Juan Bayén fue el rostro visible de uno de los mercados más importantes del mundo. ©Editorial Genco

Juanito, icono de Barcelona

Con la muerte de Juan Bayén, propietario y alma del bar Pinocho, Barcelona pierde un pedazo más de sus orígenes; pierde identidad

Pienso y escribo que las grandes ciudades (Barcelona todavía se cuenta entre ellas) son una fuente generadora de iconos. Entiendo que la frase resulte tópica y que la marca de lo civil a menudo comporte la sobreexplotación de tótems arquitectónicos o la banalización de la historia por obra y gracia del turismo megalómano. Todo ello es cierto y está recontraclaro, pero aun así la commonplace se aguanta; muy de vez en cuando existen objetos singulares que resumen la viveza y la policromía de las urbes. Cuando estos iconos son de carne, la cosa resulta aún más excepcional porque, digan lo que digan los patrimonialistas y los cursis en general, los hombres siempre ganamos a las piedras en términos de complejidad. Toda esta metafísica de tres al cuarto viene a cuento a la hora de llorar la muerte de Juan Bayén, Juanito del bar Pintoxo, y, secadas las lágrimas, para celebrar su entrada en el Panteón de las glorias de nuestra ciudad.

Antes de glosar la estatua, hablemos del templo. Una vez muerto por voluntad propia Ramón Cabau (figura que la historia pondrá algún día a la altura de catalanes universales como Dalí, Casals o Adrià), Juanito se convirtió en el rostro visible de uno de los mercados más importantes del mundo. Así lo fue durante muchas décadas La Boqueria, zona cero de la gastronomía barcelonesa y musa inigualada de la mayoría de nuestros mejores chefs, todo eso antes de que la dejadez de las diferentes administraciones que han anidado en el Ayuntamiento permitieran que nuestro queridísimo mercado acabase convertido en un insufrible bulevar de guiris lleno de pescaderías con un género más que discutible. Juanito era la encarnación ideal de un mercado que fue extraordinario porque se convirtió en la fuente primera de algunos de los mejores restauradores del planeta tierra.

Hay una forma catalana de abrazar una mesa y disfrutar la manduca con una sonrisa muy dulce, pero con una medida de gestos harto discreta. Este justo medio sucedía en la barra de Pinocho, un lugar para ir a jalar de la forma más sensata posible; a saber, en la más estricta soledad. Los iconos pueden ser tan globales como se quiera, pero mi Pinocho es el de los desayunos de resaca, a base de un capipota amb samfaina celestial o de los calamarsets con el gusto placentero de la culpa en el rebozado. Podías estar cascado o ser víctima de una agudísima migraña, que Juanito siempre te sonreía como un Zaratustra con pajarita y su café siempre guardaba la medida exacta. Ante la dificultad de explicar qué significa la barcelonidad a un extranjero, si tuviera que elegir entre la alegría de Juanito o los trencadissos nauseabundos de Gaudí, siempre acabaría escogiendo a Pinocho.

Ante la dificultad de explicar qué significa la barcelonidad a un extranjero, si tuviera que elegir entre la alegría de Juanito o los trencadissos nauseabundos de Gaudí, siempre acabaría escogiendo a Pinocho

 Soy enemigo de la nostalgia y de la glorificación del pasado, pero me contradigo afirmando que la muerte de Juan Bayén nos aleja un trecho más de nuestros orígenes y pulveriza así la identidad barcelonesa. La ciudad no se detiene y supongo que nuestra juventud estará elaborando un nuevo imaginario visual poderoso que (por pura naturaleza; es decir, por edad) se me escapa. Será difícil, sin embargo, conseguir un icono con un poder de perdurabilidad y excelencia como los del soberano de Pinocho. Me apenará echar de menos la barra de este establecimiento y el fair play de su amo, pero todavía me toca más la moral que Juanito haya muerto con tanta amargura en los labios. No voy a entrar en lo cutre de la prensa del corazón ni a traficar con los cotis que ya llenan de resquemor el microcosmos de Ciutat Vella; escribiré simplemente que si yo fuera uno de sus familiares tendría problemas para dormir con la conciencia tranquila.

 Descanse en paz, icono de Barcelona. Espero que los paradistas del mercado sigan con la idea de regalarle un homenaje y que el Ayuntamiento tenga la bondad de darle una de esas medallitas, calles o avenidas que siempre llegan cuando el protagonista ya duerme bajo tierra. Ésta es también una de las marcas de nuestra ciudad: siempre lo hacemos todo cuando ya es demasiado tarde.