Una pareja de turistas pasea por el call, la antigua judería de Barcelona, en el Gótico. ©V. Zambrano

¿Quién controlará a los turistas?

La nueva normativa que regula los grupos turísticos en Barcelona se quedará en papel mojado sin una mínima política de control

En casa certificamos que la temporada turística había empezado cuando escuchamos a una conciudadana del mundo gritando “¡mi móvil!” mientras corría desesperada por la calle de Sant Sever (la escena se repite a menudo y suele continuar con un griterío general, un montón de turistas escondiendo su móvil —o la respectiva bolsa de viaje— como si abrazaran una reliquia de Jesucristo, y una trifulca que acaba con otro conciudadano del mundo acusando de racistas a sus captores, sean los propios turistas o algún ilustre miembro de la policía secreta).

El Ayuntamiento también ha debido notar algún que otro exceso de chanclas en el barrio y nos ha regalado un necesario propósito de regulación de las masas de visitantes en Ciutat Vella, pactando con las dos asociaciones de guías profesionales de la ciudad (AGUICAT y APIT) un límite de 15 turistas por grupo y también la limitación de grupos donde hay mayor densidad de visitantes.

El documento (provisional) tiene algunos aciertos indudables que los vecinos agradeceremos como la lotería; por ejemplo, la aniquilación de los espantosos megáfonos que nos contaminan los tímpanos o la prohibición de captar a los turistas en la calle (para así fomentar las visitas reguladas con cita previa, la compra anticipada de entradas y etcétera). También resulta oportuno que se especifique el control de los lugares donde existe mayor congestión; por poner los ejemplos que más nos afectan en casa, en la Plaza de Sant Felip Neri, en la calle de Salomó ben Adret y en la plazoleta de Manuel Ribé sólo podrán coexistir dos grupos al mismo tiempo.

Que la medida aún espere una forma definitiva (nuestros queridos concejales han tenido sólo dos años de pandemia para anticiparse al retorno de los turistas y consensuar un texto; debe ser poco tiempo) certifica, sin embargo, que la política vive en un permanente adagio sostenuto.

En los lugares que he mencionado, servidor ve a diario a decenas de grupos de turistas que se agolpan en la calle; su control, por tanto, ayudará a la movilidad de los vecinos y nos asegurará una existencia alejada de los parámetros del parque temático. Sin embargo, y diría que hablo por la mayoría de mis compañeros de calle, cualquier texto legal que impulse el Ayuntamiento se convertirá en papel mojado sin una mínima política de control. A parte de la existencia de un número ingente de guías no profesionalizados y de free-tours que tendrán mucha facilidad para saltarse la norma, no es necesario ser un experto en gestión de masas para saber que medidas como éstas deben contar con el respectivo seguimiento. Y si el Ayuntamiento, permítanme cierta desconfianza mediterránea, es tan eficaz con el control como con la seguridad contra los robos, auguro mucha poesía y poca eficacia.

Si el Ayuntamiento, permítanme cierta desconfianza mediterránea, es tan eficaz con el control como con la seguridad contra los robos, auguro mucha poesía y poca eficacia

Sin una legislación omniabarcadora, que afecte a todos los guías turísticos de la ciudad, este documento de buenas intenciones sólo provocará frustración y, en el caso improbable de cumplirse, las colas de gente embutida en las plazas y calles en cuestión sólo hará que aumentar, por el simple hecho de que los guías guardarán turno haciendo que la masa de turistas “en espera” aumente hasta límites peligrosos. Esto, de hecho, ya ocurre en la Plaza Sant Felip Neri cuando ésta cierra sus puertas para que los niños de la escuela que hay en el lugar la utilicen como zona de recreo. Por otro lado, y contrariamente a muchos de mis vecinos, servidora tiene una tolerancia muy grande con el turismo. Todos molestamos la peña cuando vamos por el mundo y, a la postre, resulta casi imposible regular un espacio como El Call cuando la mayoría de turistas desean visitar los mismos espacios.

Valoro la buena intención del Ayuntamiento en, al menos, intentar paliar lo inevitable en todos los lugares similares del mundo. Pero insisto; esta tradición de aprobar marcos legales provisionales y sin pista alguna sobre cómo se controlará su aplicación… es una de nuestras tradiciones más frustrantes y execrables.