Gobernar un municipio no es gobernar la ciudad real

Acabamos de celebrar unas elecciones municipales para elegir a las personas que nos tienen que representar en los ayuntamientos durante los próximos cuatro años. Un ejercicio imprescindible en sociedades democráticas, pero que hoy plantea algunos interrogantes sobre hasta donde llega su eficacia.

Como hemos venido reivindicando desde el Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona (así como desde otras instancias), nuestra realidad es plenamente metropolitana y se tendrían que abordar la mayoría de los grandes retos de futuro a los que nos enfrentamos desde esta escala, la de la ciudad real de 5 millones de personas, que supera incluso los límites del Área Metropolitana de Barcelona constituida en 2010.

En realidad, para poder gobernar (y gestionar) adecuadamente la ciudad tendríamos que considerar al menos cuatro dimensiones: la metabólica, la funcional, la administrativa y la identitaria.

Vemos a continuación de que trata cada una de ellas.

La ciudad como organismo que consume recursos y genera residuos

El alcance de la huella que requiere el metabolismo fundamental de las ciudades (vinculado al agua, los alimentos o la energía) es crecientemente global desde hace tiempo. Lo mismo pasa con los lugares donde van a parar los residuos que se generan. Aun así, todavía se pueden identificar entornos territoriales con los que las ciudades mantienen una mayor interacción para hacer funcionar su metabolismo, además de compartir unas determinadas características físicas. Son las ecoregiones o bioregiones, que se relacionan, por ejemplo, con las cuencas hídricas o el tipo de suelo, de vegetación o de cultivos predominantes. En el caso de Barcelona, este espacio alcanza al menos Catalunya, y resulta admisible entender que se extiende más allá, hacia el valle del Ebro y una parte del litoral de levante.

La ciudad como apoyo a las actividades cotidianas

El día a día de las personas que viven en una ciudad no consiste solo en consumir unos recursos para sobrevivir, sino que comporta toda una serie de movimientos e interacciones que vienen determinados por el estilo de vida. La ciudad cumple, en esta dimensión, una serie de funcionalidades clave. En la actualidad, hablaríamos de ir a estudiar, a realizar actividades de cuidados, a trabajar, a comprar, a visitar familiares o amistades, a disfrutar del ocio, etc. Unos desplazamientos que cotidianamente suelen ser repetitivos y limitados a un radio que en la gran mayoría de los casos no superan los 60 minutos. Estamos hablando de las áreas o regiones metropolitanas. En Barcelona, como se reconoce cada vez más, esta ciudad real de la vida cotidiana se extiende hasta más de un centenar de municipios y 5 millones de habitantes.

La ciudad como espacio administrativo

La identificación de “ciudad” con “municipio” es habitual y tiene su lógica. Históricamente, en ausencia de dinámicas metropolitanas, los cascos urbanos quedaban claramente integrados dentro de unos límites administrativos. Actualmente, y precisamente por la incidencia de estas dinámicas, la ciudad real puede desbordar no solo un espacio administrativo, sino varios. Municipios, comarcas, provincias… ante una realidad urbana que se expande física y funcionalmente, la capacidad de incidir desde los diferentes niveles de gobierno en las cuestiones de la cotidianidad a las que se refería el apartado anterior se ve desdibujada. Barcelona, los límites funcionales de la cual ya fueron superados hace tiempo, cuenta hoy en día con una área metropolitana institucionalizada que alcanza 36 municipios y 3,3 millones de habitantes. Pero, como decíamos antes, la ciudad real ya va más allá, superando fronteras municipales, comarcales y provinciales (al menos por el litoral sur) hasta convertirse en el espacio cotidiano de unos 5 millones de personas.

La ciudad como espacio de identidad

Uno de los rasgos que definen la vida urbana es el establecimiento de relaciones en comunidad y un sentido de pertenencia. Cuando esto no se produce, nos encontramos ante ciudades desestructuradas y con altos índices de vulnerabilidad. La escala del barrio es clave, en este sentido, pero sabemos también que otros factores, como las redes sociales digitalizadas, trastocan las referencias que hemos utilizado tradicionalmente para construir nuestra identidad. Del mismo modo, no siempre es la escala más próxima aquella con la que más se identifica todo el mundo. En un estudio realizado hace pocos años durante la elaboración de la Agenda Besòs, se constató que la población de Badalona tiene una fuerte identificación con su barrio, que en Santa Coloma de Gramenet mucha gente se identifica con su barrio, pero mucha otra con el conjunto del municipio, y que en Sant Adrià del Besòs la mayoría de la gente dice ser de Sant Adrià, dejando de lado la dimensión valle (excepto en el caso de la Mina).

Tenemos, pues, como mínimo, estas cuatro capas que hay que considerar cuando se tiene que gobernar una ciudad y hacer frente a los retos que presentan. Idealmente, las cuatro capas tendrían que coincidir al máximo con su dimensión territorial, como en algún momento de la Historia ha sucedido, pero ya hemos constatado que actualmente esto no es así y, al contrario, la tendencia es a un mayor desajuste de todo.

Tenemos una ciudad real, la región metropolitana, que necesita un territorio cada vez más amplio para nutrirse y sanearse, que incluye muchos y diversos entes administrativos y que no genera mucho, por no decir ninguno, sentido de pertenencia entre la gente que vive. Una situación que es compartida con otras muchas ciudades de todo el mundo.

¿Cuál es, pues, la receta para poder gobernar mejor las ciudades, en nuestro caso aquello que entendemos como “Barcelona”?

Lo primero que tenemos que hacer es decidir cuál de las cuatro dimensiones de la ciudad ponemos en el centro. En nuestro caso, elegimos la ciudad real, la región metropolitana, porque a lo largo del proceso Barcelona Demà hemos constatado, como ya ha se ha dicho, que los retos comunes a los que nos enfrentamos estos cinco millones de personas deberían ser abordados desde esta escala para tener mayor efectividad.

De este modo, la región metropolitana tendría que disponer de un mínimo control sobre su metabolismo, así como asumir la responsabilidad de los impactos que este pueda generar en otros territorios (la huella ecológica), en particular, en el entorno rural. Una propuesta que formulamos en este sentido es la de impulsar, con el imprescindible concurso de la Generalitat de Catalunya, un Pacto Urbano-Rural en el que se tratarían de manera prioritaria aspectos como la gestión del agua, el modelo energético, la soberanía alimentaria y la distribución de la actividad económica y el talento para propiciar un mayor equilibrio en las cargas y beneficios de cada territorio, a la vez que se garantiza el suministro y la sostenibilidad de cada recurso.

En cuanto a la relación entre la ciudad real y la ciudad administrativa, se tendría que esperar a la existencia de un marco normativo, competencial y financiero claro para las realidades metropolitanas tanto a nivel estatal, donde está ausente (por lo que será necesario presionar otra vez durante la inminente campaña electoral), como a nivel catalán, donde el Área Metropolitana de Barcelona es la excepción que, como hemos visto, no proporciona una solución definitiva al reto de cómo gobernar la metrópoli. Por ahora, pues, hay que confiar en la voluntad de colaboración entre todas las administraciones, así como en la alianza entre actores públicos, privados y comunitarios para construir instrumentos de gobernanza de abajo a arriba que permitan desarrollar políticas y proyectos en la escala adecuada.

Si queremos conciliar la ciudad real con la ciudad de las identidades colectivas, el trabajo será todavía más complejo, pero no por eso inabarcable. Descartada en un principio la busca de una identificación ciudadana con la metrópoli, como han puesto de manifiesto algunos estudios, tiene que ser precisamente este proceso de construcción de herramientas de abajo a arriba, así como la atención fundamental a aquellos barrios más vulnerables y la lucha contra la segregación residencial, en suma, la solidaridad intermunicipal en forma de mecanismos de perecuación, el factor que facilite una mayor afección hacia aquello metropolitano. Los barrios, pues, como unidad comunitaria básica de las políticas de alcance metropolitano y la metrópoli como garantía del progreso de los barrios.

Dicho esto, hay que ser conscientes de que en el mundo actual tenemos que considerar una quinta capa no mencionada hasta ahora, pero que puede ser tanto o más decisiva para el futuro de las ciudades que las anteriores: la de los flujos de capitales. Muchas de las decisiones que se toman en las ciudades tienen que ver con la voluntad de atraer estos flujos y esto requiere, al mismo tiempo, muchos recursos y esfuerzos para lograr un mejor posicionamiento internacional. Podríamos decir que esta dimensión no tiene realmente una traslación territorial concreta, al tratarse de flujos globales a la vez que inmateriales, cosa que la hace todavía más difícil de gobernar.

Tomando, pues, las cuatro dimensiones más gobernables esperamos que el nuevo periodo que se abre después de las dos citas electorales consecutivas sea más propicio para entender la evidente centralidad del factor metropolitano en nuestro país y que tanto desde las instancias estatales como autonómicas o locales se articulen los instrumentos necesarios para permitir que las problemáticas sean abordadas en la escala adecuada. Desde el Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona seguiremos trabajando con la agenda que determina el Compromiso Metropolitano 2030 para conseguirlo.