La salida del nuevo túnel de Glòries en dirección al centro de la ciudad.

Glòries, la frustración global

La Plaza de Les Glòries es una obra de arte inacabada en la que la administración barcelonesa ha puesto toda la carga simbólica entre su modelo de ciudad no contaminante a escala humana y la tensión que provoca el automóvil, paradigma de la antigua globalización

De la misma forma que hay lugares de Barcelona que simbolizan y encarnan la belleza inmarcesible de nuestra ciudad (y que cada convecino llene el vacío del paréntesis con su rincón predilecto), la mayoría de capitales del mundo disponen de sus espacios malditos, piezas maestras de un museo de chapuzas persistentes que, por obras y arquitectos estrella que uno impulse o proponga, vivirán lastrados por la inoperancia y la fealdad por los siglos de los siglos. Así ocurre con Les Glòries, una plaza desdichada que, a pesar del final de las recientes obras vía administración Colau, sigue siendo fuente de retenciones e incomodidad para toda la peña que entra por la mañana a Barcelona con la nobilísima intención de currar (un emplazamiento que nuestro genial Cerdà, urdidor del Eixample como cuadrícula de autopistas urbanas, ya pensó como segundo centro de la ciudad y núcleo de atracción de los vehículos extranjeros hacia el centro).

La semana pasada, mientras servidor pasaba el tiempo en la tertulia de Can Basté (y gracias a la voz honesta del gerente de Movilidad e Infraestructuras del Ayuntamiento, Manuel Valdés López), los oyentes y servidora descubríamos que las obras paralizantes de Glòries (trece años y tres alcaldes) no habían tenido como objetivo mejorar la entrada del tráfico a la ciudad. En efecto, como recordaba el sincero Valdés, la Plaza (que tenía de tres a cuatro carriles de entrada) sigue esencialmente inoperante como contenedor de vehículos en horario punta por el simple hecho de que, a la llegada a la Gran Via (salida 207, Bach de Roda/Poblenou), ahí los coches sólo disponen de dos vías y de un carril bus. La existencia de este trío de caminos, en efecto, parece más inamovible que la sacra trona de la Moreneta, y mientras se embuta la entrada a Barcelona, la Gran Via y los atajos para fitipaldis ardidos de Bilbao o Llacuna quedarán colapsados.

Dicho esto, la alcaldesa Colau se ha posicionado muy clara y genialmente sobre el asunto, y escribo los adverbios sin pizca alguna de ironía. Básicamente, la alcaldesa se ha limitado a recordar que para ella, como todo buen político, lo importante es la gente que la vota y que la redefinición de Glòries es a ciencia cierta “una solución para los 30.000 vecinos, entre ellos 3.500 criaturas, que están experimentando un renacimiento radical”. Gracias al primer túnel que enterraba la vía, dijo Colau en Can Cuní, “​​bajó el ruido de una manera importantísima, 11 decibelios, un descenso muy notorio; en Glòries todo el mundo comenta que ahora se puede escuchar el silencio y uno puede conversar con tranquilidad”. Como saben los pacientes lectores de La Punyalada, servidor es talibán de la quietud, y, si nuestra alcaldesa ha regalado paz y susurro a los vecinos de Glòries, no vendrá un forastero del barrio a discutirlo, y menos aún cuando Colau es quizás la única política del país que, guste o no, aplica los planes de gobierno por los que fue votada.

túnel Glòries
Según el Ayuntamiento, el objetivo del túnel no es mejorar la entrada en la ciudad, sino la vida de los vecinos del barrio.

Con cierta ironía, la alcaldesa también recordó que los problemas de tráfico en la Plaza sólo ocurren en horas punta (no hacía falta ser Kierkegaard para saberlo) y, en eso también tiene razón, que la responsabilidad del tráfico no recae únicamente en el Ayuntamiento, sino también en municipios vecinos. Dicho esto, la alcaldesa afirmó que sus conocidos del Maresme están la mar de encantados con el invento porque los buses han reducido el recorrido en unos cinco minutos. Lamento discrepar en este punto, pues tengo la suerte de dormir a diario (de forma totalmente consensuada y libre, según dice) con una bella y hermosa capgrossa que, husmeando en La Punyalada de hoy, recuerda que, aunque sea cierta la reducción del tiempo, la frecuencia de buses de la línea del Maresme es altamente insuficiente y que llegar pronto a Barcelona implica levantarse en horas discotequeras.

Servidor es talibán de la quietud, y, si nuestra alcaldesa ha regalado paz y susurro a los vecinos de Glòries, no vendrá un forastero del barrio a discutirlo

Todo ello no es responsabilidad de la alcaldesa y Colau obra santamente, insisto, focalizando la atención en la salud de los pulmones de los vecinos de Glòries y por ello es normal que reivindique las estupendas pistas de baloncesto y las maravillosas zonas de picnic donde los habitantes de la plaza pueden ir a zamparse un bocata. En este sentido, y como ocurre siempre, la alcaldesa ha tenido una extrema habilidad al convertir Glòries en un símbolo de la ciudad no contaminada y orientada a lo humano que la pone directamente en tensión con la globalización occidental como se ha entendido hasta ahora. Tanto da que la mayoría de trabajadores, estudiantes y otros animales que entran en la ciudad embutidos en los autobuses sean de clase media o trabajadora. Colau es un genio de los símbolos; que la plaza sea el lugar de tensión de una frustración global entre quien quiere respirar y quien quiere apretar el acelerador es, en definitiva, su mejor obra.

Quien busque, por tanto, un lugar de eficiencia en cuanto a la movilidad, que vaya a otro lugar o tenga la bondad de chapar la boca y levantarse aún más temprano. Y quien quiera la Gran Vía con más de tres carriles, que se la pinte en casa con colores. Lo del progresismo barcelonés siempre ha sido cosa genial, afirmo.