“Qué vergüenza! ¿Qué haces?…” Son las frases más educadas que mis hijos me dedicaron el día que, en un supermercado de mi barrio de Sants de una conocidísima cadena, me negué a cobrar yo mismo los productos que acababa de comprar. No me tildaron de ludista o tecnófobo, ¡pero poco faltó! Todo porque, en un acto de rebeldía, me negué a seguir las indicaciones de un responsable que dirigía el tráfico del supermercado y me quedé en la cola de la caja registradora.
Algunas cadenas de distribución comercial han tenido la ocurrencia de poner cajas registradoras en las que tú mismo te gestionas el pago de los productos. A priori, estos cajeros son para aquellas personas que compran pocos artículos y quieren ganar tiempo. Caja rápida, le llamaban inicialmente. Admito que, en algunas cadenas, sí que lo hacen con ese concepto de ahorro de tiempo, pero cada vez proliferan más los establecimientos que sustituyen a las personas que trabajan en la caja registradora por las maquinitas.
Si eres un migrante digital y chocas con tu querida prole, nativos digitales avant la lettre, el conflicto está servido. Las nuevas generaciones prefieren ahorrarse mirar a la cara a las personas e interactuar con una máquina, ya sea para obtener un billete de tren o comprar en el supermercado. De ahí la indignación de los míos al comprobar que yo no seguía las reglas que marca la “modernidad”.
Las nuevas generaciones prefieren ahorrarse mirar a la cara a las personas e interactuar con una máquina
Tengo muy claro que este es el presente. Cada vez interactuaremos menos con personas y más con máquinas. Hace un par de veranos estuve en la tienda que Amazon Go tiene en Seattle. Si te bajas la aplicación correspondiente, entras, coges los productos y te vas. La superpoblación de cámaras que inundan el techo y las paredes de aquel supermercado captan perfectamente todo lo que eliges y con la geolocalización de la aplicación lo clavan. Resultado: Cuando atraviesas el umbral de la puerta de salida, todo lo que has comprado se carga automáticamente a la cuenta que has abierto con la aplicación. Ni caja, ni cajera, ni ticket de papel, ni colas. Cómodo y rápido. Esto es lo que hay. El siguiente paso será reemplazar a los trabajadores que hacen posible la logística del supermercado por robots.
Pero el caso de las cajas en las que te haces tú mismo el cobro es diferente. No sólo han reducido el número de trabajadores, sino que, además, obligan a la persona que está en la caja registradora a atender a la gente que se queda atascada con la maquinilla del autopago. Un estrés de cojones para ese trabajador. Y un estrés también para los clientes que hacen cola en la caja de toda la vida o los que, empujados como ganado indolente hacia el matadero, han optado por hacerse la gestión ellos mismos.
Hace años que compro en ese supermercado y siempre paso por la caja con cobrador. Si tengo que hacer cola, la hago. Negándome a hacer yo mismo el cobro, a pesar de la presencia de un señor de seguridad muy insistente que, día sí y día también, me indica las cajas en cuestión. Y sí, efectivamente, ante este comportamiento hace mucho tiempo que aguanto la guasa de mis retoños, que me tachan de analógico y cavernícola.
Hasta que un día, en el tramo final de la magnífica serie británica de la BBC y HBO Years and Years, escrita y dirigida por Russel T. Davies y que tiene como protagonista estrella a la venerada Emma Thompson, todos quedamos atónitos escuchando a la abuela de la familia Lyons, cuando afirmaba que la deriva autoritaria de la sociedad comenzó el día que despidieron al personal de los cajeros de los supermercados y los clientes aceptaron cobrarse ellos mismos sin oponer resistencia, ni siquiera protestar. (Si no han visto esta serie, vale la pena hacerlo. Es dura, la han definido como una proyección nihilista del futuro, pero es bastante cuidadosa y describe fehacientemente todo lo que está pasando y está por venir. Si no eres de HBO, ¡abónate ya! tienes otras joyas como Chernobil o The Handmaid’s Tale, entre muchas otras que son de visión obligada).
Las palabras de la abuela Muriel (protagonizada por la veterana actriz Anne Reid) de la familia Lyons de Manchester me hicieron ver que mi manía a negarme a pasar por los cajeros en cuestión no era infundada. ¡No estaba solo! De paso, abrió una reflexión profunda en mis queridos nómadas digitales de casa, que escuchaban atónitos las palabras de la mater familia de la serie.
El cambio está aquí y es imparable. No tiene que ser necesariamente malo si aumenta el bienestar. Con la excepción, claro, que suponga el paro forzoso para muchas personas. Cada cambio y avance tecnológico ha supuesto abrir nuevos yacimientos de empleo, nuevos perfiles profesionales. Pero lo que no pueden pretender las multinacionales y el capitalismo en general es que encima de pagar, nos tengamos que hacer el trabajo nosotros en las cajas registradoras. Es el colmo del sarcasmo. Me pueden llamar ludista o tecnófobo, pero no creo que sea el caso. El debate es cómo la tecnología nos ayuda a ser una sociedad más justa y más acogedora. Es como la tecnología nos ayuda a mejorar la democracia y no a pasar de ciudadanos activos y empoderados (maldita palabreja de moda) a consumidores obedientes.
Pero lo que no pueden pretender las multinacionales y el capitalismo en general es que encima de pagar, nos tengamos que hacer el trabajo nosotros en las cajas registradoras
El juez Leonard White, que sentencia al protagonista en La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe, se preguntaba qué es la decencia, y respondía el mismo juez: “La decencia es lo que nos han enseñado las abuelas“. Pues eso, la abuela de Years and years nos da la pauta de lo que debería ser el avance tecnológico decente para una sociedad libre y justa. Y ya se sabe que hoy, una serie puede más que todas las reflexiones paternas.