Gemma Ventura escritora
La escritora Gemma Ventura, en el Club Juno House de Barcelona. ©Carolina Santos
UN GRANINI CON...

Gemma Ventura: “Para crear es imprescindible apagar el móvil”

Ganó el premio Josep Pla 2023 con su primer libro, 'La llei de l’hivern'. Maestra de formación, escribe en la revista digital de cultura ‘Catorze’ desde hace nueve años. Escritora y curiosa por naturaleza, asegura que la lectura hace que se le "enciendan lucecitas en la cabeza".

— ¿Cuál ha sido tu relación con la escritura desde pequeña?

— Cuando era pequeña era algo tímida y utilizaba el escribir como recurso para comunicarme conmigo misma. Pero, al mismo tiempo, cuando te comunicas contigo es como si quisieras comunicarte con alguien de fuera. Quizás, ese alguien de fuera que no tienes, le suple un papel…

— ¿Y con la lectura?

— Leer Tintín o Mujercitas era una fuente de alimento. Ahora lo sigue siendo. Yo, cuando leo un libro, pienso: “uau, me está oxigenando, me está abriendo, me está dando lucecitas dentro de la cabeza, me está encendiendo lucecitas”. Creo que esto es lo que me gusta.

— ¿De pequeña ya querías ser escritora?

— No. Cada día quería ser algo distinto. Un día quería ser directora de orquesta, al día siguiente cuidadora de delfines y el otro, pastelera. Creo que algo que tenía de pequeña y que todavía tengo, por suerte, es la curiosidad.

— Empezaste siendo maestra y has terminado siendo escritora. Tú dices que, en la vida, a menudo haces el camino a la inversa.

— Creo que tengo la suerte de que todos mis caminos se han hecho a la inversa. Si no, lo encuentro tan aburrido y tan previsible… Hice magisterio y llegué a trabajar de maestra de primaria. Hice una sustitución y no sabía qué hacer con el dinero que me dieron. Una maestra me contó que había un taller en Catorze y me dijo de apuntarnos. El primer día de clase nos pusieron un ejercicio, que era hacer un texto a partir de una pintura de Ignasi Blanch. Mi texto le gustó y me propuso publicarlo en Catorze. Y el siguiente texto, también. Entonces, de una forma natural, —¡para mí es como una especie de milagro!— me propuso seguir escribiendo y empezar a hacer entrevistas en Catorze. Y, de forma muy rápida, se convirtió en un trabajo.

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— A menudo dices que temías que descubrieran que en realidad no eras buena. ¿Cómo llevas ahora el síndrome de la impostora? ¿Todavía lo sufres?

— Me encantaría decir que no. ¡Qué bien se debe vivir sin la inseguridad! Yo creo que es algo que debes aprender a convivir con ello. Está bien que esté ahí porque eso te hace ser más prudente. Si no, nunca pararíamos, sería un caballo desbocado. Lo que no está bien es que te domine, que te aplaste o que te anule. Creo que nuestra convivencia está bien. Hay veces que se dispara, hay veces que se duerme, pero debe vigilarse porque no es más que tu cabeza.

— A menudo se busca la Sally Rooney catalana. A ti se te ha puesto la etiqueta de escritora millennial. ¿Cómo convives con esta etiqueta?

— Creo que es una chorrada como una casa. Eres joven cuando tienes 16 años, cuando tienes 18, cuando tienes 20 y pocos, pero después ya acaba la juventud. A los 30 años no eres una persona joven. Mis hermanas pequeñas todo el día se ríen de mí porque dicen que soy una boomer. Estamos infantilizando a la sociedad. Para mí es un orgullo hacerse mayor.

— El año pasado ganaste el premio Josep Pla. ¿Cómo lo recibiste? ¿Qué ha implicado para ti?

— Lo recibí con mucha alegría. Eso que decíamos antes del impostor o de la inseguridad, yo pensé: “eso es algo que va a durar un año, más o menos. Mientras dure, tienes que vivirlo con alegría, no puedes vivirlo como un lastre o como una penitencia”. Lo vivo como un regalo porque me ha traído muchas cosas muy buenas. Quizás he hecho 40 o 50 presentaciones por toda Catalunya. También en Menorca y en Mallorca. La mayoría de las presentaciones las han hecho amigos.

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— Ganaste el Josep Pla con tu primer libro. Esto es una buena inyección de autoestima…

— Sí, es verdad que apaga un poco la voz, aunque siempre estará ahí. Sobre todo estoy contenta porque llevaba mucho tiempo queriendo escribir un libro y ya está hecho. Por tanto, lo que a veces vas pensando en la vida de “quiero hacer esto, quiero hacer eso”, pues mira, lo que tanto quería, ya está hecho. Por lo tanto, ahora, haremos otra cosa. Lo siguiente que haga ya veremos qué va a pasar.

— ¿Tienes ganas de escribir otro libro?

— Sí, lo estoy pensando, pero quiero tener tiempo para ir haciéndolo. Que yo esté convencida, que me guste, que se vaya haciendo dentro, y eso también es muy importante. No es que tú te pongas en el ordenador y lo fuerces. Es como un horno. Pones algo en un horno y se va haciendo. Y, de repente, el pollo ya está hecho. Es un tempo que cada uno, cada persona que escribe, sabe que es diferente, puede ser más corto o puede ser más largo.

— ¿Cuál es tu método? ¿Cuál fue el método que seguiste en tu primer libro?

— Me ocurrió otro de esos milagros. Hice un reportaje sobre una editorial que publica, en inglés, autores de lenguas minoritarias. Le pregunté a Bibiana: “¿cómo está todo por Escocia? Quizás voy este verano”. Y me dijo: “ven a mi casa, yo no estaré, te dejo mi casa todo julio”. ¡Sin conocerme de nada! Estuve en su casa todo julio y, en agosto, me fui a dar vueltas. Terminé en medio de una montaña, en una cabaña. Yo la soledad no la sufro, normalmente la disfruto y la necesito. Allí hice los cimientos del libro.

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— En el libro justamente hablas de la soledad.

— La soledad no es algo negativo como tal. Estar con lo que te rodea, poder ir a andar, tener tiempo de escuchar música, para leer, para aburrirte, para no estar con el móvil… Cuando fui a Escocia apagué el móvil. Somos como unos yonquis de los móviles.

— ¿Le dedicas mucho tiempo? ¿Qué relación tienes con las redes y con el móvil?

— Para crear es imprescindible apagar el móvil. Cuando escribes, entras en unas capas que si estás mirando WhatsApp, no puedes volver a entrar. Hay como un camino de entrada hacia ese mundo. Creo que es incompatible.

— ¿Cómo son tus lectores/as?

— Quizás lo que les interesa son el tipo de reflexiones. Eso más intimista, de intentar entender la profundidad y la complejidad de las personas. Porque es lo que hago. No hago otra cosa que no sea esta, me parece.

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