Sangría

En la serie New Amsterdam, de Nétflix, que ahora está viendo todo el mundo, sobre el hospital más antiguo de Nueva York, un personaje le habla a otro de Barcelona. Y el otro responde: “¡Barcelona! Adoro la sangría.” Sangría. Lou Reed la menciona en Perfect day, como una bebida para tomar “en el parque”.

He bebido alguna una buena sangría, por supuesto. La sangría no deja de ser un cóctel. Y un cóctel, en la época primigenia, no dejaba de ser una mezcla que trataba de disimular la mala calidad del ingrediente principal. “¿El único whisky que tenemos es canadiense? ¿Qué más tenemos? Con lo que tenemos inventaremos el Manhattan…”.

Pero esta necesidad (que proviene de la Ley Seca) no significa que no haya cócteles felices y perfectos. El Manhattan, para mí, es uno de ellos. El negroni tal vez el que más. O el gimlet, que descubrí, antes de tener la edad legal para beber, con la colección de novelas policíacas La cua de palla. Es el cóctel favorito del detective Philip Marlowe y, de hecho, El largo adiós empieza con él bebiendo uno en un bar de Los Ángeles (y ahí es donde conoce a Terry Lennox, borracho perdido). La receta del detective es con lima Rose’s (ya no puedo usar ninguna otra) pero la receta original es con jugo de lima natural y jarabe.

Que en una serie, Barcelona destaque por la sangría es injusto por una razón. Ningún nativo irá a un bar a pedirla. Así como ningún nativo comerá una paella como la de Heston Blumenthal, hecha en el microondas.

El verano pasado, cuando todo lo que ahora vivimos (estupefactos y acostumbrados) estaba empezando, pasó algo que era el preludio de lo que nos puede pasar este verano. En las Islas Baleares, dependiendo de la zona, los turistas tenían derecho a ir a bares y locales de ocio, pero los autóctonos, no.

Israel y Gran Bretaña se apresuran a ponerse de acuerdo con Grecia (o Grecia se apresura a ponerse de acuerdo con Israel y Gran Bretaña) para los campamentos de verano. Grecia tiene sol y mar. Puede acomodar, como nadie, chanclas británicas e israelíes. Los británicos e israelíes están vacunando a una velocidad que ríete tú de una tricotosa. Barcelona también vive de la chancla. Vivía. Así que si todo va un poco bien, supongo que Catalunya también hará lo que sea para hacer llegar a sus playas las hasta ahora criticadas chanclas (todas vacunadas). Si esto sucede, lo que tenemos que esperar es que puedan abrir todos aquellos establecimientos que hacen cosas buenas, cosas de las que gastaríamos nosotros. La autenticidad es esto: una coca de recapte, un vino del Priorat, un buen pan con tomate en una terraza de Barcelona. Lo que comerían los nativos. Lo que suspiramos por comer los nativos.