Una caipirinha en el Samba Brasil

Desde antes del confinamiento no había vuelto al Samba Brasil, de la calle Lepant, 297, en la Sagrada Família. Se trata de un establecimiento sencillísimo, con barra metálica y cuatro mesas, donde el dueño, Pedro, hace las mejores caipirinhas que habrán probado nunca, excepto, claro, si han viajado a Brasil o —como él— han nacido allí. El secreto de la simple maravilla es una mezcla de cosas. Hacer un cóctel como la caipirinha o como el mojito es un poco más laborioso, pongamos por caso, que hacer un negroni o un margarita. No digo que los negroni o los margaritas no sean laboriosos de hacer. Digo que en el caso de la caipirinha o del mojito, el barman debe dedicarse a hacer más cosas que mezclar. Es por eso que estos dos cócteles, la caipirinha y el mojito, no los pido en cualquier sitio, sólo donde sé que los harán como es debido.

El secreto del Samba Brasil son muchas cosas a la vez. En primer lugar, las limas, que Pedro va a buscar a Mercabarna. No pueden ser cualesquiera, porque tienen que hacer buen zumo. En segundo lugar, la cachaça, que él trae del Brasil. En Barcelona, ​​si quieren comprarla para hacerse el cóctel en casa, encontrarán algunas marcas, no muchas. La Pitú, la Velho Barreiro… No las venden en todas las licorerías. En el colmado Lafuente la encuentran seguro. En tercer lugar, el hielo. Para hacer una buena caipirinha, el hielo debería romperse en la palma de la mano con una maceta (la maceta que te regalaba, no hace mucho, la marca de cachaça Pitú si te comprabas una botella) y que en casa puede ser la mano de mortero del alioli.

No es fácil, hacerlo. Si no estás acostumbrado, duele. Si no les sale, el sistema torpe es envolver los cubitos con una servilleta y picarlos contra el mármol. Diría que Sanidad no permite a los barmans picar el hielo en la mano, si no es que llevan guantes, y es por ello que en muchas coctelerías el hielo está picado a máquina (o comprado directamente más pequeño). Para mí, la gracia de la caipirinha es que el hielo sea irregular y que no se agüe deprisa. En casa, la maceta de la mano de mortero también nos puede servir, además de para picar el hielo, para aplastar las rodajas de limón dentro del vaso, con el azúcar, y sacar el jugo. En este caso, lo haremos con la parte estrecha, la que utilizaríamos para cogerla. Debemos procurar no aplastar demasiado la piel (es por eso que la cortamos en rodajas) porque si no, el cóctel será amargo.

El vaso debe ser de esos, sencillos, como los de la marca Duralex. Pedro los tiene así. Nada de vasos historiados. Vasos Duralex. Y, muy importante, para mezclar, tapamos el vaso con otro vaso y sacudimos. En el Samba Brasil, los estantes tras la barra están llenos de vasos con la lima cortada, listos para ser preparados. Ver hacerlo es un precioso espectáculo.

Pedro me cuenta que sus clientes, claro, no toman este cóctel a las doce de la mañana. Si acaso, lo toman después de comer o antes de cenar, pero, sobre todo, sobre todo, después de cenar. Es por eso que a él el toque de queda le ha perjudicado y al mediodía ha decidido hacer vermuts.

Cuando, queriendo o sin querer, dejas de hacer algo que hacías (leer, salir a cenar, ir al teatro …) rápidamente lo olvidas. Son necesidades placenteras, que nos hemos creado nosotros mismos. Yo había olvidado la existencia del Samba Brasil. Pero hoy, con este calor, la ciudad bastante vacía, el cine Phenomena esperándome, he pensado: “¡El Samba Brasil!”.

Y qué alegría, de nuevo ver a Pedro, tan simpático, con una nariz tan poderosa para detectar, enseguida, los buenos restaurantes, con una facilidad tan extraordinaria para encontrar bonita la vida y disfrutarla… Me he sentado en la barra, he visto la tele de siempre, con los videoclips, y he dicho: “Una caipirinha”. Y enseguida Pedro me ha puesto ese bol repleto de mezcla de maíz, cacahuetes… He sorbido y he sido feliz.