La alcaldesa de L’Hospitalet, Núria Marín, reunió ayer a los principales operadores económicos de la ciudad (Mobile, Fira, Planeta, Siemens, Agbar, Hospital de Bellvitge, Puig, Seat) para marcar la hoja de ruta de la reactivación económica y social pospandemia. Una de las conclusiones es que uno de los ejes de este proceso debe ser el desarrollo de la digitalización, en la Administración, en la empresa y en la sociedad en general, con el fin de superar la brecha digital que en estos momentos afecta a algunos colectivos socioeconómicos y generacionales. Es algo que el coronavirus ha puesto en evidencia. La digitalización es, además, uno de los destinos prioritarios de los fondos europeos para la reconstrucción y la resiliencia.
En pleno debate sobre este proceso, acaba de aparecer el libro Darwin en el desván, de Armand Balsebre y Toni Vidal, presentado el pasado martes en la librería Alibri, en la calle Balmes de Barcelona. Ambos autores son profesores de la Universitat Autònoma y especialistas en radio. Su libro no podía ser más oportuno, pues aporta una visión crítica sobre las consecuencias del rápido y enorme progreso que las nuevas tecnologías están experimentando desde hace unos años.
Según Balsebre y Vidal, el siglo XX se ha caracterizado por la irrupción de tecnologías que han mejorado la comunicación, como la radio, la televisión, el walkman, las pantallas planas, el vídeo doméstico, internet… Y aunque la televisión fue el primer medio en generar adicción y servidumbre del ser humano hacia la máquina, todos los anteriores avances contribuyeron a la democratización de la información. Sin embargo, el siglo XXI está suponiendo un fenómeno tal de transformación en este terreno que presenta ya consecuencias adversas.
Por ejemplo, la perdida de privacidad, en una galaxia digital en la que nuestra vida privada está en manos de un conjunto de algoritmos y artilugios conectados a la red que espían todo lo que hablamos y consumimos. Ahora somos adictos al móvil, ese objeto en el que todos los medios convergen y que crea la patología conocida como nomofobia, el miedo a quedarnos sin smartphone y, por lo tanto, aislados del mundo.
Ahora somos adictos al móvil, ese objeto en el que todos los medios convergen y que crea la patología conocida como nomofobia
“Estamos más comunicados, pero no mejor”, asegura el profesor Balsebre, para quien ahora la imagen domina sobre la palabra. Esta servidumbre de la imagen nos priva de la imaginación, lo que nos hace perder energía creativa. Y en esta circulación e intercambio continuo de información, se encuentran los bulos y mentiras, las fake news, que compartimos sin que pasen por verificación alguna.
Uno salió de la presentación de Darwin en el desván con una angustia apocalíptica, de que nos dirigimos irremediablemente hacia un mundo feliz de Huxley de servidumbre tecnológica, donde el hombre, alienado, es sustituido por máquinas y en el que no hará falta prohibir los libros porque nadie querrá leerlos.
Afortunadamente, al cabo de un rato uno reacciona. No todo el progreso tecnológico nos lleva a la alienación como raza humana. La tecnología aplicada a la salud nos cura. E incluso en este periodo de confinamiento y restricción de nuestros movimientos y reuniones, en el que básicamente hemos trabajado y relacionado a través de las teleconferencias y consumido lo que nos ofrecían las pantallas, resulta que el libro ha vivido una era de incremento de lectores que ha salvado al sector editorial de la peor crisis económica global que hayamos conocido.
La tecnología aplicada a la salud nos cura. E incluso en este periodo de confinamiento, resulta que el libro ha vivido una era de incremento de lectores.
Pese a sus negros pronósticos, los autores aclaran que no atacan la tecnología, sino su uso socialmente no responsable. “Atacamos la ciberdependencia”, el “aceptar pasivamente” la incorporación de la tecnología a nuestra vida cotidiana sin pensar en sus efectos secundarios. Su lucha se centra en que sigamos siendo ciudadanos antes que solo consumidores.
Uno acepta los peligros que apuntan Balsebre y Vidal, pero tiene la esperanza de que la inteligencia humana —dejen que me aferre a ella y llámenme ingenuo si quieren— corrija este rumbo y que aprovechemos el lado bueno de la tecnología y no permitamos que nos esclavice.
Nos dirigimos a un planeta en el que se calcula que en 2025 habrá 75.000 millones de dispositivos conectados a internet. Un mundo dominado por el nuevo capitalismo de los denominados GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple). Por eso, la lectura de Darwin en el desván deba ser quizá obligatoria. Ahora que aún estamos a tiempo, podría ser la vacuna que nos inmunice de la pandemia tecnológica.