“Creo que un punto de inflexión determinante en mi vida fue la muerte de mi padre. Un golpe de este tipo desestabiliza, el equilibrio se rompe. Luego todo sigue, pero el escenario en el que te mueves ya no es el mismo”. En la mirada de la escritora Victoria González Torralba ocurren muchas cosas, mientras habla a pie de barra, la mañana a medio consumir, sobre el ictus que se llevó a su padre, el mítico escritor y periodista Francisco González Ledesma.
“En mi caso, su desaparición tuvo una repercusión también en el ámbito profesional, pues las circunstancias me condujeron a acabar una novela que él no había podido concluir”, explica a propósito de Peores maneras de morir, última aventura del descreído y fascinante inspector Méndez. “Después surgió la idea de escribir una precuela del famoso personaje. Era una conversación que habíamos tenido muchas veces. Hablábamos sobre lo bien que estaría novelar los orígenes del inspector. Al final fui yo quien se metió en esa aventura”. Y fue así cómo, en 2017, Victoria debutaba como novelista con el aplaudido Llámame Méndez, donde vemos al personaje todavía adolescente en una Barcelona de posguerra egregiamente descrita. “Fue una forma de hacer el duelo. Jamás imaginé que acabaría haciendo algo así”, confiesa mientras sorbe un café largo.
—Una manera bellísima de honrar la memoria y legado de tu padre.
—Él siempre me insistía, “tienes que escribir”. Yo nunca le hice caso. Tendía a llevarle la contraria. Por eso considero que su muerte fue un doble punto de inflexión, personal y profesional.
En estos días, ve la luz Buenos tiempos (Siruela), nueva y esperada novela de la parroquiana, que plantea un crimen sórdido en una localidad costera catalana en los años 70. Un libro que corrobora los talentos heredados del padre con el que, en plano literario, se pueden tratar de amistoso tú a tú.
Sobrevivir en las trincheras del periodismo
Durante más de treinta años, Victoria ha ejercido como periodista. “Empecé en deportes, en la mítica revista Don Balón. Después pasé muchos años en lo que entonces se denominaban revistas femeninas. Llevaba las páginas de cultura. Más tarde, y durante un largo periodo, trabajé como freelance elaborando todo tipo de reportajes y entrevistas”.
Eran años en que llegó a fumar dos cajetillas diarias de tabaco. “Cuando en las redacciones se podía fumar, la pausa para encender un cigarrillo te ayudaba a pensar, a reconducir el hilo de lo que querías contar. Cuando yo empecé aún había máquinas de escribir y no era tan fácil rectificar como resulta con el ordenador. En cierta medida, fumar funcionaba como un pre-corrector”.
—¿Todavía fumas?
“Lo dejé por varios motivos, pero, sobre todo, porque me molesta depender de algo. El tabaco te condiciona, te obliga a estar pendiente de que no te falte”. Y reconoce que, aunque no lo echa de menos, “a veces, mientras tecleo en el ordenador, me sorprendo sujetando un lápiz entre los dedos, como si fuera un cigarrillo”.
Lo primero que la escritora destaca de su paso por la profesión periodística es haber sobrevivido a esta. “No es poca cosa, en un sector que atraviesa desde hace años una fuerte crisis”. Otra, que su trabajo le ha permitido “entrevistar y conocer a gente muy interesante de la que siempre he intentado aprender algo”.
Ahora busca centrarse plenamente en su faceta como escritora, pero sin olvidar los afectos cosechados en la trinchera. “Mis mejores amigos los he hecho en una redacción”.
Figurantes de un parque temático
“La historia de Barcelona está llena de episodios fascinantes, por eso es un escenario fantástico para cualquier novela. Los que a mí más me atraen son los que tienen algo de épico, como la resistencia de buena parte de la población ante el levantamiento militar que provocó la Guerra Civil, la forma en que se organizaron para defender su ciudad y sus ideales. También la entereza de los perdedores para soportar lo que vino después”, argumenta la parroquiana, antes de añadir que, si tuviera que destacar un episodio concreto, “tal vez sería la huelga de La Canadiense de 1919. A pesar de las fuertes presiones, se logró paralizar prácticamente a toda la ciudad, incluida la actividad industrial. Fue una de las movilizaciones obreras más importantes de la historia. Con aquella lucha se conquistó, además de mejoras salariales, la jornada laboral de ocho horas”.
—¿Y ahora mismo tu relación con Barcelona cuál sería?
“Nos hemos distanciado en los últimos años. Antes la percibía como algo que me pertenecía. Creo que era más abierta y progresista, una ciudad de acogida, plural, construida con gente procedente de todos los lugares. También más auténtica. Sé que es un efecto de la globalización, las ciudades tienden todas a vestir el mismo uniforme, pero echo de menos la autenticidad de los barrios, la ebullición de la vida real, los comercios con personalidad”, razona la escritora, para la que “la especulación y un turismo avasallador y malentendido están haciendo mucho daño”. Sorbe unas gotas más de su café americano. “Me da la sensación de que a los habitantes de esta ciudad se nos da cada vez menos espacio, que se nos ha quitado poder como ciudadanos y se nos ha relegado al papel de figurantes para los turistas”.
—A este Bar no vienen muchos turistas, a pesar de nuestra suculenta oferta. Por ejemplo, para que acompañes lo que te queda de café tenemos bocadillos, raciones o un buen surtido de repostería.
A Victoria González Torralba se le escapa una carcajada contagiosa.
—¡Dulce, por supuesto! Soy muy golosa. Mi ciudad ideal estaría plagada de pastelerías y librerías.