La ciudad y los perros

Una mañana del verano pasado, mientras sacaba a pasear a Giulio —mi perro, un teckel o perro salchicha de pelo corto y negro que entonces todavía era un cachorro—, me pasó algo curioso. Estábamos en la plaza Pablo Neruda, un espacio verde situado entre la Diagonal y la calle Aragón que, antes de la pandemia, cada día atravesaban cientos de turistas de camino a la Sagrada Família. Recuerdo que hacía un calor horroroso y que me detuve en la fuente que hay en medio de la plaza para que Giulio, que ya sacaba la lengua, bebiera un poco de agua.

 

La imagen de aquel mini-perro salchicha subido a la fuente, con las patas delanteras, para llegar al chorro de agua era francamente graciosa y llamó la atención de un grupo de turistas que, en ese momento, nos pasaba por el lado. De repente, Giulio y yo nos vimos rodeados por una nube de cámaras, móviles y tabletas que ni la Pantoja. Todos querían la fotografía de un barcelonés presionando el pulsador del grifo para que el salchicha bebiera agua. ¡Clic! ¡Clic! ¡Clic! Cuando hubieron terminado y sin mediar palabra siguieron su camino. Por un momento, me puse en la piel de las mujeres jirafa de la tribu Padaung o de aquellos niños africanos risueños y descalzos con los que muchos turistas encuentran tan natural fotografiarse cuando visitan sus poblados. Unos turistas que, por otra parte, pondrían el grito en el cielo si, de repente, un extranjero o media docena se acercara a sus hijos para fotografiarse con ellos porque los encuentra exóticos.

La imagen de aquel mini-perro salchicha subido a la fuente, con las patas delanteras, para llegar al chorro de agua era francamente graciosa y llamó la atención de un grupo de turistas

En general, nos cuesta ponernos en la piel del otro o hacer el esfuerzo de mirar la realidad con sus ojos. A mí, me ha pasado durante muchos años con la gente que tiene perros en la ciudad. Hasta que no he tenido a Giulio no me he planteado si Barcelona es una ciudad dog friendly. Es decir, si se tiene suficientemente en cuenta a los más 150.000 perros (148.480 perros registrados en 2016 según el Archivo de Identificación de Animales de Compañía) que se calcula que viven en ella. Hablo de perros porque, a diferencia de los gatos y otros animales domésticos, son muy presentes en el espacio público.

Tener perro, me hace mirar la ciudad desde otra perspectiva. Me planteo, principalmente, si hay suficientes espacios verdes para que puedan correr y distraerse, pero también si tiene sentido que en muchos comercios todavía tengas que aparcarlos a la entrada, como si fueran una bicicleta. Hay estudios que nos dicen que cada vez hay más personas que conviven con un perro y que les gusta llevárselo de vacaciones, a la playa o al restaurante. Supongo que, por ello, cada vez hay más establecimientos en ciudades como Barcelona que se promocionan como dog friendly.

Hasta que no he tenido a Giulio no me he planteado si Barcelona es una ciudad dog friendly. Es decir, si se tiene suficientemente en cuenta a los más 150.000 perros que se calcula que viven en ella

Sin embargo, parece que todavía queda bastante trabajo por hacer. Como soy nuevo en la materia, he escrito a la gente de Espai Gos BCN, una plataforma ciudadana para la convivencia en el espacio público que lucha para conseguir una normativa justa para las personas con perro en Barcelona. Me han contado que “es cierto que se dan pasos para normalizar la presencia del perro en el transporte público o establecimientos, como en otras ciudades europeas, pero que mientras se normaliza este hecho, no se tienen en cuenta las necesidades del perro en el día a día”.

En este sentido, consideran que “seguimos estancados en una concepción del perro como animal de compañía, sometido a nuestras demandas y sin tener en cuenta sus necesidades reales como especie. Todo ello se traduce en perros sobreexcitados, estresados, con miedos y que no saben hacer de perro”. Ciertamente, esto explica muchas cosas… Les pido también como podríamos remediarlo y me dicen que “es de vital importancia poder desatar al perro durante su paseo para el desarrollo físico normal del animal, así como para su equilibrio cognitivo, madurativo y emocional y, por supuesto, para su correcta socialización con otros miembros de su especie, para la que es imprescindible la capacidad de decisión y la libertad de movimiento”. Su hashtag #JoTambéSocBarcelona es acertadísimo.

Giulio es uno de los más de 150.000 perros que viven en Barcelona.

Me ha parecido que ahora que cerramos el año era un buen momento para abordar esta cuestión. Principalmente, por dos razones. La primera, porque es momento de fijarse objetivos para el próximo año y éste podría ser uno para Barcelona. La segunda, porque quizás algunos de los que me leéis estáis pensando en traer un perro a casa o lo acabáis de hacer en forma de regalo de Navidad. Pues eso, meditadlo bien, poneos en la piel de las personas con perro y, si podéis, en la piel del mismo perro y pensad si estáis preparados para asumir esta gran responsabilidad.