Muchos considerarán que este título es ofensivo, o rencoroso, o lleno de carga ideológica. Es lo que ocurre cuando se tiene la costumbre de contar con una “gran capital” que hace de centro decisor de todo lo importante que sucede en el Estado, y que por tanto fija cuáles son los puntos cardinales: según esta premisa psicológica, Barcelona se encuentra en el noreste. Y en la periferia. Pero resulta que las coordenadas no existen por sí solas, sino que dependen de la perspectiva. No existe el norte, ni el este. Existe el norte de donde te encuentras, o el este de donde se encuentra ese otro. Por tanto, Barcelona tiene sus propias periferias: en términos de proximidad, su periferia más inmediata es Catalunya. Y en términos de grandes ciudades, la periferia de Barcelona es Valencia, Toulouse, Montpellier, Zaragoza, Valencia y Palma. No es una consideración política, sino una consideración geográfica. Y si de lo que se trata es de contar grandes capitales, la periferia de Barcelona se encuentra tanto en Madrid como en París como en Roma. Pero esto sólo son las capitales de estado: Y una capital de estado no determina las periferias, sino sólo (ahora sí) su ámbito administrativo de influencia.
En un contexto de Unión Europea o incluso de globalización económica y social, los ámbitos administrativos o de soberanía no determinan (o no deberían determinar de entrada) las coordenadas ni las periferias económicas y sociales: dependiendo de hacia dónde se ponga el foco, puede tenerse como aliado o como referente Madrid o bien París. O Roma, o Valencia, o Málaga. Barcelona es libre de determinar sus periferias, sin esperar a que sea la capital del Estado quien le diga que sólo es una ciudad periférica.
Al parecer, las actuales apuestas de “cocapitalidad” expresan un vacío de contenido que sólo muestran esta sumisión adminstrativa: no se ha notado que Barcelona dé ningún salto cualitativo, en términos económicos o culturales o sociales, proclamándose como “cocapitalidad ” española. La financiación del Teatro Real o del Prado sigue siendo estratosféricamente más elevada que la del Liceu o la del MNAC, debido sobre todo al menor interés inversor del Estado: esto no es una cocapitalidad, esto es un trato de periferia. Y quizá lo que invitaría es, ya que éste parece un aspecto cronificado e irreformable, empezar a considerar a Madrid tan periferia de Barcelona como cualquier otra ciudad a la misma distancia. Con el único vínculo, eso sí, que de vez en cuando el Estado colabora en alguna inversión por el simple hecho de que Barelona está dentro de ese Estado, y no perque sea “cocapital” de nada. A diferencia de lo que plantea hoy (y desde hace demasiados años) el consistorio, se trataría de agradecer estas inversiones obligadas por ley y de enfocar los intereses (económicos, sociales, culturales) mucho más allá de Madrid: tratar Madrid, en efecto como periferia. Con poder, sobre todo con poder administrativo, pero periferia.
La otra razón no es tan filosófica, sino más práctica: el modelo. Podemos tener como referente el modelo Las Vegas donde todo vale, todo es posible y la “libertad” se impone sobre el “comunismo”. Este modelo que sí envidiaría una exhibición de Fórmula 1 en medio de la Castellana o una Copa del América en la playa madrileña. Pero éste es un modelo de largas listas de espera en los hospitales, de poca originalidad y creatividad, y de una nula sensibilidad estética y ética. Dicen que en Barcelona tenemos demasiadas dudas sobre la tercera pista de El Prat, y seguramente es cierto, pero plantearse las cosas debería obligar no a la actual parálisis sino a encontrar un modelo alternativo (y parece mentira, eso sí, que aún no lo hayamos consensuado). Dicen que Barcelona tiene demasiadas dudas sobre el Hard Rock, pero no se trata de decir “no” a todo sino de decir “¿seguro?” a todo. Y después, por supuesto, decidir. Se trata de tener una forma propia de hacer las cosas, de saber compensar la globalización con la localización, de acoger inversor extranjera y de respetar la vida vecinal, de copiar modelos para exportar aún más propios.
Yo estoy seguro de que la actual sensación de estancamiento de la ciudad no se debe a que no pasen cosas, que ocurren muchas, sino a que las que pasan se nos presentan como demasiado artificiales, lejanas o imitadoras. Cuando Barcelona entienda que no es periferia ni sucursal de nadie, sino que tiene unas periferias propias a las que realizar su propia propuesta, entonces volverá a parecer Barcelona y dejará de pedir perdón por existir.