El reloj de medio millón de euros

Si logras que un niño levante la vista de la pantalla de la tablet, la videoconsola o la tele y te haga caso durante cinco minutos, aunque sea parcialmente, intenta explicarle que, en los ochenta y noventa, cuando empezabas a hacerte mayor, te regalaban un reloj de pulsera. Si consigues que este niño que decíamos no te mande a paseo con un “OK, boomer” porque, por lo que sea, le has despertado un mínimo de curiosidad, le puedes contar que este primer reloj se acostumbraba a regalar por la primera comunión. También que, a pesar de que los padres, abuelos o padrinos se dejaran una pasta en la joyería para comprarte un Omega, Seiko o Citizen con correa de piel o acero inoxidable, cuando abrías el estuche que contenía el regalo experimentabas una secreta desilusión porque, en realidad, lo que tú deseabas era un moderno reloj-calculadora C-80. Por increíble que le pueda parecer a este chiquillo híper-tecnológico que te escucha, los niños de antes estábamos absolutamente fascinados por un gadget que Casio sacó al mercado en 1980 y que parecía salido de una película de ciencia ficción: un reloj de pulsera que, además de darte la hora, incorporaba las funciones básicas de una calculadora. Una pasada, vaya.

Traumas infantiles aparte –a mí, nunca me regalaron el reloj-calculadora de Casio–, cuando yo era pequeño, poseer tu primer reloj de pulsera venía acompañado de una fuerte carga simbólica. Empezabas a ser dueño de tu tiempo, pero por otra parte también pasabas a ser su esclavo. ¿Se entiende qué quiero decir? Cuando los mayores te decían que podías salir hasta las siete esto te daba un cierto grado de autonomía, aunque ya no podías jugar despreocupadamente hasta que te llamaran, sino que tenías que consultar el reloj a cada rato para que no se te pasara la hora. El tiempo: empiezas preocupándote por si todavía estás a tiempo de jugar una partida más con los amigos antes de que den las siete y, de repente, te has hecho mayor y preguntarte si todavía estás a tiempo o si ya vas tarde adquiere un significado mucho más profundo. En fin.

El niño del siglo XXI piensa que, por suerte, ahora, cuando te haces mayor, ya no te regalan un reloj de pulsera sino un iPhone que, además de darte la hora y tener calculadora, también sirve para que los pesados de tus padres se queden más tranquilos cuando sales de casa. Me da un poco de rabia pero debo admitir que este niño que me he inventado para escribir el presente artículo lleva toda la razón: el smartphone ha convertido en prescindible el reloj de pulsera. Es nuestro reloj de la pulsera. De la misma forma que también es nuestra calculadora, grabadora, linterna, mapa de carreteras y muchas cosas más. Sin embargo, paradójicamente, esto no ha comportado la ruina de las relojerías. ¡Al contrario! Basta con pasear por las calles más elegantes de Barcelona y comprobar que muchas personas, sobre todo hombres, se gastan auténticas fortunas en relojes de pulsera: Rolex, Cartier, Audemars Piguet, Longuines, Patek Philippe, Tissot, Tag Heuer, Hublot… El de la relojería, especialmente la de lujo, sigue siendo un negocio boyante. ¿Por qué?

Estatus. Para la gente con dinero o que quiere aparentar tenerlo, el reloj es un gran símbolo de estatus que pueden lucir, en cualquier ocasión, atado a su muñeca. Lo es, sin lugar a dudas, para el señor a quién, hace unos días, tres ladrones sustrajeron, en plena calle de Barcelona, un reloj valorado en nada menos que 500.000 euros. Por fortuna, sobre todo para él, pudo recuperar tan preciado objeto al día siguiente, gracias a una operación conjunta de los Mossos d’Esquadra y la Policía Nacional.

Ni que decir tiene que quiero vivir en una ciudad donde te puedas pasear tranquilamente con un reloj de medio millón de euros en la muñeca, si te apetece hacerlo y te lo puedes permitir. Pero quizás habría que recordar que, por mucho que puedas comprarte un reloj valorado en miles de euros, el tiempo es lo que realmente cuenta y éste no tiene precio.