Colas en el Aeropuerto del Prat por el fallo de Microsoft. © Jordi Pujolar/ACN
LA PUNYALADA

Ensayo de colapso

La caída temporal de Microsoft nos vuelve a acercar a la sensación de fin del mundo

La idea de colapso es uno de los signos de nuestros tiempos, que dirían los cursis, y el pavor de un nuevo fin del mundo ha provocado la conversión de los apocalípticos en una secta mucho más cool; los colapsólogos. Yo diría que el canguelo de una implosión planetaria responde más bien a una pulsión sadomasoquista de pesimismo gozoso: al fin y al cabo, la humanidad ha vivido episodios mucho más oscuros que esto nuestro tan espumoso de la ecoansiedad y la depresión crónica, como guerras de auténtico alcance mundial u ocasos de imperios que parecían eternos. Careciendo de un discurso religioso sólido y adictos a un narcisismo enfermizo, a los occidentales nos complace fantasear con un final que tenga cierta relación con nuestra propia estulticia, porque si todo debe terminarse, al menos que seamos protagonistas del final. Sin embargo, a pesar de la matraca de los pesimistas, el mundo sigue girando con una relativa comodidad.

Toda esta metafísica de andar por casa viene a cuento por la recentísima caída temporal de Microsoft, un cortocircuito informático que, a ojos del periodismo mundial, provocó prácticamente un sinfín de plagas, especialmente visibles en el ámbito del turismo, las empresas y los propios medios de comunicación. Supongo que en estos momentos, cuando el lector lea esta nueva Punyalada, el Apocalipsis habrá terminado casi por completo y de este nuevo end of the world sólo recordaremos las imágenes de aeropuertos con multitudes de turistas durmiendo en terminales y el vídeo de alguna televisión que dejó de emitir durante unas pocas horitas. Como nos han avisado los expertos en informática, y así ocurre en nuestros propios teléfonos móviles, el mundo virtual necesita actualizarse, y a menudo este proceso termina en pana. El gran ordenador del mundo se ha calentado de nuevo, ahora vuelve a revivir, y los turistas lo verán desde su sofá.

 De hecho, la gran noticia de este último ensayo de colapso… es que no ha pasado nada. Como ya comprobamos durante el estallido de la Covid-19 y el posterior enclaustramiento domiciliario, nuestro sistema (sea cual sea) es capaz de dormirse durante un tiempo determinado mientras finge hacer un reset, dejándonos incluso experimentar una gran sensación de paz. Secretamente, muchos habitantes del primer mundo echamos de menos aquellos meses en los que la autoridad gubernamental nos encerró en casa y pudimos dedicarnos a terminar Guerra y paz de una puñetera vez, a aprender a hacer unos cupcakes que nos quedan la mar de bien y también a comprobar que nuestras ciudades, sin tanta peña y sobre todo liberadas de automóviles, pueden convertirse en lugares francamente hospitalarios. Pues ayer, y que me perdonen los afectados, ocurrió casi lo mismo. Mucho ruido, mucha frenesí de colapsosólogos en la tele y, al final, sólo silencio.

Muchos conciudadanos se emocionaron honestamente al ver de nuevo cómo el mundo puede funcionar perfectamente con tarjetas de embarque escritas a mano

Tiempo después de la Covid, se preludió que la humanidad también haría su particular reinicio, y todo el mundo empezaría a querer vivir en ciudades mucho más urdidas a escala humana, menos contaminadas y blablablá. A un nivel antropológico, incluso redescubrimos lo importante que es estar con los demás, del valor impagable de una conversación cara a cara o de un beso fraternal. Pero, como ocurre siempre, en poco tiempo volvimos a convertirnos en unas máquinas de velocidad exponencial que nos han dejado el alma mucho más desquebrajada que el puto virus. Ayer ocurrió lo mismo, y muchos conciudadanos se emocionaron honestamente al ver de nuevo cómo el mundo puede funcionar perfectamente con tarjetas de embarque escritas a mano y viendo que, al fin y al cabo, si no puedes hacer un bizum a la tía Felisa durante veinticuatro horas, pues tampoco hay para tanto. El espejismo acabará, porque desacelerar resulta un lujo difícil de tolerar. 

Hoy el sistema vuelve a funcionar mediante una luz insultante que dura 24/7, podemos hacer todo lo que nos plazca (siempre que implique manejar dinero, of course), y a creernos pequeñas divinidades sin más problemas que seguir esperando el colapso definitivo. Nada ha cambiado, faltaría más, y los señores de Microsoft —pase lo que pase— seguirán ganando las mismas y exactas toneladas de pasta que anteayer. El mundo sigue vivo, y la noticia no será nada igual que reconocer que no ha pasado nada.