El talento no se hereda

El pasado lunes fui al cine a ver La Casa Gucci y, el viernes, al Poliorama, para reír a tope con el espectáculo Not talent de la gran Judit Martín. Definitivamente, fue una semana de contrastes o quizás no tanto como parece… Enseguida lo sabremos, que diría Carles Porta. La Casa Gucci cuenta la historia, inspirada en hechos reales, de cómo Patrizia Reggiani (Lady Gaga) conspira para matar a su exmarido, Maurizio Gucci (Adam Driver), nieto y heredero del diseñador Guccio Gucci. La película —personalmente, me pareció bastante flojita, pero eso ahora no viene al caso— retrata tres décadas de lucha por el control de la marca italiana por parte de algunos de los miembros del clan y cómo la fascinación por el poder, el dinero, el lujo y el despecho llevan a Patrizia a convertirse en “la viuda negra de Italia”.

Aunque cueste creerlo, en el Poliorama, pensaba precisamente en la estirpe de los Gucci, mientras me tronchaba con el monólogo de Judit. Not talent se presenta como un canto a la mediocridad, un show para celebrar el fracaso y, ciertamente, éste es su hilo conductor, aunque, por supuesto, su protagonista —en 2018 fue la primera mujer en recibir el Premio Internacional de Humor Gat Perich— va sobradísima de talento. Digo que pensé en los Gucci porque durante el espectáculo la cómica explica cómo tienen que ingeniárselas las personas carentes de talento para triunfar en el mundo del arte o la creación y hay un personaje de la película de Ridley Scott que sigue su decálogo al pie de la letra. Se trata de Paolo Gucci (Jared Leto), el arquetipo del creador —excesivo, maniático, extravagante, difícil— pero, mira tu por dónde, carente de talento.

El mundo de la moda está lleno de estos personajes histriónicos que, en vida, hacen las delicias de la prensa del corazón y, si tienen la mala fortuna de sufrir una muerte violenta, también de eso que ahora llamamos true crime. Siempre es más jugoso contar un asesinato rodeado de lujo y glamour que de miseria. Hace unos años ya lo comprobamos en The Assassination of Gianni Versace: American Crime Story. La fórmula de La Casa Gucci es más o menos la misma, pero me atrevo a decir que con resultados más discretos.

Aunque cueste creerlo, el viernes, en el Poliorama, pensaba precisamente en la estirpe de los Gucci, mientras me tronchaba con el monólogo de Judit Martín

Todo esto ha coincidido en el tiempo con una de las noticias económicas del año: la llegada de Marta Ortega a la presidencia de Inditex. La estirpe de los Ortega parece tener poco que ver con la de los Gucci, aunque en realidad sabemos poco de lo que se cuece de puertas para dentro en sus despachos y comedores. Durante décadas, Amancio Ortega levantó su imperio textil alejado totalmente del foco mediático. De hecho, hasta hace algunos años, el gran público no sabía ni siquiera qué rostro tenía. Su heredera, pese a ser una habitual de la prensa del corazón —imagino que muy a su pesar—, nunca había concedido una entrevista hasta que este otoño rompió su silencio en WSJ Magazine (la revista de The Wall Street Journal).

Puestos a especular, quizás los Ortega se asemejan más a los Roy, la familia de ficción que protagoniza la exitosa Succession y que hace que los lunes sean el mejor día de la semana para sus numerosos seguidores porque es cuando se estrenan sus nuevos capítulos en HBO. En la serie, Logan Roy, el patriarca, controla con mano de hierro un conglomerado de empresas mediáticas y de entretenimiento, rodeado de sus cuatro hijos. Su prole se pasa el día conspirando y clavándose puñales por la espalda para hacerse con el poder del imperio familiar el día que el viejo estire la pata. Complejo de Edipo y Electra en todo su esplendor.

Hay una idea que sobrevuela La Casa Gucci, Succession y, de hecho, todas las historias inspiradas en grandes estirpes de poder: el talento no se hereda. Desde el escenario del Poliorama posiblemente Judit añadiría que da igual que estos niños y niñas de papá no tengan talento porque, por suerte para ellos, el dinero y el poder sí que se heredan. Desde el patio de butacas, imagino que yo no sabría si reír o llorar.