Dice el tópico (verdadero) que el teatro es el espacio artístico donde se exponen las tensiones del imaginario colectivo y en el que intentamos renovar los presupuestos que solidifican el contrato social. No tiene nada de casual, por tanto, que el estreno barcelonés de una obra como The Producers (un musical que ironiza justamente sobre el papel de la producción y el contexto de recepción crítica de una pieza de teatro) haya comportado unas semanas de ardida polémica en todo el país. Primero, por la versión en lengua española del libreto y, en segundo término, debido a la decisión de su equipo artístico de no ofrecer las entradas gratuitas de cortesía a la crítica teatral.
Para ser breves, ya he escrito en otros lugares que la consolidación de una industria musical en Barcelona (urdida como es el caso, casi en su totalidad por artistas catalanes) y un público habituado al género requiere un proceso de fidelización que, por ahora y desgraciadamente, no se puede hacer en nuestra adorada lengua. Es precisamente porque el equipo de Nostromo Live se ha dejado la piel creando espectáculos al estilo yanqui, prácticamente desde la nada y con gente de casa (contrariamente a lo que ocurría antes, cuando se importaban espectáculos de Madrid con ínfima presencia nostrada), que más pronto de lo que pensamos, será posible estrenar producciones como Les Misérables o The Sound of Music en catalán. Este hito será obra de gente como Àngel Llàcer, Manu Guix y Enric Cambray y no gracias a la manada de tuiteros y opinadores de poca monta que han supurado mierda contra este espectáculo sin tener la decencia de verlo.
En cuanto a la crítica opino, simplemente, que Ángel se ha equivocado con su pataleta. Entiendo que guarde en el saco del alma mucha mala leche a raíz de los comentarios que ha visto en la red X y que esté hasta los picarols de las lecciones de los patriotas de tres al cuarto que le acusan de botifler, cuando él lleva treinta años haciendo teatro en catalán. Pero una cosa son los imbéciles –que los hay, y en asombrosa cantidad– y la otra es la relación normalizada de fair play que un artista debe tener con la recepción de sus obras. No es cierto que los críticos siempre hayan juzgado mal su trabajo y, de hacerlo, tendrían todo el derecho a opinar de esa guisa. Otra cosa muy distinta es que (con el auge de las redes y las publicaciones digitales) debamos repensar de nuevo el oficio de la crítica, la legitimidad de algunos criticastros que la monopolizan y, ya que estamos en ello, las condiciones de trabajo misérrimas en las que se desempeña dicha tarea.
Dicho esto, debatamos todo lo que haga falta… pero celebremos finalmente que The Producers está en Barcelona en una producción que, lo podemos decir de entrada, es absolutamente de primer mundo. Servidora asistió invitado a una de las funciones previas (21/09) y la representación todavía se notaba bastante lastrada por algunos problemas de microfonía en las voces durante el primer cuarto de hora de rodaje, pequeños descuadres absolutamente comprensibles en la excelente coreografía de Miryam Benedited, y también en el diálogo (endemoniado) entre intérpretes y el magnífico ensemble que dirige como un reloj Gerard Alonso. Entiendo que la canónica pida hablar ante todo del dúo protagonista… pero lo que hace Mireia Portas con el personaje de Ulla es literalmente de otro mundo. Nuestra actriz tiene una vis cómica despampanante, supurando seducción y visceralidad a partes iguales. Una creación de barretada imperial.
Vamos a los protas, pues. Ricky Mata se casca a un Leo Bloom de antología y no lo tiene fácil, porque el actor madrileño juega la carta de emular la gestualidad con la que Matthew Broderick cinceló para siempre el rol. Mata sabe esculpir un self made man tan rebelde como naïve a la perfección, su voz blanquecina de tenor se ajusta al 50% monaguillo, 50% crooner que requiere la partitura y se mueve con una naturalidad envidiable en las escenas de baile. La principal enmienda del cast viene del otro lado y la cosa es dolorosa de escribir, porque Armando Pita se deja literalmente las vísceras en escenas míticas como Betrayed y hace todo lo posible para acercarse a Max Bialystock como es debido. Pero, ay, este es un papel extra-difícil, asociado a un tipo muy particular de pelacañas cafre neoyorquino (¡sí, me acuso de tener Nathan Lane en la cabeza!) y su tono de voz demasiado peninsular desdibuja fatalmente la esencia del rol.
Pero todo esto son mandangas de quisquilloso, todavía más si pensamos en lo bien que rematan el trabajo José Luís Mosquera (él sí aprovecha bien el imaginario teatral barroco español para llevarlo a Franz Liebkind), un Oriol Burés fantástico como Roger de Bris, un andrógino e impoluto Bittor Fernández haciendo de Carmen Ghia y un grupo de bailarines que parecen nacidos en Times Square. La adaptación textual de Marc Goméz es notable y se apreciará mejor si los actores (ya sé que pido demasiado, pero si jugamos en la liga de los mayores debemos ser exigentes) trabajan algo más la dicción e interiorizan más la trepidación del texto sin que ello implique reducir el temple velociráptor de la función. Este trabajo es para valientes maratonianos, y ahora nos encontramos justo al inicio de la carrera. La buena noticia es que tenemos The Producers en Barcelona y que, gracias a toda esta peña, en breve podremos hacer musicales de este calibre en catalán.
Y todo esto no será gracias a los envidiosos, a los tuiteros profesionales ni tampoco a los críticos de tercera como servidora. Será gracias a los artistas, que son quienes hace el trabajo de verdad en todo este tinglado. Claro que sí. We can do it!
PS.- Tengo ganas de ver a Ángel en el escenario. Si los productores (los de verdad) me invitan, volveré. En caso contrario, pasaremos por taquilla, a pesar de tener la cuenta en números rojos.