Acepta que la radio siga sonando, “siempre que no sea fútbol, política o tertulianos luchando por ver quién es el más ingenioso de todos” y se acoda a la barra para pedir un vermú y aceptarle a otro parroquiano un cigarrillo, aun llevando veinte años sin el vicio. “Afortunadamente no me crea ninguna adicción disfrutar de vez en cuando del placer de fumar”, puntualiza.
“Detesto contarme, no lo soporto, me entristece mucho tener que hacerlo”, explica la poeta, performer e incansable agitadora cultural, Sonia Barba, creadora de iniciativas como el notable Prostíbulo Poético, antes de ponerse a recordar el que, para ella, fue uno de los mejores encuentros cuando vino a Barcelona, hace ahora quince años y tras haber vivido en Madrid: conoció al periodista y editor Alfred Crespo con quien unas pocas palabras en clave bastaron para conocerse y reconocerse. “Le di las gracias al cielo y recuperé la fe en este raro mundo en el que la gente se pasa las horas hablando de sí misma, como si eso tuviera una enorme importancia” y sonríe con una sonrisa de las que han brillado en mil noches de mil colores y otros mil matices.
“Lo destacado de mi trayectoria es que exista –prosigue–, que se pueda hablar de una trayectoria, eso es lo más significativo para mí. Es decir, las cosas van tan poco a favor de poder desarrollarte de manera creativa, que el hecho de hacerlo, de seguir haciéndolo es sorprendente”, y sorbe un breve trago de su vermú para dejar un espacio entre las palabras que explican a la artista en clave de pasión y, muy importante, de juego en equipo: “Estoy sumamente agradecida a las personas que me rodean y que me acompañan en todo esto. Me pillas sin muchas ganas de hablar sobre las penas que arrastramos, por el hecho de ser mujeres, todas aquellas que decidimos hacer caso a nuestra pulsión creativa, pero en un país en el que la cultura es una especie de rata de alcantarilla abocada a sobrevivir bajo cualquier condición que se le inflija, ¿qué te puedo decir que no se haya dicho ya mil y una veces?”.
— Realmente, el mero hecho de salir adelante es ya motivo de orgullo.
— Todavía no estoy más orgullosa de una cosa más que de otra. Valoro cada una de ellas porque me han permitido pasar a la siguiente.
Bisutería en curso
Sonia Barba encadena momentos que, para ella, han tenido un valor trascendental y que, de hecho, le han llevado de un punto a otro como un juego de espejos reflejando un haz de luz en distintas trayectorias. Un juego que empieza “en el tiempo en que en el colegio comencé a hacer teatro en las actividades extraescolares evitando, así, las clases de bailes regionales a las que mi madre quería apuntarme –ríe–. Después, mi apuesta por vivir en Madrid, la compra de una batería con mi primer sueldo, trabajar con Murki López, Guillermo Monge, Ernesto González, Iñigo Munster, Balma y Eva de Las Solex, Olafa Ladousse, Carlos G. de Marcos y un montón de músicos y artistas que pasaban por la distribuidora de música independiente Comforte a principios de los noventa”. De ahí montó “un espectáculo de cabaret muy underground y actué en salas disidentes habitadas por seres fantásticos como el artista Andrés Senra”.
La rememoración de los puntos de inflexión vitales pasa ahora por “la grabación de Somos Gente con mi primer grupo, Los Llamados Perdidos, producido por Justo Bagüeste y Javier Almendral”. Y continúa: “el hecho de ponerme al frente del Prostíbulo Poético, en Barcelona, gracias a Kiely Sweatt, la edición de mi primer poemario Dear Pretty Baby, conocer al director, actor y bailarín Alberto Velasco…”; y concluye: “Todo son cuentas en un collar de bisutería aún inacabado”.
— Hasta aquí, lo que has hecho profesional y artísticamente. ¿Y en lo personal?
— A nivel más personal destacaría venir a Barcelona y la decisión de ser madre, que marcó un antes y un después de absolutamente todo.
La vida que entusiasma
Centrada actualmente en buscar un festival en el que poder estrenar su próxima pieza de experimentación escénica, en terminar su tercer poemario y en sacar adelante los ciclos de formación que ha comenzado a ofrecer a través del Prostíbulo Poético, Sonia Barba confiesa estar metiéndose “de cabeza en el mundo del audiovisual” para interpretar personajes potentes. En este sentido, extiende una petición: “por favor, gente que escribís ficción, haced guiones en los que las mujeres mayores de cuarenta años seamos reales y tengamos peso más allá de ser la madre del protagonista”.
Además de todos estos proyectos, para esta barcelonesa de adopción es prioridad el seguir desarrollándose y aprendiendo: “Seguir bailando, descubriendo música, autoras, gente que se asoma al mundo desde los márgenes y se entusiasma con la vida”.
—¿Y Barcelona? ¿Te entusiasma?
“Creo que empecé a amarla incondicionalmente después de los atentados de la Rambla”, replica, antes de rememorar un par de aspectos que no son de su agrado: “Cuando llegué a Barcelona me mataba cada vez que iba a sacar libros de la Biblioteca y todos los que quería leer sólo estaban en catalán”. Hace un barrido visual de la barra y añade: “¡Y lo de que no pongan tapa con la consumición en los bares me sigue doliendo en el alma!”, exclama.
—Hablando de tapas, ¿querrás comer algo? ¿Raciones? ¿Menú?
—Si el menú incluye algún plato sin carne y que no sea únicamente una ensalada mal hecha, entonces menú–, responde con una sonrisa cómplice.