Sergi Dòria
El periodista y escritor Sergi Dòria. © Inés Baucells
EL BAR DEL POST

Sergi Doria: Idilio ininterrumpido con la Barcelona literaria

“La única campana que hice en mis días de estudiante fue a los catorce años para irme, con un amigo, a la presentación de un libro de Camilo José Cela. Aquella tarde, el escritor presentaba un tomo lujoso y completamente fuera de mi presupuesto, pero yo iba con mi ejemplar de bolsillo de Viaje a la Alcarria para que me lo firmara. Cuando nos vio a mi amigo y a mí exclamó, con esa voz tan suya y audible: ‘¡Dos lectores de verdad, y no todas esas zorras con abrigo de visón!’”. El periodista y escritor Sergi Doria no puede reprimir una sonrisa, antes de concluir: “Aquel día empecé a darme cuenta de lo interesante que es el mundo literario”.

Acodado a la barra, el autor de ensayos y novelas como No digas que me conoces, Passejades per la Barcelona literària (éste, junto a Sergio Vila-Sanjuán), Ignacio Agustí, el árbol y la ceniza; La verdad no termina nunca o Antes de que nos olviden, degusta un vermú de media mañana al compás del Volver de Gardel.

“Soy hijo del Poble Sec y Sant Antoni, de la Barcelona mestiza y bilingüe del bar El Salchichón de la calle de la Cera y El Abrevadero de la calle Vila i Vilà, de los teatros y cabarets del Paralelo; de Sisa, de Peret, de Gato Pérez y de Serrat”. Precisamente, sobre este último, conserva uno de los recuerdos más dulces de su infancia. “El día en que mi padre me vino a buscar al colegio y me dijo que me llevaba a un sitio. Yo pensaba que era el médico y cuál fue mi sorpresa cuando vi que era el Tívoli y que entrábamos por la puerta de artistas para conocer en persona, en el camerino, a Joan Manuel Serrat, que aquel día actuaba ahí. ¡Tenía doce años y me sentí el rey del universo!”.

Otro momento que recuerda con especial cariño es su amistad con Carlos Ruiz Zafón. “Fui el primer periodista en entrevistarle a raíz de La sombra del viento, cuando todavía no se le conocía, y de ahí nació una espléndida amistad de la que iba a surgir también mi libro La Barcelona de Carlos Ruiz Zafón. Conocerle reafirmó mi relación con la Barcelona literaria”. Un idilio que va a más en forma de artículos para diarios y revistas como ABC, Revista de Libros o Turia; antologías, ensayos y, por supuesto, narrativa.

Secretos olímpicos

Orgulloso “de haber escrito tres novelas sobre Barcelona sin sonrojarme ante ningún crítico”, Sergi Doria anuncia que está trabajando ya en la cuarta, “que indaga en las causalidades de la efeméride olímpica de hace 31 años”. Una fecha que tiene una significación especial por estar asociada a un secreto que se guardó durante años.

“En 1992 había una cierta preocupación en relación al encendido del Pebetero Olímpico, por parte del arquero Antonio Rebollo. Todo el mundo se preguntaba qué pasaría si éste fallaba. Mi padre me dijo, entonces, que no me preocupara, que el pebetero se iba a encender igual. El motivo, es que él y un técnico eran los encargados de encender desde dentro la llama, independientemente de la trayectoria de la flecha disparada por Rebollo. Yo por entonces trabajaba en El Periódico, pero, claro, no podía decir nada”. Sorbe unas gotas de vermú, y remata: “¡Me sentí dueño de un gran secreto!”.

— ¡Y lo eras, no fastidies!

Maltratadora de sus prohombres

La Barcelona del escritor Sergi Dòria está hecha de letras, de voces, de recuerdos, de secretos y de sonidos, algunos ya extintos, como el paso del carro de la limpieza sobre el adoquinado de las calles del Poble Sec o el rumor de los afiladores callejeros. Es la Barcelona de edificios, esquinas y del Montjuïc de su infancia, sin domesticar, “un paraíso abandonado y decadente, una selva para nosotros, niños de ciudad; un mundo agreste donde ser felices”. Es la urbe de los edificios reconstruidos, piedra por piedra, cuando se abrió la Via Laietana y de rincones “como el Patio de las Letras de la Universitat de Barcelona, ese precioso jardín donde Carmen Laforet pensó Nada”. Es la ciudad de luces y bares “como el Delicias del Carmel, donde en cualquier momento me espero ver al Pijoaparte de Marsé”, que nace en ese Monte Táber que acoge hoy “la bellísima sede del Centre Excursionista de Catalunya…”.

— ¡Y también es una ciudad que maltrata a su talento! —exclama de pronto.

La Barcelona de Sergi Dòria es la de edificios, esquinas y Montjuïc de su infancia, sin domesticar, “un paraíso abandonado y decadente, una selva para nosotros, niños de ciudad; un mundo agreste donde ser felices”

— ¿A qué te refieres?

Sergi Dòria echa un trago más, antes de argumentar. “De pequeño me di cuenta de esto cuando comprobé que, por toda muestra de reconocimiento hacia su aportación, Narcís Monturiol, pionero de la navegación submarina, únicamente tiene un pequeño nicho en el cementerio de Poblenou. Pero es que no es el único. El alcalde Rius i Taulet, el hombre que hizo la Exposición Universal de 1888 con todo lo que ésta conllevó a nivel de transformación de la ciudad, tuvo que soportar insultos en su día y desmemoria una vez muerto. Pero el caso más sangrante es el de Ildefons Cerdà, uno de los grandes higienistas de Barcelona y el que hizo el Eixample, uno de los planes urbanísticos más brillantes y aplaudidos del mundo. Fue maltratado por la burguesía catalana nacionalista porque su plan había sido aprobado por el Ministerio de Fomento en contra del modelo radial que ésta proponía”.

Y Sergi Doria deja pasar unos segundos, que aprovecha para dar definitiva cuenta de su vermú, antes de sentenciar:

— Y creo que es algo que todavía no se le ha perdonado, de ahí que hayan puesto a su nombre una de las peores plazas de la ciudad. ¡La que siempre se inunda cuando llueve!

Sergi Dòria
Sergi Dòria cree que Barcelona maltrata a su talento. © Inés Baucells