El darwinismo (injusto) de la historia literaria relega a demasiados autores relevantes al océano del olvido. Esto ocurre en casos de extrema radicalidad como el de Ignasi Iglésias, poeta y dramaturgo modernista idolatrado por las clases populares durante el cambio del siglo XIX al XX, y ahora desterrado a la papelera de la historia con una presencia nula en nuestros escenarios (la última producción de La barca nova en el TNC fue en 1999). La cosa viene a cuento porque la benemérita editorial Adesiara (comandada por Jordi Raventós, un hombre de la escuela Jaume Vallcorba que sitúa los textos de nuestra tradición en consonancia con lo mejorcito de la literatura universal) acaba de recuperar el obra Els vells con un prólogo espléndido y esclarecedor de la filóloga y musiquera Gemma Bartolí, donde se explica muy bien la relevancia de un texto estrenado en el Romea en 1903 con algunos aspectos candentes del espíritu de nuestro tiempo.
Sería muy fácil conectar la obra de Iglesias y los desvaríos de sus sufridísimos obreros al edadismo y la depredación económica de un presente en el que la nueva tecnocracia mundial amenaza con acumular toda la riqueza del planeta y limitar los derechos democráticos de la casi ya extinta clase media. En efecto, Els vells cuenta la historia de Joan y Valeri, dos trabajadores despedidos de la empresa donde trabajan a causa de su senectud; a través de estos seres desdichados, Iglésias cuenta muy finamente el estado de vergüenza y desesperación de unos hombres que sólo pelean por subsistir. Pero diría que la conexión todavía se hace más evidente en la predicción de un estado perpetuo de angustia donde los jóvenes, a su vez, se asoman a la decadencia de estos ancianos bajo el pavor constante del no future. Hablo de personajes como Agustí, para quien el futuro precario de su estamento se le aparece como una especie de fantasma paralizador de cualquier redención.
Se entiende muy bien que éste fue uno de los textos más populares de Iglésias, y no sólo por la altura de su eje temático, sino por el pesimismo general de su autor, que también vislumbraba el fracaso de la lucha por los derechos colectivos debido a un futuro en el que cada individuo se regiría por el egoísmo.
Si el teatro público no se pone a ello, recomiendo vivamente a las compañías jóvenes que se precipiten a la obra y procedan a montarla cuanto antes
Servidor debe confesar con cierta vergüenza que todavía no había leído un texto de este ilustre andreuenc, y afirmo que hay que recuperar la obra de Iglésias no sólo apelando a su sentido patrimonial (únicamente en lo que se refiere a nuestra tradición de teatro obrero), sino también por un modelo de lengua oral gentilmente cuidadoso y, a su vez, para que nuestros presentes y futuros dramaturgos aprecien la pericia del maestro a la hora de crear ambientes de angustia existencial mediante muy pocas réplicas, al modo de Ibsen. Si el teatro público no se pone a ello, recomiendo vivamente a las compañías jóvenes que se precipiten a la obra y procedan a montarla cuanto antes.
Después de ver el escaso impacto que ha tenido la conmemoración del centenario de la muerte de Àngel Guimerà en todo el país, y siendo éste un dramaturgo de mucho más renombre (aunque con una obra aún por revisar temáticamente, como explican muy bien Xavier Albertí y Albert Arribas en Guimerà: home símbol), el futuro de la obra iglésiana todavía suscita más dudas. A pesar de la mala ventura de nuestro patrimonio teatral, yo recomendaría a los héroes de Adesiara que complementen pronto esta joya de libro con un volumen conformado por varias obras del autor, que quizás podría incluir Foc follet, Les garses y L’home de palla.
Mientras los teatros públicos no cumplan con su deber, ai las, tendremos que conformarnos con esta pieza, que puede leerse en una tarde pero que os hará pensar durante semanas, de ese teatro incómodo que nos place tanto en casa, justamente porque habla de lo que no queremos ver.