No hay ningún sistema que se parezca más a la naturaleza humana que la democracia.

¿Hay que ir a votar?

La peor generación de políticos de la historia y la Covid-19 quitan las ganas de votar, pero la democracia siempre debe prevalecer, aunque sea porque es el mejor sistema de representación y protesta que hemos inventado los seres humanos

Pertenezco a la primera generación de catalanes que nacieron con la democracia incrustada en la cuna. Cuando de adolescente osaba coquetear con el abstencionismo, en casa siempre se alzaba una voz del subsuelo con cierta tonalidad de chantaje emocional recordándome los sacrificios que nuestros ancianos perpetraron con tal de que yo pudiera insertar un sobre en la urna (la extorsión moralizante, lo sabemos, es un déficit que te cuelga de la axila por el simple hecho de estar vivo, como el pecado original o el libro de familia); que si esprintadas delante de los grises, que si Franco a caballo y en patinete, que si estábamos obligados a hablar en catalán a escondidas… la retahíla os la conocéis de sobras. Cuando me intentaba escapar de las urnas, mi padre, a quien siempre agradeceré un espíritu mucho más prosaico que el común de mi tribu, lo resumía con cierta gracia: “ve a votar, niño, que no poder hacerlo es una mierda y mucho más aburrido de lo que crees.”

 

Pienso ahora que también, así debe pasar a muchos lectores, el abstencionismo puede rondarnos la cabeza y no sólo porque el entorno pandémico sea escasamente propicio para mezclarse con otros bípedos en un colegio electoral, sino sobre todo porque el votante catalán, especialmente el independentista, camina hacia el 14-F con la parsimonia de renovar el carné de diputado a la peor generación de políticos que ha contemplado la historia democrática, una pléyade de gentecilla que no sólo ha incumplido sistemática y manifiestamente todos los compromisos adquiridos con los electores en comicios anteriores sino que, lejos de hacernos creer que podían comandar un estado, se ha mostrado incapaz de gestionar una simple autonomía castrada por el 155. El 14-F provoca desgana, incluso diría que nos produce una extraña mezcla de pereza e ira, sobre todo a quien ya no le queda más aforo estomacal para falsas promesas.

El 14-F provoca desgana, incluso diría que nos produce una extraña mezcla de pereza e ira

La máquina del chantaje processista no se detendrá nunca, y en las próximas semanas los gobernantes del país os dirán, cada vez con menos arte para el disimulo, que hay que ir a votar como una cuestión de mal menor; la política autonómica no va mucho más allá del “si tú no vas, ellos vuelven” y tanto convergentes como republicanos (a parte de prometer mesas de diálogo que no llegan a ninguna parte, sistemas de financiación históricos que no llenan la caja y retornos a la DUI que son papel mojado) se limitarán a decirte que no fiarse de ellos es normal, pero que la opción de los partidos españolistas es aún peor. Fijaos en si tienen la ambición bajo mínimos que le han comprado a Pedro Sánchez esta mandanga del “efecto Illa”, que es como se conoce la irrupción electoral en Catalunya del peor ministro de la bata blanca de Europa.

Parlament de Catalunya
Una de las últimas sesiones del Parlament de Catalunya.

Un país donde Salvador Illa puede ser revulsivo de cualquier cosa imaginable suscita poca ilusión, eso es indiscutible, pero todavía produce menos alegría una clase política que hasta hace cuatro días te prometía llegar a Ítaca y ahora ve en Salvador Illa, con su carisma de berberecho y su fúnebre postura, una amenaza electoral temible. Pero justamente ahora, ahora que da tanto palo y que preferirías disparar butifarras a la clase política o, directamente, salir a quemar consejerías, ahora es el mejor momento para votar, sea 14-F o tan pronto como alguien te ponga una urna a pocos minutos de casa. Para votar no se necesitan chantajes morales, ni apelar al sacrificio de los traspasados, ni invocar al dictador: la democracia es el mejor sistema político de representación habido y por haber, y lo es justamente porque es perfectible y tan imperfecto como los humanos, y hay que amarla justamente porque es un ideal que siempre se encuentra en proceso de realizarse.

La democracia es el mejor sistema político de representación habido y por haber, y lo es justamente porque es perfectible y tan imperfecto como los humanos

Si tienes ganas de protestar, no existe mejor forma de hacerlo que saliendo a votar. Antes de ejercitarte en la queja compulsiva y creerte un Narciso que se hace el interesante por el simple hecho de quedarse en casa, sal a votar. Porque votar, con pinzas en la nariz, con un tapón en el culo o incluso con un antifaz en la cara, es un acto de participación y de expresión que siempre acaba siendo feliz, por amargo que sea. ¿Estás todavía cabreado por lo de la página web que no duró operativa ni cinco minutos, estimado compañero autónomo? Pues corre a votar. ¿Te produce angustia que un fenómeno de la naturaleza como Alba Vergés pueda llegar a laburar de consejera? Pues vuela a votar. ¿Te meas de la risa cuando Borràs afirma que es hija del 1-O y que con ella sí-que-sí llegaremos hasta el final? Pues esprinta a votar. En blanco, nulo o boca abajo, pero vota.

No hay ningún sistema, insisto, que se parezca más a la naturaleza humana que esto de la democracia. Con todos sus defectos, el voto ha conseguido desplegar las mejores invenciones tramadas por los seres humanos y ha sido la piedra angular de nuestros mejores proyectos. Votar no legitima plenamente el sistema de partidos actual, ni la escasa porosidad participativa de nuestro Cafarnaúm parlamentario, ni mucho menos implica que estampes el seal of approval al peor grupo de aficionados a la política que Catalunya ha tenido que sufrir en toda su historia. Votar es un canto a un sistema imperfecto que no es un mal menor, sino un bien mayor, porque una serie de hombres y mujeres sumando su opinión ya es un valor en sí mismo, aunque el pueblo pueda errarse. Si estás aburrido, también tienes que ir a votar, porque el aburrimiento y la falta de perspectiva de un mundo sin participación democrática resulta aterrador, créeme.

El aburrimiento y la falta de perspectiva de un mundo sin participación democrática resulta aterrador

Si quieres un aburrimiento de calidad, sal a votar. Y sí, vendrán mejores generaciones de políticos, que no es nada difícil. Y sí, si somos exigentes tendremos líderes con un sentido del cinismo y la cara dura mucho menos afilada y una mejor virtud para la gestión. Pero abstenerte es como volver a la caprichosa adolescencia y no ayuda en nada a la realización de tus anhelos. Iremos a votar, aunque sea para demostrarle al maldito virus que esto de darse un garbeo todavía no nos da miedo. Ve a votar, conciudadano, aunque sólo sea para ver la cara de papanatas al pobre señor que le ha tocado el chollo de currar en una mesa electoral, dios lo tenga en su gloria. Busca los motivos, y cuanto más imperfectos mejores, pero mueve el culo, que votar y quejarse son de las mejores cosas que hemos inventado hombres y mujeres. A mí también me da más pereza que nunca, y estoy más cabreado que nunca, pero justamente por eso necesito cuantas más urnas mejor.