Solano County es un condado californiano de cerca de 500.000 habitantes situado entre San Francisco y Sacramento, tradicionalmente minero y actualmente con buena parte del territorio dedicado a los cultivos y a la generación de energía eólica. En los últimos tiempos, sin embargo, se venía corriendo la voz de que un grupo inversor estaba comprando muchas propiedades en la zona, a veces con métodos no muy ortodoxos. No fue hasta mediados del mes pasado que se conoció el nombre de este grupo: California Forever, y que detrás de él hay nombres muy importantes (y millonarios) de la industria y las finanzas de Silicon Valley. ¿El objetivo de este acaparamiento de tierras? Construir una nueva ciudad desde cero para centenares de miles de habitantes, mantenida con energía 100% limpia y gestionada con las más avanzadas tecnologías. Una vez destapados los planes, y ante la polémica desatada, la corporación ha propuesto hacer un referéndum entre la población del condado para obtener su visto bueno a este proyecto.
Hace unos meses, en la presentación del nuevo plan estratégico de Estambul, la socióloga y economista Saskia Sassen se preguntaba —refiriéndose sobre todo al caso de Estados Unidos— si no tendría más sentido demoler las ciudades existentes y construirlas de nuevo aprovechando los conocimientos acumulados sobre sostenibilidad y justicia social. El motivo es que muchas de estas ciudades se desarrollaron a lo largo del siglo XX siguiendo los criterios que mostró al mundo la exposición Futurama en 1939 en Nueva York, bajo el amparo de la industria automovilística. En Europa, que encaraba el siglo pasado con un tejido urbano más consolidado, la reconstrucción y renovación de dicho tejido tras las dos guerras mundiales tuvo también como protagonista destacado los preceptos del Movimiento Moderno de Le Corbusier.
Es evidente que todas las ciudades han evolucionado y se han ido adaptando a lo largo del tiempo a las condiciones ambientales y demográficas cambiantes (planificando su crecimiento), a los vaivenes políticos (con la necesidad o no de elementos de defensa como las murallas, por ejemplo) y, sobre todo, a los cambios tecnológicos que han revolucionado desde su saneamiento hasta su conectividad, pasando por la forma como llegan los alimentos o cómo se mueven las personas y las mercancías en su interior.
Todos estos cambios se han ido superponiendo en las ciudades tal y como habían sido originalmente planificadas porque, en general, las ciudades se han desarrollado a partir de una propuesta morfológica inicial determinada: desde la cuadrícula de Hipódamo de Mileto y su extensión por el Mediterráneo y más allá gracias a los campamentos romanos hasta las New Towns británicas basadas en el concepto de ciudad-jardín y otras utopías urbanas de la época.
La construcción de capitales de estado desde cero ha sido también una práctica habitual a lo largo de los tiempos: Washington D.C., Canberra, Brasilia o, más recientemente, Astaná son los ejemplos más significativos.
Hoy en día, en un mundo que se considera principalmente urbano y bajo la amenaza de una emergencia ambiental y climática que cada vez plantea más retos al buen funcionamiento de las ciudades, la necesidad de adaptarlas a las nuevas circunstancias se hace más perentoria. Es así como vemos que en todas partes se ponen sobre la mesa proyectos de redensificación, de incremento de la superficie verde y azul frente al gris y de regeneración de espacios urbanos para hacerlos climáticamente más neutros, por no hablar de los volúmenes de inversión en rehabilitación energética previstos con los fondos Next Generation EU.
Pero también hay quien fía la solución a los problemas que nos plantea el cambio de condiciones de vida en el planeta a la creación de nuevas ciudades desde cero, respondiendo al dilema de Saskia Sassen. De hecho, muchas, más de un centenar actualmente: según el premio Nobel de Economía de 2018 Paul Romer, de la New York University, construiremos más áreas urbanas en los próximos 100 años que las ya existentes en la Tierra. He aquí algunos de los proyectos más ambiciosos que hay actualmente sobre la mesa en el mundo:
Xiong’an (China)
Ciudad de unos 2.000 km2 proyectada en 2017 para descongestionar Pekín en la que ya se ha invertido desde entonces 85.000 millones de euros y se han construido unos 4.000 edificios. El propósito del presidente chino Xi Jinping es conseguir una combinación de tecnología punta y respeto ecológico, a la vez que se convierta en el motor económico de la capital.
Fujisawa (Japón)
Aunque con unas dimensiones mucho más modestas (unas 1.000 viviendas), este proyecto conjunto del gobierno japonés y Panasonic puesto en marcha en 2011 también ha atraído la atención del mundo del urbanismo. Los primeros habitantes llegaron en 2014 y desde entonces se ha desplegado todo tipo de tecnologías para eliminar el impacto ambiental a la vez que se han puesto en marcha procesos participativos. Sin embargo, el hecho de que las viviendas sean unifamiliares, por ejemplo, genera claros interrogantes sobre el proyecto, un aspecto que Woven City, el experimento urbano impulsado por Toyota también en el país nipón, parece haber mejorado.
NEOM (Arabia Saudita)
Un proyecto de ciudad futurista que se espera que sea una ciudad inteligente y sostenible impulsada por tecnología de vanguardia. Está ubicada en la costa noroeste del Mar Rojo y se planea como una zona económica especial con énfasis en la innovación y la sostenibilidad. En su promoción se afirma que se respetará el 95% del entorno natural de la zona.
Eko Atlantic (Nigeria)
Una nueva ciudad en desarrollo en Lagos, que se está construyendo en una zona de tierra recuperada del océano Atlántico. Se planea como una solución a los problemas de congestión y hacinamiento de la antigua capital nigeriana, que ya supera los 15 millones de habitantes, así como para proporcionar espacio para el desarrollo comercial y residencial.
Masdar City (Emiratos Árabes Unidos)
Uno de los proyectos de nueva ciudad sostenible más antiguos, ya que fue anunciado en 2006 como una inversión de unos 20.000 millones de euros con la intención de llegar a los 50.000 habitantes en 2015 (en 2023 eras unos 15.000, de los cuales 5.000 residentes permanentes). Bajo la dirección del estudio del arquitecto Norman Foster, se ha diseñado como una ciudad 100% libre de carbono, con un enfoque en la generación de energía renovable, la eficiencia energética y el transporte sostenible.
Hoy en día, en un mundo que se considera principalmente urbano y bajo la amenaza de una emergencia ambiental y climática que cada vez plantea más retos al buen funcionamiento de las ciudades, la necesidad de adaptarlas a las nuevas circunstancias se hace más perentoria.
Entre otros proyectos que se pueden catalogar como considerablemente fallidos destaca Forest City, en Malasia, un complejo de cuatro islas artificiales que actualmente se considera más bien una ciudad fantasma al haber completado sólo un 15% de su desarrollo en sus 8 años de vida. O la muy anunciada Quayside, en Canadá, el sueño de los fundadores de Google de crear la primera ciudad inteligente del mundo (título actualmente disputadísimo) como una expansión de Toronto y que duró entre 2018 y 2020. Eso sí, como tantos otros proyectos de las grandes tecnológicas, nada impide que resurja renovado y más decidido en cualquier momento, y más cuando ya se llevaban invertidos más de 2.500 millones de euros.
En España, y más allá de determinados proyectos de expansión de municipios que suponían casi en la práctica construir nuevas ciudades en la época de la exuberancia inmobiliaria de principios de siglo, con casos como el de Seseña (Toledo) al frente, también se sigue, modestamente, la estela de las nuevas ciudades. Actualmente, se oye hablar del proyecto Elysium City, que pretende condensar en 12 km2 de un término municipal extremeño el más nuevo en tecnología y sostenibilidad urbana, Una propuesta que enfrenta la empresa promotora con grupos ecologistas bajo la mirada indecisa de la Junta de Extremadura.
Sea como fuere, parece muy difícil que en todos estos proyectos, por mucho que se multipliquen en los próximos años de la mano de magnates, grandes empresas o gobiernos más o menos autocráticos, encontremos la clave para resolver los grandes retos que tienen hoy en día las ciudades. Y mucho menos en entornos como el nuestro.
Al contrario. En Europa, y en particular en la región metropolitana de Barcelona, disfrutamos de unos tejidos urbanos de mucha calidad, a pesar de la amenaza que supuso en el último tercio del siglo XX una expansión urbana alejada de las características tradicionales de la ciudad mediterránea que, posteriormente, se han ido admitiendo como los más adecuados y que podríamos sintetizar en la propuesta tan en boga de la “ciudad de los 15 minutos”.
Es por ello que resulta muy importante sacar el máximo provecho de este tejido urbano preexistente, y por ello hay que tomar en consideración cuatro premisas fundamentales:
- Hay que entender nuestra ciudad, en todas las decisiones que se tomen respecto a nuestro futuro urbano, como la gran región metropolitana que es, como la ciudad real que cada vez más protagoniza las vidas cotidianas de cinco millones de personas.
- Debemos dotarnos con urgencia de los instrumentos de planificación que proporcionen los criterios adecuados para una ciudad del siglo XXI, no sólo con la aprobación definitiva del instrumento que debe sustituir al Plan General Metropolitano de 1976 para los 36 municipios del Área Metropolitana de Barcelona, sino haciendo la revisión de otros planes (como el Plan Territorial Metropolitano de 2010) para hacer extensivos estos criterios al resto de la metrópoli.
- Se debe activar el máximo grado de coordinación entre administraciones, y de éstas con otros actores económicos y sociales, para no dejar escapar ni un euro de los fondos actualmente disponibles para acelerar las transformaciones necesarias (Next Generation EU y otros).
- Se debe poner especial énfasis en aquellos espacios urbanos que requieren de un mayor esfuerzo de transformación física (barrios envejecidos o degradados, urbanizaciones, etc.) y de empuje económico y fortalecimiento del capital social y el sentido de comunidad, que suelen coincidir con los anteriores, pero no siempre. El desarrollo de un nuevo y ambicioso plan de barrios al amparo de la ley recientemente aprobada por el Parlamento de Cataluña es imprescindibleen este sentido.
Nuestro futuro urbano depende, en definitiva, de saber repensar y transformar las ciudades que tenemos más que de inventar nuevas, y mucho menos si éstas se encuentran directamente supeditadas a intereses particulares, en lugar de ser una construcción colectiva. Por eso también debemos ser conscientes de que no bastan las transformaciones físicas o el hacerlo todo de nuevo si no cambiamos el quién y el cómo se toman las decisiones que nos deben llevar hacia este futuro.