Dalmau Costa o el éxito de un catalán exiliado en México

“La ambición de todo mexicano que se precie de ser algo es tener una casa en las lomas de Chapultepec, poseer un Cadillac y tutearse con Dalmau Costa”. Esta frase la publicó un diario de la capital mexicana y así lo explicaba el escritor catalán exiliado a México,  Vicenç Riera Llorca. Vista la rotundidad de la afirmación, es obligado preguntarse quién es Dalmau Costa.

Gracias a la Fundació Josep Irla y mediante el inestimable trabajo del historiador Lluís Burillo lo sabremos. En breve verá la luz la biografía de Dalmau Costa i Vilanova (El Port de la Selva 1902 – Ciudad de México 1974). Una historia más del exilio de las muchas que la Fundació Josep Irla ha ido publicando en los últimos años en el anhelo de saber más sobre los hombres y las mujeres que jugaron un papel importante durante los años treinta y qué pasó con sus vidas.

Dalmau Costa, formado en el Seminario de Girona, periodista ocasional, crítico de teatro y literato, se convirtió en un empresario de éxito en el ámbito de la restauración y en mecenas cultural en México, y por el camino se convirtió en el primer gran relaciones públicas del Parlament y la Generalitat republicana de los años treinta. Dalmau Costa fue uno de esos personajes imprescindibles que el trazo demasiado grueso de la historia cubrió de tierra.

Dalmau Costa i Vilanova. © PARES
Dalmau Costa i Vilanova. © PARES

Su biografía no responde a ninguno de los patrones de muchos políticos e intelectuales catalanistas de los años treinta. No provenía ni de místicos ni de grandes capitanes, como diría Raimon. Su familia poseía un hostal en el Port de la Selva. De joven fue enviado al seminario de Girona, donde se formó y del que absorbió los fundamentos de la cultura clásica y un buen dominio del lenguaje. Dejó el seminario y los estudios para convertirse en agente aduanero. Como muchos jóvenes del Alt Empordà, la aduana de La Jonquera y Portbou estaba demasiado cerca. Trabajo fácil, bien pagado y de cuello blanco. A pesar de los orígenes humildes de su familia, heredó de su madre el gusto por leer, de ahí que bien pronto, cuando consiguió bajar a trabajar a Barcelona, ​​frecuentó el Ateneu y varios cenáculos culturales del catalanismo emergente de los años veinte y treinta. Su amistad y relación con Josep Maria de Sagarra, Josep Maria Planes, Joaquim Ventalló y Ernest Guasp, entre muchos otros, son testimonio de su inquietud intelectual.

Dalmau Costa fue uno de los grandes amigos de Josep Tarradellas. De hecho, en la biografía explica que en el congreso de las izquierdas catalanas de marzo de 1931, en el que se fundó Esquerra Republicana de Catalunya, Costa tuvo un papel decisivo a la hora de convencer a Tarradellas que se reincorporase al congreso, ya que momentos antes había decidido irse por los desacuerdos y las encendidas discusiones que allí se produjeron.

Por su tradición familiar en el ámbito de la hostelería, por sus estancias en París fruto de los exilios forzados por la represión política —París era la capital del mundo en aquellos momentos y más si pensamos en el sector de la restauración, moda o hostelería— y por su cultura, Dalmau Costa pasa a ser uno de los pioneros en protocolo en Catalunya y se convierte en el jefe de mayordomía y ceremonias del Parlament de Catalunya en su fundación en 1932.

Trabajó bajo los mandatos de Lluís Companys y Joan Casanovas y también a las órdenes de Josep Tarradellas durante la guerra civil. Su compromiso con las instituciones democráticas lo llevó al exilio, primero en Francia y finalmente en México, donde ya se había refugiado un hermano suyo.

Su biografía no responde a ninguno de los patrones de muchos políticos e intelectuales catalanistas de los años treinta. No provenía ni de místicos ni de grandes capitanes, como diría Raimon

En México Dalmau Costa, no sin las dificultades iniciales, triunfó. Abrió restaurantes como el Ambassadeurs, el gran restaurante de cocina francesa en México. Gracias a Ambassadeurs hubo un antes y un después en la restauración mexicana. Se convirtió en el canon de la cocina internacional en ese país. Más tarde vendrían la Cava y el Restaurante del Lago. Por sus restaurantes y por los banquetes que se le encargaban pasaron, entre otros, el General De Gaulle, el matrimonio Kennedy, Richard Nixon, Cantinflas, los Duques de Windsor, Groucho y Harpo Marx, Orson Welles, Ava Gardner, John Wayne, Diego Rivera, André Malraux, Josip Broz “Tito” o Haile Selaisse, pasando por la mayoría de dignatarios y personajes de la cultura mexicanos.

Pero más allá de saber crear restaurantes y convertirse en una referencia de la cocina francesa e internacional en el continente americano, Dalmau Costa destacó con su vocación innata y desinteresada de relaciones públicas y amigo de amigos. Se convirtió en el forjador de asociaciones de profesionales de la hostelería en México, federaciones patronales, escuelas de formación…, creó un universo cívico en su entorno de la nada, donde todo aún estaba por vertebrar. Dalmau Costa, por su catalanismo y su sólida posición económica, se convirtió en el gran mecenas de la cultura catalana en México financiando desde revistas, certámenes literarios, los juegos florales, reflotando y unificando ERC en México. Desde el país norteamericano también sufragó muchas de las iniciativas culturales del exilio catalán en Francia.

Dalmau Costa, por su catalanismo y su sólida posición económica, se convirtió en el gran mecenas de la cultura catalana en México

Su amistad y relación epistolar con Josep Tarradellas es una constatación de las dificultades del exilio catalán y del mismo President Tarradellas para mantener vivas las instituciones, partidos y asociaciones catalanas en el exilio. Costa compaginó su brillante actividad privada con un esfuerzo titánico para mantener las instituciones y la memoria colectiva durante aquella dictadura franquista que nunca se acababa. Una anécdota: Tarradellas, más allá de la relación política, se convirtió en el agente en Francia en busca de los mejores vinos y añadas para los restaurantes mexicanos de Costa. Hasta el punto de que le llegó a vender cajas de Clos Mosny, el vino que producía el President Tarradellas en su finca de Saint-Martin-le-Beau.

El exilio catalán es todavía un gran desconocido más allá de los grandes apellidos, conocemos la punta del iceberg, pero muchas historias vitales y apasionantes están aún por explicar. Gracias a la perseverancia y al esfuerzo de la Fundación Josep Irla, hemos ido recuperando poco a poco una parte de nuestra memoria colectiva y la huella que dejaron en otros países y culturas aquellos hombres y mujeres que tuvieron que abandonar su país y a los suyos para salvar la vida y la palabra. Dalmau Costa fue uno de aquellos a quienes el exilio dio una segunda oportunidad y la aprovechó. Otros no pudieron hacerlo. Os recomiendo que resigáis la magnífica peripecia que tan bien relata el historiador Lluís Burillo.