Este año celebraremos la Navidad con la alegría de reencontrar la mayoría de rituales de consumo y familia que la pandemia nos castró en 2020, pero con el regusto amargo de afrontar una nueva ola de restricciones y la posibilidad de que el nuevo bichito Omicron viaje todavía con más libertad por el país tras besar al cuñado y abrazar a los niños. La economía es un reflejo de nuestro estado mental y, como explicaba recientemente el periodista Ben Casselman en el magnífico podcast The Daily de The New York Times, la mayoría de los analistas norteamericanos y del resto del mundo afrontan el presente con la misma pregunta: “La economía va bien. ¿Por qué nos sentimos tan terriblemente?”. Esta aparente dicotomía es razonable; mientras el mercado se recupera del compás de espera de este curso pasado, la carencia de algunas materias y la ralentización del transporte mercantil han hecho despertar el fantasma de una escalada de la inflación y de un futuro inmediato con escasez de recursos básicos .
No es casualidad que, durante ese tiempo, la cultura popular haya resucitado el Apocalipsis de una catástrofe económica; así se ve en magníficas series televisivas como L’Effondrement (El colapso), una nueva distopía creada por la productora Las Parasites en la que una serie de ciudadanos del primer mundo se enfrentan a una especie de Tercera Guerra Mundial causada por la carencia de alimentos y combustible. Evidentemente, los futuribles literarios son exageraciones metafóricas y todavía no hemos llegado a una situación remotamente parecida a la de algunos de los protagonistas de esta serie, una clase adinerada que compra la ciudadanía de una isla en la que todavía existen recursos protegida por drones que castran cualquier intento de invasión. Pero también hay que decir que la narrativa televisiva del pasado reciente (Dead Zone o My Secret Terrius) había predicho el contagio vírico como uno de los grandes focos de problemas y conflictos del futuro y la cosa nos parecía igual de delirante.
La última imposición de restricciones impulsada por la Generalitat y el Gobierno (con algunas medidas, como el toque de queda, absolutamente injustificadas en términos científicos y que es necesario criticar, sólo faltaría) han hecho aumentar un sentimiento de antipolítica contra la administración que me parece altamente preocupante. Hay que enmendar el poder cuando éste nos coarta la libertad de forma arbitraria, pero también debemos ser conscientes de que bajo muchos espíritus ácratas disfrazados de liberalismo se esconden fuerzas políticas de raíz casi-totalitario. Quizás no tenemos la generación de líderes mejor preparada para gestionar la enorme complejidad del mundo de mañana, pero el planeta post-Covid no mejorará a base de populismo ni de una economía más proteccionista. Si en algún punto están de acuerdo la mayoría de epidemiólogos y miembros de la comunidad científica es en que la Covid se acabará más cuanto más global y coordinada sea la respuesta contra el virus.
Quizás no tenemos la generación de líderes mejor preparada para gestionar la enorme complejidad del mundo de mañana, pero el planeta post-Covid no mejorará a base de populismo ni de una economía más proteccionista
Hoy, mientras se sirva la escudella en casa, todo el mundo aprovechará para ejercer de epidemiólogo aficionado (incluso habrá un familiar que tenga la total seguridad de conocer cómo erradicar la Covid con mucha más sagacidad que la mayoría de ministros de sanidad del mundo) y algunos de los comensales aprovecharán la dosis extra de cava para maldecir los sacrificios que los gobiernos promulgan para combatir la maldita pandemia. Por muy cabreados que estemos, os lo ruego, no caigáis en la trampa del cuñadismo ni en el calor de la conspiranoia. Si de algo nos debe servir la historia más reciente es para medir palabras como “sacrificio” o “libertad”. Las generaciones como la de servidora, que hemos nacido y crecido en democracia, hemos vivido una comodidad y un estado del bienestar público infinitamente mayor que el de nuestros padres y abuelos. Si tenéis tentaciones fatalistas, hablad con los miembros más veteranos de la familia; ellos han vivido penurias y sacrificios que nuestra piel de seda no puede ni imaginar.
De la misma forma que ha superado conflictos bélicos y crisis sistémicas feroces, la humanidad aprovechará este presente histórico para hacerse más fuerte. No es cuestión de ser optimista, que lo soy, sino de comprobar cómo, ante la aparición de un virus desconocido, nuestro mundo ha encontrado varias vacunas para mitigarlo en un tiempo récord y la mayoría de administraciones del planeta, con todos los peros que uno aporte, han podido proteger un altísimo tanto por ciento de su población. Todos hemos sufrido molestias, es evidente, pero si las cotejamos en un contexto histórico y evaluamos estos últimos dos años con perspectiva, el nuestro no es un tiempo para llorar; por el contrario, es un momento convulso y difícil, pero también apasionante. Por muchas variantes que tenga este bichito que nos ha cambiado la vida, podemos tener la seguridad de que nuestros científicos y gestores urdirán formas para erradicarlo. El mundo va a cambiar, es evidente, pero todavía estamos lejos del colapso y tenemos mucho margen para mejorar la vida colectiva.
Con esta pequeña reivindicación de esperanza, aquí vuestro puñalero de cada sábado os desea unas Felices Fiestas pandémicas. ¡Nos leemos muy pronto, en 2022!