Hoy inicio una nueva colaboración con The New Barcelona Post, con una frecuencia mensual. Esto significa que a lo largo de 2022 escribiré, si todo va bien, 12 artículos sobre cuestiones urbanas de Barcelona y del mundo que se dirigen a lectores con curiosidad sobre el diseño urbano y sus consecuencias sociales. Es muy difícil convencer a un macroeconomista de que la forma de las ciudades importa y tiene consecuencias importantes sobre la vida de las personas. Pero con el urbanismo, como en la política, es importante no simular que no va con nosotros, porque modifica nuestro entorno. Puede fingirse que no nos interesa, se puede aborrecer, se puede criticar… pero no se puede ignorar, porque, como la del burro, la piel de los edificios no es transparente.
Y hoy escribiré sobre las fachadas; ventanas, balcones, puertas, muros, coronamientos, dinteles, baldosas… y su riqueza cromática. No sé por qué las licencias de obras que se tramitan últimamente en Barcelona son mayoritariamente para edificios de color blanco y negro. El aspecto de las nuevas fachadas suele ser blanco (blanco crudo, en el mejor de los casos) o gris. Y los marcos de las ventanas, contraventanas, barandillas y persianas suelen ser negras. Si uno camina por el Poblenou —22@ o por las periferias metropolitanas—, se dará cuenta. Los nuevos edificios cuentan con grandes balcones corridos de color blanco, alternados con franjas de color negro. ¿Y por qué nos llama la atención, por qué ofende a la vista? Porque la ciudad histórica es de otro color.
Los edificios “modernistas” de Barcelona que han dado la vuelta al mundo tienen muchos colores. Piense en la Casa de les Punxes, la Casa Batlló, el Palau de la Música, el Hospital de Sant Pau… Son fachadas muy complejas, que se ven muy bien compuestas desde lejos y también cuando te acercas. La horizontalidad o las tribunas y los coronamientos están pensados para crear un paisaje desde lejos, mientras que las florituras de las barandillas y las texturas de los estucos se aprecian desde la distancia corta. Pero los edificios modernistas no son una excepción: la arquitectura tradicional del Eixample también tiene diversidad cromática.
En 1986 Joan Casadevall dirigió el Proyecto del plan del Color de Barcelona, patrocinado por Pinturas Procolor, del grupo Akzo, con un coste de 115 millones de pesetas, integrado por diversas publicaciones y estudios. En 1993, el Distrito del Eixample, presidido por Antoni Marcet, organizó una exposición denominada Els colors de l’Eixample, de la que se editó un pequeño catálogo.
La exposición distingue tres períodos estilísticos en la construcción del Eixample: el primero va de 1860 a 1900 y se caracteriza por la regularidad y la homogeneidad, el segundo período va de 1888 a 1915 y comienzan a dominar las composiciones verticales, y el uso generalizado de las ornamentaciones y el color. Y el tercer período, que termina en 1936, da lugar a composiciones más clásicas, grandes volumetrías y mayor contención en el uso de los colores. La mayor parte de las fachadas del Eixample están revestidas con estuco, un mortero hecho con cal aérea, arena y pigmentos minerales. Y los colores tradicionales son los rojizos (óxido de hierro rojo, rojo almagre, ocre rojo, siena natural, ocre amarillo, color piedra de Montjuïc, verde cromo y esmeralda, azul y violeta).
El estudio de este panfleto me ha hecho pensar en dos cosas importantes para las discusiones urbanas contemporáneas en Barcelona. Por un lado, sorprende que, a pesar de la abundancia de normativas, no se haya reeditado, con mayor precisión, una guía que ayude a elegir los colores de las fachadas de las nuevas edificaciones de Barcelona, con todas las implicaciones que esto tiene también a nivel ambiental (las fachadas negras son horribles para el control térmico en verano). Y, en segundo lugar, que las supermanzanas han seguido un catálogo cromático que nada tiene que ver con los materiales y acabados tradicionales del Eixample. El color amarillo fluorescente, el negro del asfalto y los colores intensos y brillantes de las pinturas no dialogan con los frisos, barandillas, estucos y esgrafiados de las casas tradicionales del Eixample.
Las supermanzanas han seguido un catálogo cromático que nada tiene que ver con los materiales y acabados tradicionales del Eixample
El París de Hausmmann es de color beige y está coronado por mansardas de cobre o pizarra, con unas ventanas de marcos blancos inconfundibles. La Barcelona de Cerdà tiene muchos más colores y reflejos en las fachadas, y es una lástima que la industria inmobiliaria haya reducido al blanco y negro su paleta de colores.