Acodada a la barra, sonríe mientras deposita su mirada azul sobre el rojo intenso del Bitter Kas acabado de servir. “Imagino que el gran punto de inflexión de mi vida, yendo a lo primigenio, fue cuando en mi familia decidieron que yo era la niña lectora y me atiborraron a libros”. Ane Guerra sorbe el primer trago, antes de concluir: “Eso nos ha traído hasta aquí”.
Nacida y crecida en el pueblo guipuzcoano de Urretxu —“mi familia lleva en el mismo baserri desde 1682”—, estudió Periodismo en Pamplona. De ahí, la crisis la llevó a Londres hasta que, en 2014, “las ganas de tener algo de calidad de vida y un proyecto editorial me trajeron a Barcelona”. Su vida es una suma infinita de historias: las que lee, las que piensa, las que escribe y las que transmite a través de las clases que imparte en centros universitarios como Elisava. O de los contenidos que elabora a través de su agencia, Letraherida. O de los programas de su podcast, Women at work. Un flujo imparable.
Ha trabajado en radio y televisión escribiendo guiones de humor, ha colaborado en numerosos medios de comunicación. Ha inventado, ha explicado, ha puesto por escrito o locutado. Y lo sigue haciendo, porque no se sabe estar quieta, ni falta que hace. Porque las historias no dejan de manar.
Acaba de publicar un libro, su debut, un western pulp en femenino repleto de humor y mala baba, de personajes descacharrantes y situaciones surrealistas, La maldición del Sandungo (Proyecto Estefanía), “y estoy en el tortuoso proceso de escribir otro”. Entretanto, le ha dado tiempo a traducir Días lentos, malas compañías (Colectivo Bruxista), la vertiginosa memoria sentimental y carnal del Hollywood de los años 60, narrada en primera persona por la artista y escritora Eve Babitz.
— Oye, ¿y ya te cabe tanta cosa en la cabeza?
— Pues la verdad es que tengo una memoria nefasta—, replica, riéndose.
Las decisiones que toma la vida
La parroquiana tiene la sensación de que, más que tomar decisiones por sí misma, es la vida la que las ha ido tomando por ella, y se ha limitado a adaptarse sobre éstas. De hacer caso a sus colegas cuando, siendo adolescente gótica en su Urretxu natal, “no me hice ningún piercing desastroso, de lo cual me alegro”. O de cuando su amigo Andoni Beristain, “fotógrafo y con el que editábamos la revista La Monda, que era el motivo de mi mudanza a Barcelona, me animó a mudarme cerca de él”. La respuesta, normalmente, era: “¿Ahora toca esto? Vale, adelante”.
— Pero no te restes méritos, porque muchas cosas las has hecho con tu criterio. ¡Puedes estar orgullosa!
Ane afirma, pero hasta cierto punto. “Lo que he sido es una privilegiada, porque mis padres me pudieron ayudar mientras tenía que hacer prácticas gratuitas… ¡viva el Periodismo!”, ríe. “La cuestión —prosigue— es que estoy orgullosa de ser hija de ellos. Pero cero méritos por mi parte, ahí”.
Tal vez tratando de eludir esa presión de hacer las cosas arrastrada por la inercia de decisiones ajenas, con la voluntad de preservar su espacio propio, de dar cuartel y oxígeno a su criterio, la escritora confiesa que está ahora “aprendiendo a decir que no a más movidas, porque de entrada quiero volver a leer con y por gusto”.
— ¿Y cómo te está yendo?
— ¡Uf! ¡Me cuesta muchísimo!
Vivir instalada en un verano de la infancia
De niña, la parroquiana pasaba sus veranos cerca de Salou. “Acostumbrados al verde y al gris y a la lluvia incesante de Euskal Herria, venir a Catalunya era como ir a otro planeta, uno en el que hacía buen tiempo constantemente. Si no lo has vivido, cuesta entenderlo”. Por eso, cuando se mudó a Barcelona hace ahora diez años, para ella “fue un poco como venir a vivir en mis veranos de la infancia. Con su arquitectura, su luz, su clima, sus palmeras… ¡Esa sensación me encanta!”.
— Aquí se está muy bien.
“Es la mejor ciudad del mundo, o lo sería si hiciera menos calor, estuviera un poco más vacía de turistas y de gente que viene a vivirla como si fuera un parque de atracciones, fuera más barata, las playas estuvieran más limpias y la gente pudiera acceder a una vivienda digna y asequible. En cualquier caso, creo que a veces se nos olvida que vivimos en un lugar precioso, ¿no?”, sentencia, y liquida el último trago de su Bitter Kas.
— Precioso y donde se come muy bien, como por ejemplo en este Bar, si te apetece almorzar algo que ya es hora. Tenemos menú, tapas, bocatas, platos combinados…
Ane Guerra no contiene la carcajada. Lo tiene claro.
— Plato combinado, sin duda. ¡Es una maravilla poder picar de todo al mismo tiempo!