El paso por una ciudad a menudo deja una huella imborrable en el visitante. De forma más extraordinaria todavía, alguien puede invertir esta regla, y dejar su rastro y memoria en el lugar que lo ha acogido temporalmente. Este fue el caso del poeta Antonio Machado. Barcelona fue para Machado la despedida para siempre del país que tanto intentó abrazar a través del simbolismo de su obra.
Cuando en la primavera de 1938 la desequilibrada balanza de la Guerra Civil apuntaba sus últimos movimientos hacia el ejército franquista, el poeta dejó su residencia de Rocafort, Valencia, para instalarse en Barcelona. A su llegada a la capital catalana la familia se instaló en un primer momento en el Hotel Majestic, por entonces incautado por el gobierno de la República Española para hospedar a diferentes intelectuales que llegaban de todo el país.
Esta primera residencia no fue del agrado de la familia, por lo que a las pocas semanas se instalaron en la Torre Castanyer, en Sant Gervasi, la que sería el último hogar de Machado antes de partir hacia el exilio. Parece ser que el poeta jamás llevó una vida especialmente pública en la ciudad, pues a pesar de su constante activismo en favor de la República, el ánimo del poeta ya se encontraba en sus peores momentos.
La finca, que había sido requisada a la Marquesa de Moragas, albergó a la familia Machado durante los casi diez meses que vivieron en la ciudad. A pesar de tratarse de un magnífico palacete, las inclemencias de la guerra condicionaron la vida de la familia Machado en todo momento a causa de las restricciones de suministros y alimentos.
A lo largo de este tiempo, el poeta no solo continuó su colaboración con el periódico La Vanguardia, iniciada en el año 1937, sino que intensificó la relación. La actividad periodística de Machado durante su paso por Barcelona dejó un total de veintinueve artículos en los que muestra su visión sobre el conflicto bélico español y las injerencias internacionales en un contexto de preguerra mundial.
Los dos edificios que hospedaron a la familia, junto a la antigua sede de La Vanguardia en el número 28 de la calle Pelayo, son los lugares que ha marcado la Red de Ciudades Machadianas como enclaves de principal interés para entender la relación del poeta con la ciudad. De hecho, desde el año 2014 el Hotel Majestic ofrece la posibilidad de hospedarse en una suite dedicada a Machado. En ella, el huésped más curioso encontrará un espacio que recrea el paso del poeta por el hotel, una completa contextualización sensorial de su figura y obra. Una experiencia que interpela a los más fieles seguidores de Machado y su obra.
El Ayuntamiento de Barcelona, consciente de la importancia de la huella que dejó el poeta en la ciudad, en la sesión del 20 de marzo del 2019 aprobó una declaración institucional a través de la que se expresó el reconocimiento público a la figura de Antonio Machado, como persona comprometida con la libertad, la democracia y la cultura universal. En esta misma declaración, el Ayuntamiento solicitó su incorporación a la Red de Ciudades Machadianas. Dicha solicitud fue aprobada el pasado 29 de abril del 2020.
Esta decisión supone una gran noticia para la ciudad de Barcelona, que verá reconocido internacionalmente su papel en la vida del poeta sevillano. Asimismo, el concejal de Turismo e Industrias Creativas, Xavier Marcé, ha representado al Ayuntamiento de Barcelona en la asamblea ordinaria de la Red de Ciudades Machadianas en la que ciudad ha sido recibida como nuevo miembro, sumándose así a las ciudades de Sevilla, Soria, Baeza, Segovia, Rocafort, Colliure y Madrid. El Ayuntamiento de Barcelona ha anunciado que este 2021 editará un libro que recoja los artículos firmados por Machado durante su estada en la ciudad, así como la creación de una ruta literaria dedicada al poeta.
Es difícil no observar la relación entre la ciudad y Machado sin hacerlo con una cierta melancolía. Barcelona fue para el poeta sevillano aquella senda que nunca se ha de volver a pisar, pues un 23 de enero de 1939 Machado, junto a su familia, abandonó la ciudad rumbo hacia un exilio del que nunca regresaría.