Javier Pérez Andújar
El escritor Javier Pérez Andújar, Premio Herralde de Novela por El año del búfalo.
EL BAR DEL POST

Javier Pérez Andújar: Sin perder la perspectiva ‘brutta’

“Una vez hice un fanzine, que se llamaba Flandis Mandis. Lo hacía con Fernando Muñiz. Era la época en que en el CCCB se hizo la exposición sobre cultura basura comisariada por Jordi Costa, un ideólogo de esta especie de revolución artística, o del gusto. Fue el último underground que viví plenamente. Digamos que su órgano oficial de expresión era el fanzine Mondo Brutto. Todo aquello me pilló en tiempo real. Artísticamente era muy subversivo. Hoy, los creadores de aquel fanzine estarían en la cárcel sin lugar a dudas. Yo lo interpreté como una guerrilla cultural. Consistía en convertir lo que a uno le gustaba y estaba desacreditado culturalmente en instrumento de sabotaje. Luego se pasó todo eso. Vinieron otras cosas y nos hicimos más viejos. Pero yo creo que vengo directamente de ahí. Nunca me sentí más identificado artísticamente con algo”.

Javier Pérez Andújar se atiza el café negro que se le acaba de servir y pide otro. Mientras, solicita que por la radio suene “algo de rock de pelos largos para flauta y mellotron”.

— ¡Pues adelante con el Nine feet underground de Caravan!

El autor de títulos tan diversos como La noche fenomenal, Diccionario enciclopédico de la vieja escuela, Catalanes todos o Todo lo que se llevó el diablo, sonríe ante la selección y prosigue: “En noviembre del año pasado, me dieron el Premio Herralde de Novela, por El año del búfalo. Y estoy muy satisfecho por razones evidentes. Una de ellas, y muy importante, es que justamente se trata de un libro escrito desde el mondobruttismo. Desde lo más profundo de su estética y filosofía. Y eso me ha hecho pensar que no estábamos equivocados cuando creíamos en todo aquello como una corriente estética y artística. Con todo lo que tiene el arte de compromiso vital y de revulsivo político”.

Ahora asegura haber vuelto a la rutina: “Trabajar para los medios y hacer promoción del libro. El tiempo restante lo dedico a releer libros que me gustaron mucho de adolescente. Y me encanta. Ahora estoy con Asesinatos S.L., de Jack London”.

Una vida que empezó entre páginas

De muy joven, Javier Pérez Andújar ya quería escribir, “pero estaba más fascinado por la literatura, por los libros, que por la vida”. Con Mondo Brutto asegura que se descubrió a sí mismo. “Comprendí lo que sentía. Que todo lo que había vivido tenía un sentido creativo y biográfico. Y así empecé a fascinarme ante sentimientos y gustos de los que hasta entonces había renegado, creyendo que no tenían ningún valor. Y, sin embargo, yo estaba hecho de eso mismo: de canciones grabadas, de horas de televisión, de tardes perdidas en los bares más baratos… Con eso tenía que trabajar para explicar lo que sentía”. Ahí acaba de nacer el escritor que es, hoy por hoy, el parroquiano.

“Muy poco después tuve la otra gran revelación, cuando Emilio Manzano me invitó a colaborar en su programa de Betevé, Saló de lectura. Fue un flechazo. Nos entendíamos perfectamente. Y aún sigue nuestra amistad, faltaría más. Todo lo que había aprendido en los ‘años bruttos’, Emilio me lo permitió llevar a la práctica en su programa literario. Él es un lector extraordinario. Cultísimo. Muy refinado. Y muy sensible. La sección que dedicamos a El Quijote en el año de su cuarto centenario no era más que una lectura brutta del libro. Me sentía como alguien que venía de ese mundo de la cultura de masas, me crie viendo la tele y leyendo tebeos, y que se entregaba a Martí de Riquer, a Francisco Rico, a los grandes expertos en El Quijote, porque le encantaba ese mundo también. Y ese libro. ¡Cervantes se había convertido en un amigo nuestro!”.

 — Supongo que ahora os definirían con ese palabro odioso, freakies.

 — La paz burguesa ha impuesto su dictadura y ahora a la libertad se le llama frikismo, que es la palabra fetiche de los mediocres.

Javier Pérez Andújar
El escritor dice estar “hecho de Barcelona”, su ciudad.

 Barcelona en una playa

 Entristecido por una ciudad “en la que sólo medran los pijos, que cada vez se está quedando más atrás en el mundo, donde quien no tiene nada tiene miedo a perder lo que le han dejado”, el escritor se define inequívocamente barcelonés. “Es mi ciudad. Estoy atrapado en ella. No tengo escapatoria. Cualquier intento de fuga sería patético. Hay muchas ciudades que me encantan y alguna vez he soñado con vivir en ellas. Pero estoy hecho de Barcelona. Desde El Víbora hasta la Banda Trapera del Río. Desde los tebeos de Bruguera a los pasos subterráneos con peña pinchándose. Los autobuses nocturnos. Las librerías. Los cines. Los descampados que se ven cuando sales en un tren de cercanías. El mar, sobre todo”.

El parroquiano se toma un respiro para delinear su ciudad. Luego, retoma la palabra: “Quizá la playa de Sant Adrià concentra toda mi Barcelona. Toda la historia de esa playa, todo lo que ha sido y ha pasado ahí es una especie de biografía que siento haber tenido. Voy mucho. A caminar. Me gusta verla ahora llena de gente paseando. Gente normal y corriente de todo tipo. Y ver los cormoranes tomando el sol en los restos de los búnkeres”.

Javier Pére
El autor dedica, ahora, tiempo a releer libros de su adolescencia.

Tras estas palabras, cierra los ojos y busca en su memoria los momentos, los espejismos que le definen a él y su relación con la urbe. Son dos. Dos imágenes. “La manifestación de la Huelga General del 14 diciembre de 1988, con el Paseo de Gràcia hasta los topes, lleno de obreros y trabajadoras abarrotándolo, gente que había salido de las fábricas, de los barrios, ocupando el centro de la ciudad. Imponiendo su realidad a otra”. Y luego la otra imagen: “La estación de Sants cuando vinieron los antiguos miembros de las Brigadas Internacionales y la gente en la estación recibiéndolos como si se hubiera proclamado de nuevo la República. Militantes antifranquistas que habían estado en la cárcel, gente que había pasado hambre tras la guerra, ahora, en aquella estación, recibiendo a unas criaturas míticas”.

— Lo que es de veras mítico son nuestras raciones y menú. ¿No querrás comer algo después de tanto café?

Javier Pérez Andújar lanza una mirada grande y repleta de una añeja seguridad gastronómica: “Bocadillo. Siempre bocadillo. Compartir un bocata es el colmo de la intimidad. Tienen todo el bagaje de ir al colegio, de salir de excursión, de ir al trabajo… Es lo provisional y a la vez lo diario, lo cotidiano. Sólo se puede comer un bocadillo estando solo o con una persona a la que aprecias o quieres mucho. El bocadillo en grupo ya no tiene misterio, hasta resulta un poco antropofágico. Tanta gente junta llenándose la boca desordenadamente. Pero un bocata de tú a tú es siempre un viaje que empieza”, sentencia.