Bajo las palmeras de Salsitas

No sé dónde oí hablar por primera vez de Salsitas. Quizá fue en el Què Fem porque, en aquella época, hablo de los primeros años de este siglo, el suplemento de ocio y cultura de La Vanguardia era una mina para descubrir lo que llamábamos la Barcelona más cool. Aunque también puede que fuera en alguna de esas revistas de tendencias de vida efímera que encontrábamos en el Dom —tienda de decoración de estética retro de la calle Avinyó que, por cierto, marcó época— y que quienes aspirábamos a modernos leíamos con devoción. El caso es que una noche me planté en Salsitas y en el acto caí rendido a sus pies.

Ubicado en el número 22 de la calle Nou de la Rambla, Salsitas era un local como no había otro en aquella Barcelona del 2000. De una decoración teatral y acogedora que contrastaba con el minimalismo imperante. Paredes, barras, techos y mobiliario habían adoptado unas formas sinuosas de inspiración vegetal. El elemento más icónico del local eran unas elegantes columnas en forma de palmera que, al mismo tiempo, hacían las funciones de farolas puesto que, entre el follaje, como si fueran cocos, estaban las luces. Una decoración que recordaba el tropicalismo del mítico Copacabana neoyorquino de la primera mitad del siglo XX y, si se quiere, los sombreros llenos de frutas de la gran Carme Miranda. Como puede apreciarse en las fotografías que acompañan este artículo —prácticamente inéditas y cedidas por Futur2—, todo el local era de color blanco. No sólo porque así resultaba más elegante y diáfano sino porque permitía proyectar formas y colores diversos que hacían que, cada noche, la sala fuera diferente o, de hecho, que fuera cambiando con el discurrir de las horas. Porque, en eso, en ese mutar y no sólo de piel a medida que avanzaba la noche, el Salsitas fue un local pionero.

Abría puertas como restaurante y, a medida que se acercaba la medianoche, la música electrónica subía de intensidad y la iluminación se iba haciendo más tenue. En un primer momento, pensaron en ofrecer principalmente pizzas —de ahí que uno de los elementos icónicos del local fuera un horno con una gran piña tropical en lo alto— pero, con buen ojo, finalmente apostaron por una oferta más sofisticada que fusionaba la cocina mediterránea con la japonesa. Sí, Salsitas fue uno de los primeros restaurantes barceloneses en apostar por una cocina de fusión que también acabaría siendo tendencia. Los noctámbulos tomábamos la primera copa apretujados en el pasillo de la entrada mientras el personal del local recogía mesas y sillas para convertir el comedor en pista de baile, ante la sorpresa de más de un comensal. Barcelona hacía pocos años que había visto nacer al Sónar y la música electrónica llegaba paulatinamente a nuevos públicos alejados de los pequeños clubs para iniciados, gracias a locales como La Paloma, el Fuse y, por supuesto, Salsitas.

Salsitas
Sala principal del Salsitas durante las primeras horas de la noche, cuando todavía hacía las funciones de comedor. © Futur2

Cuando empecé a investigar para escribir este artículo me sorprendió encontrar tan pocos rastros de Salsitas en Internet. Creo que tiene una explicación muy sencilla: hace dos décadas no íbamos a todas partes con el móvil en el bolsillo y, como tampoco había redes sociales, cuando salíamos de noche no sentíamos la imperiosa necesidad de tomar fotos para mostrar lo bien que nos lo estábamos pasando a nuestros seguidores. Supongo que por aquel entonces nos limitábamos a pasárnoslo bien. Por suerte, una de las escasas imágenes de Salsitas que corre por la red me llevó hasta la web de Futur2, un estudio de diseño e interiorismo de Barcelona reconocido internacionalmente y focalizado en la creación de tendencias en el diseño de la restauración, retail, contract y efímero. Leí que su director creativo, Pepe López del Hoyo, fue pionero del concepto restaurante-lounge-club en la España de finales del siglo XX precisamente con el diseño del mítico Salsitas. Por lo tanto, Pepe es el padre de la criatura y quien me cuenta la historia del local.

Que Salsitas abriera sus puertas en la calle Nou de la Rambla se debe a razones puramente crematísticas. Pepe y sus socios no tenían capital para alquilar un local por las zonas donde se acostumbraba a mover a la gente guapa que querían atraer a su club. Por lo tanto, se decidieron por un espacio ubicado en esta calle de la parte baja del Raval. Es cierto que a finales de los 90 el Raval ya se estaba poniendo de moda entre los modernos y que los gestores de la ciudad trabajaban para que el Chino dejara de ser el Chino pero, por mucho que a dos pasos estuviera el Palau Güell, Nou de la Rambla seguía siendo muy Chino. Ellos tenían claro que querían hacer un local divertido y, por esta razón, después de darse una vuelta por el mundo para ver qué era tendencia en Londres, Berlín o Los Ángeles apostaron por hacer algo que en ese momento no hacía nadie en esta ciudad. El bagaje acumulado por Pepe después de más de una década creando escenografías para el cine, teatro y televisión resultó determinante a la hora de imaginar un espacio lleno de formas orgánicas, escultóricas y teatrales donde la iluminación jugara un papel clave.

Los inicios no fueron fáciles. Pepe me cuenta que a Salsitas le costó prácticamente un año despegar, pero, finalmente, lo hizo y de qué manera. Cuando en el interior todavía servían cenas, fuera ya había cientos de personas —muchas con outfits estrafalarios que rivalizaban en teatralidad con el mismo local— esperando para entrar a bailar. A veces, las colas llegaban hasta la Rambla. Fueron unas noches apoteósicas.

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Detalle de las palmeras, un elemento que nos remite al tropicalismo del Copacabana neoyorquino y que aconteció icónico. © Futur2

Hay locales de ocio nocturno que tienen la capacidad de encarnar el espíritu de una época y, después de encadenar unas cuantas noches de aquellas que no querrías que se acabaran nunca, cierran puertas y desaparecen. Tempus fugit. Pienso en clubs nocturnos y discotecas como la legendaria Studio 54 que, con sólo tres años de frenética actividad (1977-1980) le bastó para revolucionar las noches de la Nueva York de finales de los setenta y ha pasado a la historia como el último gran templo del hedonismo.

Hay locales de ocio nocturno que tienen la capacidad de encarnar el espíritu de una época y, después de encadenar unas cuantas noches de aquellas que no querrías que se acabaran nunca, cierran puertas y desaparecen

Diez años antes, en Barcelona había abierto puertas Bocaccio, posiblemente nuestra más mítica discoteca de todos los tiempos. Impulsada por Oriol Regàs con Xavier Miserachs y Teresa Gimpera, esta sala ubicada en un sótano de Muntaner 505 fue un oasis de libertad en la Barcelona tardofranquista. La Gauche Divine la convirtió en su cuartel general y, por tanto, en lo que llaman the place to be para intelectuales, gente guapa y aspirantes tanto a una categoría como a la otra. Aunque Bocaccio cerró oficialmente puertas en 1985, décadas después sus noches lejos de olvidarse se han hecho legendarias. En gran medida porque algunos de sus habituales, convertidos en patums de la cultura, han continuado alimentando su mito, supongo que para recordarnos y recordarse a si mismos que un día fueron jóvenes, sofisticados y que se lo pasaban bomba. El periodista y crítico cinematográfico Toni Vall publicó hace un par de años un ensayo muy interesante sobre Bocaccio y el Palau Robert le dedicó una pequeña exposición comisariada por él mismo.

Salsitas también tuvo una vida corta. De hecho, se puede decir que murió de éxito al cabo de unos pocos años principalmente porque el local no estaba preparado para acoger a ese gentío y tuvo que cerrar. Quizá nunca se le dediquen libros ni exposiciones, pero tampoco se merece caer en el olvido. Muchos barceloneses que ya hemos superado los cuarenta siempre recordaremos aquellas noches en las que bailábamos bajo las palmeras de Salsitas.

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Pasillo de entrada del local, donde los noctámbulos tomaban la primera copa. © Futur2