Aún a sabiendas de la pereza que muchos barceloneses sienten al pensar en bajar al barrio Gòtic y mezclarse entre su marea de turistas, podemos garantizar que la excursión merece la pena si Mercer Restaurante es el destino. El hotel (catalogado monumento) y su imprescindible restaurante principal están situados muy cerca de la Catedral, en una calle tranquila y algo escondido. El edificio suma más de una década conquistando a viajeros amantes del lujo con historia y de alojamientos únicos. Pero también a los gastroadictos que reclaman talento en los platos, servicio de altura y un entorno que haga del festín una experiencia completa. Sean visitantes o ciudadanos tentados por la evolución de la cocina de Xavier Lahuerta.
Ubicado en pleno centro histórico (calle de Lledó), el Mercer nació bajo el signo distintivo de las edificaciones asentadas sobre una parte de la muralla romana de la antigua Barcino. Tuvo el honor de convertirse en hotel de gran lujo con una rehabilitación deliciosa (entre pasado y futuro) a cargo del arquitecto Rafael Moneo. Y la suerte de atesorar desde arcos medievales a piezas de distintos periodos que encandilan al viajero que busca más que un alojamiento efímero en esas 28 habitaciones y suites.
Entrando en materia gastronómica, en su corta historia los restaurantes (que abanderó Jean Luc Figueras) han tenido una trayectoria irregular, pero también la oportunidad de ir afinando su oferta en los últimos años. Por fin ha dado en el clavo con la opción informal del gastrobar Le Bouchon. Este va más allá de la tapa turística, y dentro del plan de homenajear a los mejores bares de barrio, introduce con brío especialidades locales a precios sorprendentemente buenos para un hotel de su categoría.
Más que tapa turística
De la ensaladilla rusa a la bomba Barcelona o la sardina ahumada en aceite, entre el tapeo más convencional, se puede dar el salto al platillo con mucho fondo de cocina. Como sus estupendas albóndigas guisadas con sepia del Mediterráneo, los callos con garbanzos o el codillo con polenta. Sin pasar por alto sus explosivos macarrones con sobrasada al chocolate blanco.
El gastrobar, con acceso directo de la calle, es posiblemente la opción más redonda que pueda encontrarse en el casco antiguo de la ciudad en estos momentos, a años luz de algunas aberraciones turísticas, de espacios clonados de diseño o de tascas rancias que pueblan buena parte del centro.
Una cocina de altura
Se aloje uno o no en Mercer, la gastrojoya de la corona, su restaurante principal homónimo, que ha vivido diversas etapas hasta encontrar su identidad, también merece ahora ser punto de peregrinación local. Arquitectónicamente ya pone a punto los sentidos: techos altos, vigas de maderas, piedra y siglos de historia, favorecidos por la tenue iluminación de su patio de naranjos, son un escenario perfecto. Lahuerta despliega una cocina elegante y sabrosa, que no da tregua a la alegría del paladar. La define como “contemporánea y con alma mediterránea”, pero de lo que le gusta presumir es de que “el cocinero debe cocinar, recordar el chup chup y añadir técnica”, nos explica.
Es difícil elegir mesa porque cada rincón tiene algún atractivo. Cuenta con una impresionante sala privada en una de las 76 torres de vigilancia de la antigua muralla romana de Barcelona, genial para pequeñas celebraciones. Pero la luz de su patio de naranjos brinda otros rincones con encanto y más o menos intimidad.
Nueva etapa de Lahuerta
El chef Xavier Lahuerta (Barcelona, 1975) heredó la pasión por los fogones de sus abuelas e inició su camino hace muchos años con Figueras. También aprendió de Xavier Pellicer, Santi Santamaria, Carles Gaig, Ferran Adrià o Carles Abellán, y tras curtirse por algunas de las mejores cocinas catalanas durante dos décadas fichó como chef ejecutivo por Mercer en 2019.
No era su primera vez en esta casa, donde ya lideró la cocina años antes por un breve periodo. Sin embargo, a su regreso, su propuesta se había nutrido de la inspiración de sus viajes, un currículo de altura y una mayor influencia de la raíz de la cocina patria, con base de ingredientes locales.
La pandemia y una baja reciente retrasaron su proyecto, que ahora fluye y encuentra a un público agradecido entre viajeros y barceloneses que regresan al Gòtic.
Defiende los “pocos ingredientes y bien elaborados”, la salud a la mesa y la experiencia emocional. Pero lejos de ser una cocina aburrida, cada bocado es una explosión de sabor, de equilibrio entre el mar y montaña, entre el ingrediente estrella y su aderezo. Si un plato se ha convertido en “icónico” de la casa es la anguila ahumada con manzana golden, barnizado con anís (los elementos de repostería suelen irrumpir en su recetario) y salsifíes. Tan adictivo que uno repetiría en cada visita.
De la carta actual probamos también el canelón de setas con butifarra de Perol (en el relleno y como elemento decorativo en la presentación) y rematado con langostinos (ligeramente marcados en la plancha), con una explosiva salsa de bechamel ejecutada con la cabeza del langostino. El contraste vuelve a ser el mejor aliado de la combinación, pero cada uno de los ingredientes asoma con rotundidad y exhibe la calidad de su despensa.
Carnívoros y golosos
Igualmente rotundo resultó el lomo de vaca vieja envejecido 30 días con zanahorias baby y ralladura de trufa, que libera todos sus aromas al verter encima el jugo de la cocción de la carne. Se presenta con un cremoso de tupinambo y otro de mejillón. Otra propuesta posible es el solomillo de buey braseado.
En la carta otro as para carnívoros es el Cabrito lechal a la salvia con puré de boniato a la canela y cítricos. Mientras que entre los pescados nunca falla el de lonja a la brasa y con verduritas.
La carta, no muy larga pero suficiente incluye también un exitoso Arroz caldoso de la Dehesa de la Albufera, con gamba del Mediterráneo y alcachofas de El Prat entre sus principales.
Como entrantes más ligeros también destacan el Carpaccio de calabacín con tartar de atún al umami o la Ensalada con granada y alcachofas encurtidas.
Degustación completa
Los indecisos pueden sumergirse en la cocina de Lahuerta con su menú degustación de 90 euros a los que se puede sumar el maridaje de 45 euros que selecciona Lluis Roig como director Alimentos y Bebidas, guiando al comensal en los vinos y en la experiencia general.
El menú comienza con aceituna en su textura y crujiente de tapioca y despliega dos entrantes y dos principales junto a uno de sus postres.
En el apartado dulce, el chef de Mercer Restaurante busca propuestas saludables y con bajo contenido en azúcar. De la contundencia del Coulant de chocolate frío con salsa de toffee a la sal de escama o la riquísima Haba tonka de chocolate con crema de miso. A las opciones más ligeras, como la Crema de limón con sorbete de albahaca o la Compota de lichy y frambuesa con chocolate con leche 10.
La carta de vinos es amplia y bien asesorada por Roig. Ese día hizo un buen recorrido territorial del Empordà (TramuntanArt, garnacha roja) a Tarragona (La Lleona Cartoixà de Marina).