¿Basta con ciudades de quince minutos?

El pasado 23  de febrero, el urbanista colombiano establecido en París, Carlos Moreno, presentaba  en Barcelona el libro La revolución de la proximidad: De la “ciudad-mundo” a la “ciudad de los quince minutos”, en el que el autor condensa las tesis que sostienen este modelo de ciudad que ha contribuido a poner de moda en todo el mundo la alcaldesa de la capital francesa, Anne Hidalgo, al adoptarlo como uno de los pilares de sus campañas políticas.

Los quince minutos a los que se hace referencia definen el tiempo máximo que habría que recorrer a pie o en un medio no motorizado dentro de un entramado urbano para acceder a las que Moreno considera las seis funciones sociales urbanas esenciales: vivienda, trabajo, compras, educación, salud y ocio. Asimismo, el urbanista aboga por la flexibilidad y diversidad de usos de los espacios, de manera que se multipliquen las posibilidades de ofrecer todo aquello que el modelo reclama dentro del perímetro marcado por este cuarto de hora.

Se ha hablado mucho de este concepto en los últimos años, especialmente a raíz de la situación creada por la pandemia de la Covid-19 y los confinamientos en las ciudades, pero sobre todo se está hablando de manera muy intensa en esta recta final de la pre-campaña para las elecciones municipales en nuestro país, en un momento en el que se ponen sobre la mesa los diversos modelos de ciudad que defenderá cada fuerza política.

Como idea de fondo, la conjunción de la sostenibilidad con la recuperación de los vínculos de proximidad ante una sociedad cada vez más digitalizada y más desigual. En este sentido, la ciudad de los quince minutos, dice Moreno en su libro, fomenta la mezcla de la población para mantener el anclaje local de las clases medias y preservar la cohesión social, a la vez que se ofrece a las personas menos favorecidas el acceso a los servicios que necesitan.

Como suele pasar, sin embargo, cada vez que un concepto que tiene que ver con nuestro modo de vida emerge con fuerza, la controversia está servida.

En primer lugar, la sospecha sobre si Moreno ha inventado o descubierto algo nuevo (de hecho, hay incluso quien le cuestiona la paternidad del concepto) o si simplemente ha encontrado una manera sencilla y “marquetiniana” de nombrar aquello que ya hace muchos años que existe.

Efectivamente, ¿es la ciudad de los quince minutos una idea original?  Si tomamos en particular la típica ciudad mediterránea, ¿no podemos concluir que ya responde a este modelo de manera intrínseca?  Estos interrogantes son, cuando menos, unas de las reacciones más habituales a nuestras latitudes cuando se habla del tema.  Y no sin razón: los tradicionales barrios y villas mediterráneas se forjan en las relaciones de proximidad y la mezcla de usos.

Pero es innegable también que el desarrollo urbano imperante durante toda la época democrática ha ido en gran medida en detrimento de estas características ahora reivindicadas.  Cabe recordar que entre las décadas de los 70 y de los 90 del pasado siglo la población en la región metropolitana de Barcelona prácticamente no varió, mientras que la superficie urbanizada en este territorio se duplicaba, con la consiguiente dispersión del poblamiento y emergencia de espacios bastante poblados sin dotación de puestos de trabajo o de servicios.  Simplemente hay que observar los atascos y los tiempos de desplazamiento en horas punta en nuestras vías de comunicación para entender que algo falla, si realmente creemos que nuestras ciudades ya son de quince minutos.

Cabe recordar que entre las décadas de los 70 y de los 90 del pasado siglo la población en la región metropolitana de Barcelona prácticamente no varió, mientras que la superficie urbanizada en este territorio se duplicaba

El debate sobre el modelo urbano, pues, es necesario, y más en estos momentos en el que todas las ciudades están buscando fórmulas para hacer frente a la transición energética y la lucha contra el cambio climático.  Por tanto, más allá de polémicas sobre la originalidad o la mayor o menor profundidad del concepto acuñado por Moreno, se le debe reconocer la capacidad que ha tenido para volver a situar este tipo de debates más allá del ámbito académico o profesional, donde ya hace muchos años que se plantea, haciéndolo llegar a los ámbitos político y ciudadano, que es donde más difícilmente arraigan este tipo de deliberaciones urbanísticas. La reflexión colectiva sobre cómo queremos que sean las ciudades donde vivimos es clave para nuestro futuro y, en consecuencia, debe situarse en términos que faciliten que todo el mundo pueda contribuir a ello.

Claro que esta politización y popularización no está nunca exenta de riesgos, y más en la era de las redes sociales y las fake news. Es así como han surgido desde diversos espacios las más variadas teorías de la conspiración acusando a Moreno de querer recluir a la ciudadanía en guetos amurallados de los que no se podría salir más que pagando un peaje o similar. El autor denunciaba hace bien poco con perplejidad los insultos y amenazas que ha recibido por sus propuestas e incluso se han organizado manifestaciones en su contra en lugares como Oxford.

La reflexión colectiva sobre cómo queremos que sean las ciudades donde vivimos es clave para nuestro futuro y, en consecuencia, debe situarse en términos que faciliten que todo el mundo pueda contribuir a ello

A la vista de la popularización del concepto se ha producido otro fenómeno habitual: la aparición de múltiples variaciones, que en este caso tienen que ver con el tiempo asignado. En algunos lugares, como Dubai, se habla de la ciudad de veinte minutos; en Seúl, los barrios deben ser de diez minutos;  un barrio de Copenhage ha sido designado para ser “la ciudad de cinco minutos del futuro” y en Suecia van aún más allá proponiendo la ciudad de un minuto.

Ahora bien, si hay un concepto que debe causar preocupación desde el punto de vista de la vitalidad urbana es el de la ciudad de los cero minutos, es decir, la ciudad en la que todo, o casi, se pueda obtener sin necesidad de salir de casa. Un horizonte de lo que no estamos tan lejos: teletrabajo, comercio electrónico y deliveries, formación virtual, telemedicina, plataformas de entretenimiento están ya presentes en mayor o menor medida en nuestros hogares.

Está en juego el modelo de ciudad que queremos para Barcelona y la región metropolitana.

Volviendo a la propuesta de Moreno, como todas las teorías urbanísticas y los modelos de ciudad que han ido surgiendo a lo largo del tiempo, desde la retícula de Hipódamo de Mileto hasta la ciudad-jardín de Ebenezer Howard, su plasmación sobre el terreno y el momento histórico en el que se aplica desvelan las lógicas limitaciones que todo modelo contiene. La principal relacionada con la ciudad de los quince minutos seguramente sea que, de todas las funciones esenciales que se le asignan, el trabajo sea la más difícilmente compatible de manera generalizada con el modelo: que toda la población de un barrio pueda trabajar en este mismo barrio parece un hito bastante inalcanzable.

Teniendo en cuenta, además, que la ciudadanía debe acceder a otros servicios y equipamientos que no forman parte del día a día, pero que deben encontrarse también accesibles en caso de necesitarlos, Moreno habla de la ciudad de treinta minutos como complemento de la de quince.  En su modelo, ninguna región podrá desarrollarse de manera adecuada si no construye una estructura urbana que ponga por delante la calidad de vida en sus ciudades medias. 

Surge así todavía otro concepto, el de la ciudad fractal, en esta ocasión de la mano del catalán establecido en Harvard, Ramon Gras. Gras y su equipo han analizado una gran diversidad de formas urbanas y han concluido que la más eficiente es la que ofrece un policentrismo armónico; es decir, una red de nodos similares entre ellos repartidos de manera equilibrada por el territorio. Aquí se han hecho también propuestas sobre la Catalunya de los cuarenta y cinco minutos, para dibujar un territorio en el que todas las poblaciones principales se encuentran conectadas con Barcelona en tres cuartos de hora en tren.

Se han hecho también propuestas sobre la Catalunya de los cuarenta y cinco minutos, para dibujar un territorio en el que todas las poblaciones principales se encuentran conectadas con Barcelona en tres cuartos de hora en tren

Desde el Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona se han recogido y debatido las propuestas anteriores y se ha adoptado el planteamiento de “la ciudad de los quince minutos y el territorio de los cuarenta y cinco minutos” para definir lo que debería ser la región metropolitana de Barcelona: una malla de barrios y ciudades con una buena dotación de servicios básicos desde los que se pueda acceder también al resto de necesidades cotidianas (incluyendo el trabajo) en un máximo de cuarenta y cinco minutos en transporte público. Esencial, pues, romper con la estructura radial y centrada en Barcelona ciudad de las comunicaciones, sobre todo ferroviarias.

Esta propuesta ha sido recogida y sintetizada a nivel estatal en una declaración y en un decálogo para que los partidos políticos la puedan incorporar a sus programas por el Foro NESI, y es uno de los referentes clave del Compromiso Metropolitano 2030, el nuevo plan estratégico metropolitano que fue presentado el pasado mes de diciembre, y que pone en el centro la reducción de las desigualdades sociales y territoriales en la región metropolitana de Barcelona en el contexto de la emergencia climática.

La ciudad de los quince minutos y el territorio de los cuarenta y cinco minutos determinan el modelo de metrópoli que el conjunto de organizaciones que han participado en este proceso, más de 400, han visualizado como más conveniente. Ahora, deben ser el planeamiento territorial, en manos de la Generalitat (y en el ámbito metropolitano, también del Área Metropolitana de Barcelona), el planeamiento urbanístico municipal y las inversiones de las diferentes administraciones las que le den forma.