, y había viajado, tenía referencias. O, por ejemplo, el Hospital de Sant Pau: ¡si sólo tenía que ser un hospital! Pero él hace toda una supermanzana de funcionalidad y belleza, con los túneles subterráneos que conectan los espacios…
— ¿Domènech iba contra Cerdà?
— En absoluto. Me sorprende que algunos lo digan: ¡no va en contra, lo aprovecha y lo mejora! Cuando escribe el artículo La reforma, ya habla de respetar tanto a Cerdà como a la ciudad antigua: y de hacerlos confluir. De ahí aquella idea de, por encima del plan Cerdà, proponer también avenidas y paseos que siguieran el trazo de rieras y senderos antiguos. De ahí surge la idea de la Avenida Gaudí, por ejemplo, que no va contra Cerdà, sino que le complementa. Y que no es idea de Domènech, sino de Ferran Romeu, que avisa a Domènech diciéndole que, si Gaudí estaba haciendo la Sagrada Família y él el Hospital de Sant Pau, quizás sería buena idea unirlos. Y de eso Domènech i Montaner hace síntesis, incorpora Cerdà y la ciudad antigua, mejora Cerdà. Nada de ir en contra.
— Puig y Cadafalch sí, que estaba en contra.
— Bueno, sí, pero era un tema muy político: era concejal de la Lliga en el Ayuntamiento, y le molestaba que hubiera un proyecto de Eixample impuesto por Madrid. Aparte de que era un señor muy de derechas, mientras que Cerdà es una especie de socialista utópico.
— Pero Domènech i Montaner también se marcha de la Liga.
— Esto fue por desavenencias con Cambó. Lo consideraba demasiado trepa, demasiado “señorito”, y no le gustó que en 1904 invitara al rey Alfonso XIII a Barcelona. Es cuando escribe ese artículo en la revista Joventut: Fivellers de guardarropia, muy contra Cambó y contra la gente que va demasiado por su cuenta. Él veía que la Lliga se decantaba mucho por los industriales ante el fenómeno de las revueltas obreras de 1902, y acaba escribiendo a Prat de la Riba advirtiéndole que de esta manera la Lliga perdería lo que hoy en día llamamos la centralidad.
— ¿Sant Pau no desafía a Cerdà? Está inclinado justo en dirección contraria.
— No le desafía: lo complementa. Lo mejora, ya que hace una especie de Supermanzana (una de verdad) que, al mismo tiempo que es autónoma, respeta la cuadrícula y engarza el hospital con el encuadre de la ciudad. Y después, está ese otro proyecto urbanístico, el de la Avenida de Pere el Gran, en la actual Avenida de la Catedral.
— ¿Por qué no se hizo?
— No lo sé. Nadie se lo compró, no tengo claro tampoco si era un encargo o iniciativa propia. Es del año 1905, y suponía un gran derribo de casas desde la plaza de la Catedral hasta la Boqueria. Como una especie de Vía Laietana horizontal, como una Gran Vía de abajo, para oxigenar el tráfico en el barrio Gòtic. Y con un aspecto muy majestuoso, que ha podido verse, por cierto, en la gran exposición que hicimos en el Colegio de Arquitectos. Él convertía las manzanas de un solo piso en islas grandes, donde incluso designaba dónde podía haber un hotel, un hospital, un auditorio, una industria…
— El Modernismo fue ridiculizado, en la época posterior.
— El novecentismo, sí. Evidentemente que las modas cambian, y cambiaron, pero es que Eugeni d’Ors decidió por decreto que el Modernismo había terminado. Y que a partir de entonces todo sería racionalidad, y equilibrio, y sensatez, y clasicismo… ¡Pero si al mismo tiempo que hacía todas estas teorías le bombardeaban Barcelona! Los novecentistas trabajaban demasiado in vitro, todo lo del Institut d’Estudis Catalans era muy importante y estaba muy bien, pero olvidaron demasiado la realidad social. Y la naturaleza, nuestra naturaleza. No es que Domènech no quisiera evolucionar, no: él mismo, a sus alumnos, les decía que hicieran lo que quisieran, pero que lo hicieran bien. Ahora: la artificialidad nunca acaba funcionando. Podemos decir que el Modernismo nos ha funcionado como antídoto natural entre el socialismo utópico de Cerdà y el…
— Ya lo puedes decir, ya.
— Y las tendencias nacionalsocialistas, por así decirlo.
— Y una última pregunta: ¿qué diría, hoy, Domènech i Montaner urbanista, sobre el urbanismo táctico o las Superilles?
— En primer lugar, es un ejercicio demasiado distópico: él no podía imaginar el aumento del tráfico, la cantidad de automóviles… Pero bueno, sí que te diré una cosa: Domènech i Montaner era un urbanita.
— ¿Qué quieres decir?
— Que la ciudad era la ciudad, y es la ciudad. En definitiva que, cuando él quería irse al campo, se iba a Canet.