Leídos, comprados y saludados

El 4 de enero salió a la venta mi novela El somriure dels dofins (Columna Edicions). Lo anuncié a bombo y platillo a través de mis redes sociales para contribuir a su promoción. Uno de mis seguidores me escribió dos días después para comunicarme que había ido “expresamente” a una librería de Sant Cugat con la intención de comprarla para Reyes, pero que todavía no les había llegado. Le dije que me sabía mal y le animé a intentarlo de nuevo al cabo de unos días, pero me respondió con un lacónico “ahora, ya hasta Sant Jordi”. ¿Es posible que ese amable seguidor —un joven con formación universitaria y con una economía más que saneada, según se desprendía de su Instagram— solo comprara libros dos veces al año? Perfectamente.

Me recordó aquella tía que sólo prueba el cava en Nochevieja y su cumpleaños. De hecho, existe una parte de la población, nada despreciable, para quien la lectura es tan poco habitual como el consumo de vino espumoso. Es cierto que cada vez hay más ciudadanos con cultura de cava. Personas que lo beben de forma regular, lo aprecian y están dispuestos a rascarse el bolsillo para comprar un buen Recaredo, Gramona, Agustí Torelló, Alta Alella o Juvé & Camps, pero siguen siendo mayoría los que sólo descorchan una botella de este producto tan catalán en fechas señaladas y más por tradición, porque toca, que por ganas. Son los consumidores prototípicos del Freixenet Carta Nevada Semiseco, ya nos entendemos, ¿verdad? Los de “ponme sólo un dedito para brindar, porque el cava me da dolor de cabeza”. Los de “justo para mojarme los labios, que me da un ardor terrible”. Los que tienen las botellas de cava de los sucesivos lotes de Navidad de los últimos veinte años cogiendo polvo en el garaje o muertas de risa en la despensa.

Se compran y regalan muchas botellas de cava por compromiso, especialmente en Navidades. Unos cavas, a menudo de poca calidad, que se descorchan porque hace fiesta, pero se abandonan en la nevera medio llenas hasta que acaban vaciadas en el fregadero. De la misma forma, por Sant Jordi, también se compran y regalan muchos libros porque toca. Porque hace bonito, por tradición o compromiso. En ocasiones, estos libros también dan ardor de estómago y dolor de cabeza, pues a pesar de figurar entre los más vendidos del supermercado no hay quien se los trague, aunque lo cierto es que en su mayoría no serán ni siquiera empezados a leer.

Desde hace unos años, hay un tipo de “lector” o “amante de los libros” que no es que no lea habitualmente, es que ni siquiera los compra. Sencillamente, se dedica a darles LIKE cuando aparecen publicitados en redes sociales. Por esta razón, a la manera de Josep Pla, hablo de libros meramente saludados.

¡Ojo! Y no me vengáis con la cancioncilla de cada año de que los libros son caros. Por el precio de un cava más que decente, tenéis un tapa dura y, por el de una caña, una edición de bolsillo. Tanto si leéis como si compráis o solamente saludáis libros, ¡Feliz Sant Jordi a todos!